La no violencia no se instala por sí sola o por pura invocación. Hay
que trabajarla. Por mucha “buena vibra” que tratemos de imprimir, con
puros pensamientos o afirmaciones como “siento paz”, “no debo odiar ni
dañar a nadie”, sólo echamos un barniz que deriva en posturas
artificiales. Si rascamos un poquito sobre la superficie, veríamos cómo
se asoma todo lo vetado por mandatos externos que pretenden adoctrinar
el sentir real y profundo, propio de la naturaleza humana. Porque todas
las emociones están allí para cumplir una función. No existen emociones
buenas o malas, censurables o aceptables. Lo que sí que hay son
expresiones distorsionadas producto de la represión y la negación de lo
que sentimos.
Durante la crianza, cuando un niño o adolescente expresa rabia o enojo, se le niega rotundamente el derecho de sentirse molesto. Cuando manifiesta tristeza, se le distrae con un dulce o un juguete. Si es varón, le decimos que no es de hombres llorar, en lugar de permitirle saltar de la mente para conectar con sus emociones, vaciarse y restituir el equilibrio.
Todo lo que se reprime, se pervierte en la sombra y sale en algún momento multiplicado y empeorado. Negar o censurar lo que sentimos nunca ha hecho que desaparezca. Sólo lo desplazamos al sótano oculto del inconsciente. De modo que las ganas reprimidas de llorar, patear, gritar, reír…, se acumulan como trastes sucios en el cuerpo. Se convierten en bombas de tiempo prestas a estallar con cualquier detonante. Es así como terminamos siendo adictos a substancias o conductas para aliviar el dolor provocado por heridas emocionales no sanadas, nos volvemos violentos, nos enfermamos… A mayor escala, estalla la delincuencia, el terrorismo, las guerras, producto de la violencia sumada y atrapada en una devastadora y creciente espiral.
Es común ocuparnos diariamente de nuestro aseo personal y el de nuestros hijos. Bañarse, lavarse los dientes, ordenar la habitación, son hábitos que practicamos e inculcamos a los pequeños. Sin embargo no planteamos la higiene emocional en nuestro esquema de prioridades. Responsabilizarnos de nuestras propias reacciones al margen de sus causas (porque él me insultó, porque tú me mentiste, porque ella me gritó…) también es asignatura pendiente para muchos adultos y que resulta oportuno transmitir a los pequeños. Nuestras reacciones -al margen de lo que las provoque- nos pertenecen. El modo en que las encaucemos es nuestra responsabilidad.
Valdría la pena gestionar la higiene emocional como hábito de vida. Procurar el momento adecuado para expresarnos o permitir que nuestros hijos se expresen libremente y sin censura (llorar, gritar, rabiar, verbalizar todo lo que pase por la mente, moverse según el cuerpo pida, golpear, patear, saltar, reír a carcajadas…) siempre, en un espacio seguro y sin riesgos de dañarse o dañar a otros (en la habitación con un cojín…).
Aceptado lo que sea que se manifieste en nuestro ser, liberados adecuada y respetuosamente cuerpo y mente, será más factible construir una salud emocional genuina y sostenible capaz de permitirnos relaciones conscientes y no violentas. Por otra parte, nuestros hijos se beneficiarán con capacidades y herramientas de autoconocimiento y conexión consciente con sus emociones. Además, les ayudaremos a desarrollar confianza en ellos mismos para intimar y comunicarse con honestidad y con respeto en sus relaciones a lo largo de las etapas de su vida, presente y futura.
Durante la crianza, cuando un niño o adolescente expresa rabia o enojo, se le niega rotundamente el derecho de sentirse molesto. Cuando manifiesta tristeza, se le distrae con un dulce o un juguete. Si es varón, le decimos que no es de hombres llorar, en lugar de permitirle saltar de la mente para conectar con sus emociones, vaciarse y restituir el equilibrio.
Todo lo que se reprime, se pervierte en la sombra y sale en algún momento multiplicado y empeorado. Negar o censurar lo que sentimos nunca ha hecho que desaparezca. Sólo lo desplazamos al sótano oculto del inconsciente. De modo que las ganas reprimidas de llorar, patear, gritar, reír…, se acumulan como trastes sucios en el cuerpo. Se convierten en bombas de tiempo prestas a estallar con cualquier detonante. Es así como terminamos siendo adictos a substancias o conductas para aliviar el dolor provocado por heridas emocionales no sanadas, nos volvemos violentos, nos enfermamos… A mayor escala, estalla la delincuencia, el terrorismo, las guerras, producto de la violencia sumada y atrapada en una devastadora y creciente espiral.
