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domingo, 2 de octubre de 2011

La lentitud nos humaniza





 
"Lentitud es belleza", escribió la poeta peruana Blanca Varela. ¡Cuánta verdad hay en ese verso!. Desde siempre he sentido el exceso de velocidad que imprimimos a todo  como uno de los grandes males de esto que llamamos progreso y vida moderna. Siempre andamos de carreras, sin darnos tiempo para vivir cada experiencia al ritmo natural y propio que ésta necesita o sin darnos permiso de hacer nada. La velocidad se ha sobrevalorado mientras la lentitud se estigmatiza. En nuestra sociedades exitistas se cree que andar más rápido y haciendo cosas sin parar nos vuelve más productivos, nos mantiene en el carril del logro y la ganancia, en cambio la lentitud es vinculada con fracaso, atributo de bobos, flojos y perdedores. Casi nadie se detiene a preguntar  ¿hacia dónde corro con tanta prisa? ¿para qué? ¿para llegar a dónde, exactamente?   

Al ritmo de la aceleración propia de estos tiempos, entraban  tweets a mi Time Line esta tarde de domingo, cuando pillé uno de Carl Honoré (@carlhonore) , periodista afincado en Londres, pionero del movimiento de la vida lenta y autor de "El elogio a la lentitud" y "Bajo Presión". El tweet llevaba la leyenda siguiente: "¿Podemos aprender a frenar nuestras ajetreadas vidas y dedicar más tiempo a lo humano?", seguida de un enlace hacia el video con la conferencia TED dictada por este mismo periodista y autor, y  que me pareció fundamental compartir en este post.  Se pueden escuchar en la conferencia de Honoré muchas reflexiones sustantivas y preclaras sobre la calidad de vida, la salud y el bienestar de la humanidad. Además de explicar los perjuicios de vivir desenfrenadamente, Carl Honoré habla de los beneficios de la vida lenta,  la comida lenta, el sexo lento, la crianza de los hijos y el trabajo realizados con calma... Nos cuenta como es que se nos dificulta desacelerar el ritmo de vida porque la velocidad nos hace segregar adrenalina y por lo tanto se torna adictiva, y dice que la velocidad se convierte en una forma de aislarnos de las preguntas más grandes y profundas: “Nos llenamos de distracciones, nos ocupamos. Así no tenemos que preguntarnos, ¿estoy bien?, ¿estoy feliz?, ¿mis hijos están creciendo bien?...” Esto último me quedó resonando  y provocándome más preguntas: ¿nos hemos detenido a pensar que el tiempo de los niños es lento y acompasado con los ritmos naturales, en relación a los adultos contaminados por la prisa?, ¿estamos conscientes de cómo nuestras carreras diarias suponen un conflicto con el  ritmo natural de la crianza?, ¿nos damos cuenta de cómo este conflicto entre nuestra velocidad y el tiempo natural de los niños puede acarrear maltrato, abandono, desamparo, falta de conexión y compromiso emocional o saturación de exigencias y demandas poco realistas e irrespetuosas con las necesidades de nuestros hijos?, ¿por qué no somos capaces de detener las carreras, bajar la velocidad y tomarnos el tiempo para conectar y acompasarnos al ritmo de nuestros peques?, ¿en qué momento permitimos que la necesidad de vivir a toda prisa se hiciera más fuerte que el amor que sentimos por ellos?...

Dicen los tibetanos que cuando estamos en la mente vamos ofuscados por la prisa, pero cuando estamos en el corazón, que es donde siempre están los niños, nos acompasamos al ritmo del aquí y el ahora. ¿Te animas a dar el salto de la mente al corazón? Ahora es un buen momento.


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El día que dejé de decir "date prisa" Por Rachel Macy Stafford

1 comentario:

  1. otro excelente post. yo soy de esas que siempre andan a la carrera y he aprendido a bajar el ritmo gracias a mi chiquito. ¡el sabe mejor que nadie como criar buenos padres! jajaja un abrazo.

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