Porque la vida
es cambio constante, invito siempre a padres y maestros a actualizar sus referentes
para criar y educar a niños y adolescentes.
De no hacerlo, corremos el riesgo de atascarnos en fórmulas
vencidas. Esto me quedó muy claro cuando
recientemente visité un conocido colegio de Caracas, muy reputado por el nivel
académico e incluso por la importancia que dan a la formación musical así como
a distintas disciplinas artísticas y deportivas. Sin embargo, al igual que en la mayoría de
los colegios de Venezuela y del mundo, otorgan muy poca o ninguna importancia a
la educación emocional.
A dicho
colegio fui para sostener una charla con niños de un salón de primaria envueltos
en episodios de violencia escolar, un problema bastante extendido y agravado durante los últimos años en las escuelas
venezolanas de todas las esferas sociales.
No acostumbro a trabajar con alumnos. Me dedico a orientar a formadores,
es decir, a padres y adultos responsables de la crianza y educación de los
pequeños. Pero fui a la charla por un niño
que ocupa un lugar muy especial en mis afectos. Y no es que no me guste trabajar directamente
con los muchachos en colegios. Lo que no me gusta es que mi trabajo consista en
reparar daños, cuando soy una convencida de que es mucho más eficiente prevenir,
y cuando me queda muy claro que la
violencia escolar no es más que la reedición de las infinitas dosis de
violencia visibles e invisibles
generadas diariamente en la crianza.
Las aulas de
clase, los patios de recreo, canchas deportivas, baños y pasillos de instituciones escolares están repletos de
alumnos con la impronta de habitar nidos abandonados, con padres tragados por
el mundo exterior, social, laboral… padres ausentes durante ocho a doce horas al día,
o con escasa o ninguna disposición emocional para averiguar e interpretar las
reales necesidades de sus hijos. De hogares perturbados por aguas emocionales
turbulentas, territorios signados por la
falta de mirada, contención, por la distancia afectiva, por abusos naturalizados
en el trato hacia los niños y adolescentes.
De modo que la organización de estrategias de sobrevivencia de estos
niños y adolescentes, se traduce en más violencia desplegada desde el rol de víctimas,
de victimarios, adicciones, etc.. Estas
dinámicas violentas que nacen en el hogar, se retroalimentan y hacen
socialmente visibles en el lugar institucional donde se reúnen y conviven con
sus pares y con sus maestros a lo largo de la mayor parte del día.
A la escuela,
llegan alumnos contagiados de un hogar y de un país violentos, pero en la
escuela -donde se supone deben recibir
contención y orientación- tampoco encuentran el espacio ni el apoyo para poner
palabras a lo que sienten, ni para expresar y elaborar el cúmulo de heridas
emocionales que los inquietan. Por tanto, se les priva de la oportunidad para
dar un orden a aquello que les angustia a fin de apropiarse de las soluciones,
antes de que el problema los devore. Lo
más probable, en cambio, es que en la escuela encuentren un medio tanto o más
hostil, directivo, represivo y carente
de afecto, que en el hogar.
Dice Claudio
Naranjo, psiquiatra y autor chileno, que la educación en la escuela como principio, debe ser integral, para lo cual es imprescindible incluir la educación
emocional. Concretar este cambio en el modelo educativo se hace perentorio,
señala Naranjo, si tomamos en cuenta que en las sociedades actuales, la gente
ya llega dañada a la escuela (rabiosa, violenta, deprimida, triste, desmotivada,
asustada) como por una suerte de plaga emocional que se ha transmitido de
padres a hijos, y que la educación escolar tendría la ocasión de detener.
Añade Naranjo que las escuelas en lugar de centrarse en enseñar a pasar
exámenes, deberían volcarse a enseñar a
vivir, porque llamar educación a aquello que se limita a la transmisión -a
menudo forzada o inyectada- de información, es un mal uso de la palabra.
De modo que,
si en lugar de poner paños calientes, queremos arrancar de raíz el grave
problema de violencia escolar actual, y si además deseamos lograr una auténtica
transformación del individuo, entonces llegó el momento de trabajar honestamente
en una escuela que deje de ser concebida como el lugar para transmitir conocimientos
académicos, con el criterio de que la educación emocional se resuelve organizando
un “día del abrazo en familia”, en lugar de integrarla en cada hora del
calendario escolar. Porque sin educación emocional, no hay cultura, ni academia que nos saque de las sombras.
Berna querida, importante reflexión que nos invita a pensar. Cabe también apuntar la mirada a otros niños que quizás no conforman el grupo más común: los que vienen de hogares en los que predomina la crianza respetuosa y consiguen en el colegio una muestra del mundo real que describes. Deshumanizado, masificado, indolente, violento. Una vez más nadamos contra corriente. Me alvia pensar que algún día (no sé cuándo) nuestros hijos o nietos vivirán en un mundo mejor. Abrazos.
ResponderEliminarGracias, querida Vida. Tu inquietud es la misma que muchos padres y madres volcados a la crianza respetuosa me manifiestan constantemente. No está nada fácil el panorama, ciertamente es todo un desafío. Pero como ya sabes, no existen recetas, sólo principios que orientan la conducta y un camino a menudo lleno de escollos y que debemos transitar acompañando a los hijos con mucho amor, paciencia y conciencia despierta.
ResponderEliminarInteresante ambas propuestas de reflexión. Agradezco el tiempo y dedicación que tiene Berna para seguir formando y procurando hacer de éste un mundo mejor. Me agradaría saber si desde su experiencia ha conocido algún lugar en Caracas donde se integre a los padres a la formación académica y empaticen con las necesidades emocionales de sus alumnos. Saludos!
ResponderEliminarInteresante ambas propuestas de reflexión. Agradezco el tiempo y dedicación que tiene Berna para seguir formando y procurando hacer de éste un mundo mejor. Me agradaría saber si desde su experiencia ha conocido algún lugar en Caracas donde se integre a los padres a la formación académica y empaticen con las necesidades emocionales de sus alumnos. Saludos!
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