Colores y
juegos de niñas o de niños, emociones de mujer o de hombre, trabajos de hombre
o de mujer… en fin, una cosa o la otra excluyéndose mutuamente entre sí en una
suerte maniquea que limita posibilidades enriquecedoras para el ser humano, independientemente
de su sexo, sin dejar paso a matices, preguntas, reflexiones…
Ciertamente hay
que reivindicar las diferencias que son connaturales a la esencia femenina o
masculina, pero vale la pena preguntarse ¿en qué medida nuestras creencias
sobre los roles basados en identidades de género responden a la verdadera
naturaleza, y en qué medida emanan de un constructo hegemónico condicionado por
más de cinco mil años de civilización patriarcal?
En cualquier lugar
del mundo, al margen de las diferencias culturales, es muy probable encontrarse inmersos, con mayor o menor
intensidad, dentro de familias que crían
hembras y machos en lugar de seres humanos. Esto genera costos importantes
para la salud, la dicha y el equilibrio de nuestros propios hijos e hijas. Veamos
por qué.
En el caso de
la construcción del género para los varones, la violencia refuerza la
masculinidad. Desde que el hombre nace, es educado con juguetes bélicos y
deportes agresivos. Se les reprime el derecho a la expresión de emociones
vinculadas con la feminidad como la ternura y el llanto. Que un varón hable de
sus sentimientos hace despertar sospechas. Este modo de pensar colectivo se
recoge en frases como “los hombres no lloran, los hombres pelean” o “sea macho
y aguante”. Luego vemos prevalencia masculina en las estadísticas mundiales de
infartos, adicciones, accidentes de tránsito, asesinatos, delincuentes,
presidiarios... Criados así, los hombres terminan por convertirse en un factor
de riesgo, para sí mismos, para otros hombres y para las mujeres.
Por otra
parte, criamos a las niñas con características atribuidas a la feminidad, tales
como sumisión y dependencia, formando así a víctimas de toda clase de
violencia, a criaturas vulnerables ante amenazas y disminuidas frente a
oportunidades de empoderamiento. Y si creemos que ya dejamos atrás estos
modelos, preguntémonos porqué la equidad
de géneros figura a estas alturas del siglo XXI, como el
tercer Objetivo de Desarrollo del Milenio.
No cabe duda
de que la reproducción de este orden imperante en nuestro planeta es de
responsabilidad coproducida por hombres y mujeres, lo cual nos remite a una solución
que también debe ser coproducida.
Antonio Pignatiello,
psicoanalista y profesor de la Universidad Central de Venezuela e investigador
de temas de género, explica que durante la crianza, los ejemplos del modo en
que perpetuamos este constructo social, pueden ser muchos y muy cotidianos, e
invita a padres y madres a hacerse preguntas: ¿por qué si un varón quiere jugar
con muñecas pensamos que será algo grave para su desarrollo?, ¿por qué vivimos
la masculinidad como algo que estuviera siempre a punto de perderse?, ¿por qué a las niñas se les exige más orden y
con los varones somos más permisivos con el desorden?, ¿cuántas veces es papá
el que se ocupa de quehaceres domésticos o del cuidado de los hijos y cuántas
veces es tarea dejada sólo a las madres?, ¿por qué la crianza se asocia sólo con
maternidad cuando es también paternidad?...
La invitación,
como siempre, es a vivir la aventura del darse cuenta, observando la misma realidad cotidiana en el ejercicio de
la crianza dispuestos a cuestionarnos el modo en que lo hemos hecho siempre, al
tiempo de abrirnos hacia posibilidades más retadoras, pero sobre todo más conscientes.
Email: conocemimundo@gmail.com
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