¿Qué hacemos con nuestros hijos y el consumo excesivo de pantallas? ¿Te has detenido a observar cómo cambia el comportamiento de los niños en una fiesta infantil con barra libre de dulces y refrescos? Se tornan inquietos, impulsivos, ¿cierto?…
Sabemos que existen consumos naturalizados en nuestras sociedades que son muy poco o nada saludables. Entre dichos comportamientos de consumo se encuentra el uso excesivo de nuevas tecnologías. Como con las chucherías, dejar a los niños barra libre para el consumo de pantallas resulta pernicioso para su comportamiento inmediato y para su desarrollo en general (social, físico, neurológico, cognitivo).
En esta nota no me voy a extender con explicaciones sobre los riesgos o el daño que provocan las pantallas. Ya hay abundantes estudios publicados en la red que lo explican muy bien. En mi caso cuento con la casuística de las consultas de coaching de crianza en las donde los progenitores relatan que al restringir celulares, tabletas y tele se ven obligados a sobrellevar, literalmente, el síndrome de abstinencia de sus hijos, incluso muy pequeños, hasta que progresivamente notan una importante mejoría muy parecida a una desintoxicación.
Esto ya dice bastante sobre lo adictiva que puede llegar a ser la exposición a pantallas.
Y no se trata de demonizar a las “nuevas tecnologías” porque en determinados contextos, a determinadas edades y supervisando adecuadamente tiempos y contenidos pueden ser incluso favorables sobre algunos aspectos del desarrollo o aprendizaje. Pero lamentablemente el consumo general de pantallas está bastante viciado y repercute negativamente en el desarrollo de los niños y adolescentes.
En esta nota hablaremos sobre lo que podemos hacer para conseguir que nuestros hijos dejen de ver pantallas o regulen de forma saludable la exposición a las mismas.
Lo primero que tengo para decir es que en general los niños ven pantallas porque nadie los ve a ellos, porque se sienten aburridos, porque se sienten emocionalmente desconectados, porque no tienen la posibilidad de otras cosas que hacer que les interesen realmente, no tienen espacio ni tiempo para jugar con otros niños libremente, sin instrucciones, sin agendas, sin largas horas de encierro e inmovilización en instituciones escolares o en sus casas, prácticamente solos o con la tele de niñera, porque tampoco hay adultos disponibles para conectar, interactuar, acompañar o proponer experiencias más atractivas.
Los adultos ofrecemos o ponemos a disposición de los niños y jóvenes las pantallas para que desvíen sus demandas de atención, juego, interacción hacia otro foco en aras de nuestra propia comodidad o de preservar nuestras prioridades organizativas.
La solución a este problema aunque pueda enunciarse de manera sencilla, requiere de mucho esfuerzo y compromiso emocional de nuestra parte. Precisamos replantearnos nuestros vínculos, el tiempo de interacción y la calidad de la conexión con nuestros hijos, esforzarnos más por ofrecerles alternativas que despierten el interés y la motivación para hacer otras cosas diferentes a ver la tele todo el día. No basta con exigir al niño o al adolescente que apague la tele o que suelte el celular con una prohibición cuando se siente desesperadamente necesitado de refugiarse en ellas. Y es que la necesidad de exposición a las pantallas no es el problema sino la solución que encuentra el niño o el adolescente al problema original de vacío emocional, de falta de posibilidad de satisfacer sus necesidades motoras, de movimiento y exploración, de socialización, de juego libre y creativo, de vínculo. El “refugio”que encuentran nuestros hijos al llegar agotados a casa con la necesidad de “disociarse”, después de jornadas largas en la escuela sometidos a exigencias desmedidas, a experiencias aburridas bajo ambientes sobre regulados y autoritarios, poco amorosos y nada amables con sus necesidades y ritmos.
Entonces lo primero por hacer es acercarte a tu hijo o hija, sea niño o adolescente, y escucharle. Deja de lado los sermones, discursos, amenazas, premios, castigos… y escúchalo activamente para tratar de entender lo que le pasa, cómo se siente, qué necesita. Demuestra tu disposición de compensar esa necesidad o de ayudarle a conseguirlo.
Lo segundo es que dejes ya de usar las pantallas como alternativas para mantener “tranquilo” a tu hijo o hija, para que no molesten, para que no te llamen tantas veces mientras tú resuelves tus cosas. ¿Te va a costar tiempo y esfuerzo? Seguramente sí, pero te invito a mirar en perspectiva. Piensa en los dolores de cabeza que te ahorrarás evitando las consecuencias nada saludables presentes y de cara al futuro para tus hijos fruto de la sobreexposición a las pantallas.
