"Cualquier cosa que provoque dolor en los niños es una pésima estrategia de crianza" Felipe Lecannelier
Si los preescolares o escuelas infantiles estuvieran pensados por y para los niños, ¿por qué tendrían que sufrir para adaptarse a ellos?
Una mamá joven dejó a su hijo de dos años en su primer día de preescolar y cuenta desgarrada que se lo entregaron con los ojos hinchados y ronco de tanto llorar. Dice que pasó la noche prendido en fiebre. Otra mamá compara el aula del preescolar de su hijo con un pasillo del terror, relatando la horrible experiencia de escuchar llantos desgarrados de niños desesperados al verse arrancados de la presencia segurizante de sus padres y lanzados sin más a un lugar desconocido... Historias así brotan a raudales durante el período de reinicio escolar.... sin embargo seguimos llamando a las guarderías y preescolares, lugares especializados en cuidado infantil...
¿En qué momento se nos congeló el alma, para sentir como normal el llanto desgarrado de un niño durante una adaptación escolar irrespetuosa?
Hay cosas que por principio ético no se hacen, sea que den el resultado esperado o no. Pegarle a un
niño para modificar un comportamiento no deseado, dejar a un niño reventándose en llanto para que duerma
toda la noche sin molestar a los padres o para que no se “malcríe” o para que se acostumbre a quedarse en la escuela, constituyen abusos sistematizados y naturalizados
socialmente. Niños forzados a quedarse en la escuela o guardería sin que respetemos sus tiempos ni sus necesidades, obligados a
plegarse a la comodidad de un mundo adultocentrista que establece sus propias
prioridades en detrimento de las necesidades biológicas y afectivas infantiles. Un mundo de adultos carentes de
sensibilidad y de disposición para asegurar los medios
necesarios que consoliden una transición suave, respetuosa y amable para nuestros pequeños.
La ocasión es auspiciosa para detenernos a reflexionar y poner sobre la palestra
el neurálgico asunto de la carencia de períodos idóneos de integración o adaptación escolar.. Es hora de comenzar a indagar sobre lo que nuestros chiquitines están sintiendo. Hagamos el esfuerzo de establecer conexión con su alma infantil y entender cómo registran emocionalmente el inicio de la experiencia escolar
desprendidos de su hogar y del contacto con su figura o figuras de apego
principales para ingresar a una institución bajo el cuidado de personas desconocidas, con horarios y rutinas
nuevas, basadas en exigencias desmedidas, alejadas de las necesidades naturales
y propias de su momento evolutivo, donde además deben soportar la experiencia
sufriente de separación, sin un proceso previo,
adecuado, real y cabal de integración.
El período de adaptación escolar, debería constituirse en una norma, y debería contemplar un proceso que ayude realmente a los pequeños a digerir amablemente la
experiencia de la escolarización. Darles el tiempo que sea
necesario con la presencia o en compañía de alguno de sus padres o de un familiar en el que el niño confíe dentro del aula y llevárselo más temprano si es necesario, hasta
que progresivamente se quede tranquilo en la escuela, permitir que los padres
ingresen al aula toda vez que el niño lo requiera, entre otras
medidas, resulta crítico para elaborar la experiencia
de integración, sin violencia. Se trata de
tomar en cuenta y establecer como prioritarias las necesidades auténticas de niños que se encuentran aún en una etapa de desarrollo en la que no dominan por completo el lenguaje verbal, en la que no
han desarrollado la noción del tiempo y no saben
diferenciar cuatro u ocho horas, durante las cuales deben separase de sus
padres, de una vida entera. Niños que están acostumbrados a convivir en un ambiente familiar, a unas edades cuyo
principal requerimiento es el de vincularse con una figura de apego que sepa
interpretar y responder de inmediato sus necesidades, y que de pronto llegan a
un lugar físico desconocido, donde se
convierten en uno más entre muchos desconocidos sin
la madurez cognitiva ni emocional para digerirlo.
Salvo contadas excepciones, ni
las instituciones escolares, ni las leyes de protección a la infancia, ni la mayoría de padres y madres están conscientes de la importancia
que entraña para el desarrollo de la salud
física y emocional de los niños, establecer un correcto y
cabal proceso de integración escolar, amable y consecuente con
sus necesidades.
La psicóloga infantojuvenil Gladys Michelena, pionera y asesora en creación e implementación de períodos de integración escolar en preescolares de
Venezuela, plantea la siguiente pregunta, "si se supone que los
preescolares deberían ser lugares adaptados a sus
necesidades, ¿por qué los niños tienen que llorar cuando
ingresan?". Eso, queridos adultos, es justamente lo que permitimos que
pase. En la mayoría de los casos dejamos a los
pequeños reventándose en llanto hasta que se cansan y no les queda más remedio que resignarse, condenados a pasar por mucho miedo,
desamparo, mucha angustia de separación, sin que repararemos que, para ellos, esta situación es vivida como una experiencia con una carga violenta importante, es
decir, su primera experiencia de violencia escolar.
Y es que las guarderías y preescolares no han sido diseñados para cubrir las auténticas necesidades de los pequeños. Han sido pensados como elementos del engranaje de un sistema
productivo que exige a los adultos salir a trabajar y dejar (en algunos casos,
literalmente depositar) a los pequeños en lugares institucionales
creados con presupuestos que no cubren los requerimientos de infraestructura,
calidad y cantidad de servicios y de profesionales para satisfacer las verdaderas
necesidades de los niños. Esto tiene que cambiar y el
cambio depende de cada uno de nosotros.
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Y eso sin contar que después les toca ingresar en el sistema de educación inicial (preescolar) donde comienza el BULLYING o acoso escolar.
ResponderEliminarYo, por mi parte, cuando me ingresaron al sistema de educación inicial, tuve más problemas de "adaptabilidad" porque no se sabía que tenía una condición neurológica llamada síndrome de Asperger (que en 1982-83 era desconocida en Venezuela). Primero, un neurocirujano me diagnosticó como "anormal", mas al año siguiente, en 1983, se me diagnosticó "autismo leve a moderado".