Es común ocuparnos diariamente de nuestro aseo personal y el de nuestros hijos. Bañarse, lavarse los dientes, ordenar la habitación, son hábitos que practicamos e inculcamos a los pequeños. Sin embargo no planteamos la higiene emocional en nuestro esquema de prioridades. Responsabilizarnos de nuestras propias reacciones al margen de sus causas (porque él me insultó, porque tú me mentiste, porque ella me gritó…) también es asignatura pendiente para muchos adultos y que resulta oportuno transmitir a los pequeños. Nuestras reacciones -al margen de lo que las provoque- nos pertenecen. El modo en que las encaucemos es nuestra responsabilidad.
Valdría la pena gestionar la higiene emocional como hábito de vida. Procurar el momento adecuado para expresarnos o permitir que nuestros hijos se expresen libremente y sin censura (llorar, gritar, rabiar, verbalizar todo lo que pase por la mente, moverse según el cuerpo pida, golpear, patear, saltar, reír a carcajadas…) siempre, en un espacio seguro y sin riesgos de dañarse o dañar a otros (en la habitación con un cojín…).
Aceptado lo que sea que se manifieste en nuestro ser, liberados adecuada y respetuosamente cuerpo y mente, será más factible construir una salud emocional genuina y sostenible capaz de permitirnos relaciones conscientes y no violentas. Por otra parte, nuestros hijos se beneficiarán con capacidades y herramientas de autoconocimiento y conexión consciente con sus emociones. Además, les ayudaremos a desarrollar confianza en ellos mismos para intimar y comunicarse con honestidad y con respeto en sus relaciones a lo largo de las etapas de su vida, presente y futura.
Meditaciones activas para toda la familia
En mi recorrido de autoconocimiento y búsqueda interior, he aprendido sobre terapias conocidas como meditaciones activas de Osho, que son muy sencillas y, que además, todos los miembros de la familia pueden administrar sin límite de dosis. Comparto algunas de ellas.
Respiración: Con el simple acto de hacernos conscientes de nuestra respiración, podemos relajarnos. Conviértete en testigo de tu respiración. Nota cómo el ritmo cambia según el estado de ánimo. Cuando estamos tensos y angustiados el ritmo se acelera y la respiración es entrecortada. En momentos así, llevar la respiración hacia un ritmo lento y profundo ayudará a relajarnos.
Terapia del cojín: Un buen ejercicio para drenar las emociones reprimidas es encerrarnos en la habitación, tomar un cojín y golpearlo, gritar, llorar o reír como locos dejando que el cuerpo exprese todo lo que necesite, sin juzgarlo. Podemos acompañar el ejercicio con música fuerte a tono con la descarga. Invitemos a los niños y adolescentes a practicar la terapia explicándoles que pueden hacer catarsis en un lugar seguro, donde no hagan daño ni a ellos, ni a los demás. Para no espantar a los vecinos podemos gritar con una toalla, almohada o el cojín sobre la boca. Al finalizar, es óptimo dedicar diez minutos a relajarnos con los ojos cerrados y en silencio. Cuando vaciamos emociones retenidas en el cuerpo y la mente, podemos responder desde la calma, sin alterarnos o sin actuar agresivamente frente a conflictos o situaciones cotidianas.
No Mente (Terapia del Giberish): Es una antigua técnica Sufí que consiste en emitir sonidos sin ningún significado para romper con el patrón lógico de la mente y descargar la “basura” acumulada en ella. Se trata de hablar en un idioma que no conozcamos (si no sabemos mandarín, hablamos mandarín; si no sabemos francés, hablamos francés). La idea es emitir sonidos sin significado (blabachucamichip…). Cambiamos el parloteo si este comienza a tener sentido o comenzamos a pensar. Sentados o caminando, acompañamos el ejercicio con gestos exagerados que implican movimientos de manos, brazos, expresiones del rostro, durante diez minutos. Luego de la catarsis disfrutamos la sensación de alivio en silencio, con los ojos cerrados, durante algunos minutos. El Giberish resulta muy efectivo para limpiar la tensión acumulada en la mente y abrir un espacio natural de relajación. Puede aplicarse en el aula o en casa cuando los niños están muy inquietos o hablando mucho, para conducirlos naturalmente hacia el silencio.
Baile como terapia para drenar tensiones: Osho decía “Baila intensamente hasta que dejes de ser quien baila y te conviertas en la danza misma”… Bailar libremente permite al cuerpo sacudir el polvo acumulado a lo largo del día. El baile es un puente directo con nuestra fuente de celebración y alegría. El baile como terapia para la relajación se practica dejando que el cuerpo se mueva de forma espontánea, sin coreografías y sin cuidarnos de que nos vean bien o mal. Aprovechemos cualquier momento o lugar (casa, escuela, no sólo fiestas) para bailar solos o con la familia. Incentivemos el baile en los niños y adolescentes. El baile como terapia se practica sin consumo de bebidas alcohólicas u otras substancias. Recordemos siempre respirar con totalidad.
