La
psicoterapeuta y autora argentina Laura Gutman, recomienda escribir en el
espejo del baño, donde nos vemos todos los días, para que nunca se nos olvide,
la frase que dice: Un niño nunca pide lo
que no necesita. ¿Crees que es una exageración? Te invito a observar
la misma realidad cotidiana en el ejercicio de la crianza de los hijos, a
partir de nuevos referentes.
Circula información
nada realista acerca de lo que nuestros pequeños realmente necesitan. De
infinitas formas y desde que nacen, las
criaturas son víctimas de este drama. Veamos uno de los más comunes mal
entendidos en la crianza. Las últimas investigaciones de la neurociencia han
demostrado que un bebé - por naturaleza carente de autonomía y absolutamente
dependiente de los cuidados maternos - se estresa fácilmente y llora al estar
solo, porque el mecanismo de supervivencia de su diseño evolutivo dicta que se le disparen las alarmas cuando se
encuentra separado del cuerpo de su cuidador. Por lo tanto, un bebé alejado del
cuerpo de la madre, sufre con la intensidad de sentir que está en peligro de
muerte. Pero ¿qué dice la conseja popular?, dice que el bebé llora por capricho
y además presiona a la madre para que no
lo coja en brazos con el argumento de que lo va a “mal acostumbrar”. Entonces
la pobre criatura queda desamparada, sin consuelo, segregando una enorme
cantidad de cortisol (hormona del estrés)
que no puede gestionar y que sabotea el desarrollo de su cerebro en formación. Además, aprende
que, en este mundo en el que acaba de aterrizar, no vale la pena pedir ayuda
porque nadie va a acudir a calmarla.
La mayoría de
los adultos somos el producto de esta puericultura rígida y represiva, repleta
de argumentos que degradan las
necesidades legítimas de los pequeños a la categoría de capricho o mala crianza.
Nuestras necesidades infantiles también fueron degradadas y desestimadas. Por
eso se nos hace difícil encontrar un lugar emocional desde donde sentir que el reclamo de amor, cuerpo materno, acompañamiento paterno, consuelo, mirada, atención…
surge, no por tonterías, sino por un pedido genuino de nuestros pequeños. Y la calamidad de todo este mal entendido es que
al ser desestimados y desoídos, los pedidos
terminan por reclamarse de manera desplazada.
Ejemplo
típico: Carlitos de cuatro años necesita que su papá lo vea, le hable, juegue
con él. Carlitos se lo pide varias veces de diferentes formas a su papá, pero
su papá no escucha porque está ocupado leyendo la prensa o atendiendo el celular.
Carlitos se queda jugando solo y sin querer rompe el jarrón de cristal con
la pelota. Entonces su papá deja todo lo
que está haciendo y voltea para
regañarlo o pegarle. Carlitos descubre
que rompiendo el jarrón, obtuvo la mirada de papá.
En lo sucesivo
cuando nuestro hijo o hija exprese rabia, frustración o “mal comportamiento”, vale
la pena que miremos detrás de la superficie hasta encontrar aquella necesidad original
que no fue satisfecha (atención, brazos, mimos, juegos, mirada, trato
respetuoso, conexión emocional…) y que ahora expresa de un modo que logra
atraer nuestra atención (gritos, llantos excesivos, enfermedad, violencia, rebeldía…).
Buscar nuevos
referentes que aporten información veraz sobre las necesidades de nuestros
hijos en cada momento evolutivo de su desarrollo, es fundamental. Palabras claves para la búsqueda: Crianza de
apego, natural, respetuosa… Les doy otro
dato: la voz del corazón nunca miente.
Antes de
concluir que nuestro hijo es un malcriado, nos manipula o se porta mal, recordemos
la axiomática frase de la Gutman: “Un
niño nunca pide lo que no necesita”. Todos sus pedidos proceden de necesidades
legítimas. Nunca las descalifiquemos. Intentemos
comprenderlas y atenderlas oportunamente para que luego no salgan por la puerta
trasera.
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