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jueves, 20 de septiembre de 2012

Ni doncellas complacientes ni machos súper poderosos



Colores y juegos de niñas o de niños, emociones de mujer o de hombre, trabajos de hombre o de mujer… en fin, una cosa o la otra excluyéndose mutuamente entre sí en una suerte maniquea que limita posibilidades enriquecedoras para el ser humano, independientemente de su sexo, sin dejar paso a matices, preguntas, reflexiones…
Ciertamente hay que reivindicar las diferencias que son connaturales a la esencia femenina o masculina, pero vale la pena preguntarse ¿en qué medida nuestras creencias sobre los roles basados en identidades de género responden a la verdadera naturaleza, y en qué medida emanan de un constructo hegemónico condicionado por más de cinco mil años de civilización patriarcal?    
En cualquier lugar del mundo, al margen de las diferencias culturales, es muy probable  encontrarse inmersos, con mayor o menor intensidad, dentro de familias que crían hembras y machos en lugar de seres humanos. Esto genera costos importantes para la salud, la dicha y el equilibrio de nuestros propios hijos e hijas. Veamos por qué.
En el caso de la construcción del género para los varones, la violencia refuerza la masculinidad. Desde que el hombre nace, es educado con juguetes bélicos y deportes agresivos. Se les reprime el derecho a la expresión de emociones vinculadas con la feminidad como la ternura y el llanto. Que un varón hable de sus sentimientos hace despertar sospechas. Este modo de pensar colectivo se recoge en frases como “los hombres no lloran, los hombres pelean” o “sea macho y aguante”. Luego vemos prevalencia masculina en las estadísticas mundiales de infartos, adicciones, accidentes de tránsito, asesinatos, delincuentes, presidiarios... Criados así, los hombres terminan por convertirse en un factor de riesgo, para sí mismos, para otros hombres y para las mujeres.
Por otra parte, criamos a las niñas con características atribuidas a la feminidad, tales como sumisión y dependencia, formando así a víctimas de toda clase de violencia, a criaturas vulnerables ante amenazas y disminuidas frente a oportunidades de empoderamiento. Y si creemos que ya dejamos atrás estos modelos,  preguntémonos porqué la equidad de géneros figura a estas alturas del siglo XXI,   como el tercer Objetivo de Desarrollo del Milenio.
No cabe duda de que la reproducción de este orden imperante en nuestro planeta es de responsabilidad coproducida por hombres y mujeres, lo cual nos remite a una solución que también debe ser coproducida.  
Antonio Pignatiello, psicoanalista y profesor de la Universidad Central de Venezuela e investigador de temas de género, explica que durante la crianza, los ejemplos del modo en que perpetuamos este constructo social, pueden ser muchos y muy cotidianos, e invita a padres y madres a hacerse preguntas: ¿por qué si un varón quiere jugar con muñecas pensamos que será algo grave para su desarrollo?, ¿por qué vivimos la masculinidad como algo que estuviera siempre a punto de perderse?,  ¿por qué a las niñas se les exige más orden y con los varones somos más permisivos con el desorden?, ¿cuántas veces es papá el que se ocupa de quehaceres domésticos o del cuidado de los hijos y cuántas veces es tarea dejada sólo a las madres?, ¿por qué la crianza se asocia sólo con maternidad cuando es también paternidad?...
La invitación, como siempre, es a vivir la aventura del darse cuenta, observando la  misma realidad cotidiana en el ejercicio de la crianza dispuestos a cuestionarnos el modo en que lo hemos hecho siempre, al tiempo de abrirnos hacia posibilidades más retadoras, pero sobre todo más conscientes. 


Email: conocemimundo@gmail.com
Twitter. @conocemimundo

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