Para que estas técnicas funcionen, hay que practicarlas habitualmente.
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En mi recorrido de autoconocimiento y búsqueda interior, he aprendido sobre terapias conocidas como meditaciones activas de Osho, que son muy sencillas y, que además, todos los miembros de la familia pueden administrar sin límite de dosis. Comparto algunas de ellas.
Respiración: Con el simple acto de hacernos conscientes de nuestra respiración, podemos relajarnos. Conviértete en testigo de tu respiración. Nota cómo el ritmo cambia según el estado de ánimo. Cuando estamos tensos y angustiados el ritmo se acelera y la respiración es entrecortada. En momentos así, llevar la respiración hacia un ritmo lento y profundo ayudará a relajarnos.
Terapia del cojín: Un buen ejercicio para drenar las emociones reprimidas es encerrarnos en la habitación, tomar un cojín y golpearlo, gritar, llorar o reír como locos dejando que el cuerpo exprese todo lo que necesite, sin juzgarlo. Podemos acompañar el ejercicio con música fuerte a tono con la descarga. Invitemos a los niños y adolescentes a practicar la terapia explicándoles que pueden hacer catarsis en un lugar seguro, donde no hagan daño ni a ellos, ni a los demás. Para no espantar a los vecinos podemos gritar con una toalla, almohada o el cojín sobre la boca. Al finalizar, es óptimo dedicar diez minutos a relajarnos con los ojos cerrados y en silencio. Cuando vaciamos emociones retenidas en el cuerpo y la mente, podemos responder desde la calma, sin alterarnos o sin actuar agresivamente frente a conflictos o situaciones cotidianas.
No Mente (Terapia del Giberish): Es una antigua técnica Sufí que consiste en emitir sonidos sin ningún significado para romper con el patrón lógico de la mente y descargar la “basura” acumulada en ella. Se trata de hablar en un idioma que no conozcamos (si no sabemos mandarín, hablamos mandarín; si no sabemos francés, hablamos francés). La idea es emitir sonidos sin significado (blabachucamichip…). Cambiamos el parloteo si este comienza a tener sentido o comenzamos a pensar. Sentados o caminando, acompañamos el ejercicio con gestos exagerados que implican movimientos de manos, brazos, expresiones del rostro, durante diez minutos. Luego de la catarsis disfrutamos la sensación de alivio en silencio, con los ojos cerrados, durante algunos minutos. El Giberish resulta muy efectivo para limpiar la tensión acumulada en la mente y abrir un espacio natural de relajación. Puede aplicarse en el aula o en casa cuando los niños están muy inquietos o hablando mucho, para conducirlos naturalmente hacia el silencio.
Baile como terapia para drenar tensiones: Osho decía “Baila intensamente hasta que dejes de ser quien baila y te conviertas en la danza misma”… Bailar libremente permite al cuerpo sacudir el polvo acumulado a lo largo del día. El baile es un puente directo con nuestra fuente de celebración y alegría. El baile como terapia para la relajación se practica dejando que el cuerpo se mueva de forma espontánea, sin coreografías y sin cuidarnos de que nos vean bien o mal. Aprovechemos cualquier momento o lugar (casa, escuela, no sólo fiestas) para bailar solos o con la familia. Incentivemos el baile en los niños y adolescentes. El baile como terapia se practica sin consumo de bebidas alcohólicas u otras substancias. Recordemos siempre respirar con totalidad.
Para que estas técnicas funcionen, hay que practicarlas habitualmente.
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Hemos hablado sobre la importancia de permitirse sentir y entrar en contacto consciente con nuestras emociones para el desarrollo de un bagaje emocional saludable. Nuestra más reciente emisión ampliada, la dedicamos a destacar la importancia de la higiene de las emociones como práctica imprescindible para construir respuestas no violentas genuinas y sostenibles en nuestras relaciones y especialmente durante la crianza. Todos sabemos que en la medida en que nos encontramos estresados, aumenta la agresividad y que cuando vaciamos emociones retenidas en el cuerpo y la mente, podemos responder desde la calma, sin alterarnos o sin actuar agresivamente frente a conflictos o situaciones cotidianas. Así que para prevenir violencia, es necesario encausar oportunamente las tensiones.
Ya puedes disfrutar del podcast con la emisión ampliada
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