He escrito en general sobre la importancia de informar, comunicar, acordar, con los niños de un modo respetuoso y empático, en lugar de imponer y dar sistemáticamente órdenes. Se trata de un principio ético que debería orientar nuestra aproximación hacia los pequeños. En ese sentido, el tema de obligarlos a saludar no constituye una excepción. Forzar a un niño a saludar o besar a los demás equivale a entrenarlo para someter su propio deseo y su propio cuerpo ante el deseo de otros. En este sentido coincido con los expertos de la conducta que establecen esta y otras prácticas autoritarias hacia los niños, como factor de riesgo ante el potencial abuso infantil en distintas gradaciones, incluido el abuso sexual. Sin darnos cuenta, repitiendo sin cuestionar el orden autoritario en el cual hemos sido educados, en lugar de inculcar a nuestros hijos valores de respeto hacia la integridad de su cuerpo y sus propios deseos -aunque suene fuerte - terminamos por convertirnos en padres entregadores.
Cabe aquí la indagación acerca de lo que nos induce a desoír a nuestro hijo o hija cuando le forzamos a saludar y besar a otras personas, ¿lo hacemos porque necesitamos dar la impresión de ser padres ejemplares que han sabido educar “correctamente”?, ¿nos preocupa más lo que el otro pueda pensar de nosotros que lo que nuestro propio hijo o hija siente o desea?, ¿queremos que el niño responda ciegamente a nuestras expectativas sin considerar que posiblemente el pequeño sienta timidez o que probablemente en ese momento no esté de ánimo o tal vez esa persona no le inspira confianza?... Recordemos que los niños están menos intervenidos por los condicionamientos sociales y aún son capaces de registrar intuitivamente lo que les encaja o no. No perdamos de vista que los pequeños son honestos y espontáneos a la hora de expresar sus sentimientos. Cuando besan o saludan a alguien lo hacen de corazón a diferencia de los adultos quienes la mayoría de las veces lo hacemos por conveniencia o por obligación.
Vale la pena usar esos lentes especiales que yo llamo “del darse cuenta” y observar el mensaje encapsulado dentro de la orden que fuerza a un pequeño a saludar o besar a otros. En primer lugar, como ya he aclarado, le enseñamos al niño que no tiene derecho a decidir sobre su cuerpo y que su deseo no es digno de respeto, que los mismos no les pertenecen, que debe supeditarlos a las demandas de quienes reconozca como superiores. Por otro lado, cuando juzgamos al niño de malo o mal educado por no saludar o besar a quien le indiquemos, el pequeño aprende que para complacer, para ser amado y aprobado por sus padres, debe reprimir y ocultar sus sentimientos genuinos, es decir, les enseñamos a mentir y alejarse de sus propias emociones, a perder contacto con sus intuiciones y con su propia esencia.
Ciertamente como adultos responsables de nuestros chiquitines, queremos que desarrollen la capacidad de ser gentiles y ser empáticos con las demás personas, lo cual es perfectamente válido y deseable. Para ello existen formas respetuosas de orientar y educar a los pequeños. Pero forzar, imponer o usar el amor y la aceptación como monedas de cambio según el niño haga o no lo que esperamos de él, no es un camino ni consciente, ni respetuoso de socialización o educación. Tampoco constituye una forma coherente de inculcar el valor de la empatía y la cortesía que son los que se supone deberían dar sentido al hecho de saludar a los demás.
Para beneficio de nuestros pequeños es bueno que aclaremos conceptos: Una cosa es un niño obediente y sumiso, y otra muy distinta es un niño consciente, respetuoso y empático.