¿Y que tipo de alternativas ofrecer? Si conoces bien a tu hijo o a tu hija seguro sabrás qué le resulta más atractivo o le interesa más: los dinosaurios u otros animales, los cuentos de aventuras, algún deporte, pintar, manualidades… busca actividades distintas a las nuevas tecnologías que estén vinculadas con sus intereses y facilítale el acceso preferiblemente en ambientes naturales y no en instituciones, que para eso ya han tenido bastante con estar casi todo el día en la escuela.
En general opino que con los niños menores de seis años, mientras más cerca estemos de cero consumo de pantallas, mejor, salvo que sea para comunicación o interacción con familiares que se encuentren distantes físicamente, siempre con la supervisión de adultos de referencia.
Con niños mayores de siete es imprescindible regular tiempos razonables de exposición y contenidos. Preferiblemente en dispositivos sin conexión a internet donde previamente habremos seleccionado películas, series, juegos apropiados para su edad, libres de violencia, incitación al consumo, hipersexualización, sexismo, etc., basándonos en sus intereses y que podremos variar de tanto en tanto.
Es importante nuestra supervisión constante. Observar, acercarnos periódicamente, mirar si hay alguna curiosidad o inquietud de nuestro hijo que podamos ayudar a despejar o si hay alguna señal que nos indique que está ante contenidos inapropiados o que está muy enganchado para redirigirlo a tiempo, proponiendo alternativas más saludables.
Con niños de siete años en adelante podemos establecer estas normas o límites de uso mediante acuerdos. Como todo proceso de aprendizaje, los acuerdos toman tiempo para ser interiorizados. La paciencia y persistencia son clave. No hay que desistir si no vemos resultados inmediatos. Una buena negociación o acuerdo siempre conlleva a renuncias de ambas partes y al mismo tiempo significa ganancia para ambas partes (tú quieres que tu hijo de ocho años vea cero pantallas, tú hijo quiere ver pantallas todo el día, tú renuncias a tu deseo de cero pantallas y te muestras dispuesta a negociar por una hora al día, tu hijo renuncia al deseo de ver pantallas todo el día y propone dos horas, luego acuerdan hasta llegar a un punto medio, etc.).
Es importante saber que una imposición no es un acuerdo. Los acuerdos se realizan sobre un tema concreto: el tema es la tele y acordamos cuánto tiempo y qué contenidos verás). No se establecen sobre dos temas diferentes: si te comes todo el almuerzo podrás ver la tele. Esto último es imposición, castigo o chantaje, no es acuerdo.
Para establecer y recordar los acuerdos se precisa un clima previo de confianza, donde todos estemos relajados. Comunicar de forma clara y firme con un tono amable, cómplice, sin posturas educativas arrogantes o autoritarias. Demostrar lo que pides con tu postura, con tu cuerpo, la mirada, la emoción y las palabras alineadas de forma coherente. Podemos hacer recordatorios amables siempre privilegiando el contacto visual, corporal y afectivo que tanto esperan y necesitan los niños de sus padres (cariño ya estamos cerca del momento de apagar la tele para hacer otra cosa, dame un abrazo, te amo, etc.…).
Recuerda proponer alternativas. Reintenta las veces que sea necesario. Anticípate tomando en cuenta el factor cansancio, hambre u otros que generen alteración emocional en tu hijo o en ti y que pueden dinamitar las condiciones para sostener acuerdos, desencadenando conflictos.
Igual puede suceder que en algún momento o circunstancia no quede más alternativa que un no rotundo a la tele o al videojuego. Aún así podemos empatizar con la frustración de nuestro hijo o hija (entiendo que te moleste mucho mi decisión, lo siento mucho cariño, pero no puedo permitirlo por…)
Es importante que seamos consistentes con el cumplimiento de la norma o del límite que regula el tiempo de uso o de cero uso de pantallas. Recuerda que tras el uso excesivo de nuevas tecnologías existe una vulnerabilidad previa.
El riesgo de desarrollar adicción es directamente proporcional a las carencias de necesidades básicas de conexión, juego, socialización, que impulsan a tus hijos a depender de las mismas. Siempre centrar el foco en la causa en lugar de tratar de eliminar el síntoma.