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Estamos
criando muy aislados. Papá y mamá dentro de las cuatro paredes de un hogar (en
el mejor de los casos) cuando no es una madre sola a cargo de sus hijos. Hemos
perdido de vista que para criar a un niño hace falta la tribu entera, como reza
el dicho africano… Más o menos con estas palabras respondo a muchos padres y
madres que piden orientación cuando se sienten colapsados. Progenitores que desean
volcarse a la práctica de crianza respetuosa pero terminan desbordados por el
bebé de cinco meses que pide constantemente brazos, al tiempo de que el
chiquitín de dos años o el adolescente de catorce, reclaman de forma abundante
y en intensidades distintas, presencia y atención. Tomemos en cuenta que desde que nacen y durante
el tránsito de la niñez y la adolescencia, los hijos recorren distintas etapas
evolutivas con un raudal de necesidades (alimento, abrigo, techo, protección,
conexión, cuerpo, brazos, mirada, escucha, contención, disponibilidad,
comunicación, orientación, acompañamiento…) que resulta imposible prodigar a cabalidad
cuando se encuentra a cargo sólo una madre -incluso junto al padre- sin la ayuda
del resto de la familia o la comunidad.
Olvidamos que
somos una especie diseñada para vivir en manada, en tribu, en sociedad. Si bien
los humanos paulatinamente adquirimos capacidades para realizar algunas cosas
por sí solos, no nacimos para estar solos. Sin la organización y apoyo del
grupo no sobreviviríamos como especie. Somos interdependientes por definición.
Necesitamos de la ayuda y la cooperación de los demás, del mismo modo en que
los otros necesitan de nuestro apoyo y cooperación para subsistir. El desempeño durante la crianza y cuidado de
los niños no escapa a la esencia que nos define como animales sociales. Por eso es prioritario que nos organicemos,
que reintentemos y reinventemos la tribu antiguamente conformada por la familia
extendida (abuelos, tíos, vecinos, amigos) y que hemos perdido con el
advenimiento de las sociedades urbanas actuales. La necesidad de crear redes de apoyo entre y
para padres y madres, con el propósito de acompañarnos y asistirnos mutuamente,
es inminente. Una madre no debe quedarse sola. La crianza de los hijos entraña un
reto que sin el apoyo necesario puede generar agotamiento, pérdida de la
paciencia y otros detonantes de abuso, desamparo y distintas formas de
violencia en el trato hacia los niños. Trascender el aislamiento en el que nos
encontramos sumidas las familias de las sociedades modernas, es un desafío que debemos
encarar para lograr la humanización de la crianza.
Aclaremos que
retornar hacia la ”tribu” para distribuir la inmensa responsabilidad de la
crianza, supone una mirada altruista, desinteresada y
respetuosa por parte de los cooperantes en el cuidado de la manada de niños y
adolescentes. Esto equivale a respetarnos y reconocer los límites frente al
rol, responsabilidades, atribuciones y decisiones que sobre la educación de los
hijos corresponde a cada uno de los progenitores. Recordemos que el propósito
es distribuirnos las cargas. Ya bastante tenemos los padres con el afán de
hacerlo bien, para que además tengamos que lidiar con la mirada crítica de los
demás. El sentido de la tribu es nutrirse y apoyarse, no depredarse con señalamientos,
presiones e imposiciones. De lo que se trata es de cerrar filas para proteger
la calidad de la crianza.
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