Cuando entrevisté al pediatra y
autor español Carlos González, “out of the record”, estuvimos conversando sobre
el título de su más destacado bestseller "Bésame Mucho", que no por
casualidad es el mismo título de un clásico bolero latinoamericano. Descubrí así
que el doctor González coincidía con mi teoría de que muchísimas letras de
boleros latinoamericanos, entre otros géneros que cantan al amor y al desamor,
si los interpretamos con un poquito de cuidado, nos van a remitir casi
descaradamente a la experiencia del vínculo temprano materno-filial.
Propongo el ejercicio de elegir
al azar algunas letras de canciones populares que hablen de placeres y de
éxtasis pero también de abandonos o desamparos, de ansiedades y de urgencias por
obtener el cuerpo del ser amado y nos traslademos a la relación madre-bebé, a
ver qué pasa:
·
“Amanecí otra vez entre
tus brazos, / y desperté llorando de alegría / me cobijé la cara con tus manos,
/para seguirte amando todavía…” Estos versos los ha podido crear
una madre o su bebé (si pudiera poner palabras a lo que siente) inundados de
oxitocina (hormona del amor) desde la experiencia del disfrute del colecho, del
dormir y despertar juntos, de la constante conexión de sus cuerpos, del dar y
recibir pecho amándose generosamente.
·
“Sin ti no hay clemencia en mi dolor / la esperanza de mi amor/ te la
llevas al fin/ Sin ti es inútil vivir/
como inútil será el quererte olvidar”… Estoy segura de que si un bebé -por definición vulnerable y absolutamente
dependiente de los cuidados maternos- pudiera hablar, diría lo mismo cada vez
que su madre no atienda su llanto o cada vez que es privado de mirada, cuerpo, afecto materno constantes. Y me pregunto yo, ¿no será que debido a tales
experiencias de desamparo primario, la vida termina por convertirse en un eterno
bolero desgarrado?.
· “Cuando estoy cerca
de ti ya estoy contento/ No quisiera que de nadie te acordaras/ Tengo celos
hasta del pensamiento/ Que pueda recordarte a otra persona amada”… Este podría ser el grito desplazado del niño o niña, ahora
en un cuerpo de adulto, fijado en el miedo al desamparo materno y que termina por asegurar con desesperación y
voracidad, el escaso y preciado bien del amor, la mirada, la atención, el
cobijo del ser amado, como mecanismo de sobrevivencia dentro de un territorio
afectivo donde hay mucha hambre y poco alimento.
· “Tus ojos ya no me miran, son tus
labios dos mentiras; / tu lengua, insulto y caricia, pero así me siento viva./
Prefiero ser pura sangre y que me tires de las bridas / que una muñeca de jade,
un adorno en tu vitrina”… ¿Alguna vez, querido lector, has escuchado a
un niño o niña decir, “mi mamá o mi papá me pega y me castiga porque me
quiere”? Yo sí. Muchas veces.
Aclaremos que no desdigo del padre y su importante
papel en el desarrollo afectivo de la criatura. También la abuela,
una nana o cualquier persona que haya tenido a su cargo la tarea de prodigar
los cuidados y el afecto que un bebé requiere, pueden constituirse en esa
figura que llamamos materna. Pero regularmente y básicamente por razones biológicas, suele ser la madre,
sobre todo durante los primeros años de vida. En cualquier caso, creo en
aquello que sostienen algunas corrientes psicológicas, de que “el vínculo primario mamá-bebé es la matriz de todo vínculo
posterior”. De manera que mucho nos
conviene atenderlo debidamente.
En el mismo orden de ideas sobre las distintas expresiones
de la cultura donde asoman nuestras historias de amor y desamparos primarios,
les quiero contar que hace poco repasaba un poemario de Eugenio Montejo, y de
inmediato al leer estos versos, no pude evitar imaginarme a un bebé y sus
noches solitarias en una cuna fría y sin movimiento. Entonces pensé: voy a
dedicárselos a quienes aún creen en aplicar o promover métodos de tortura
infantil como el que propone dejar llorar a los niños para que
"aprendan" a dormir solos o para que no se “malcríen”. Aquí los tienen.
Ningún amor cabe en
un cuerpo solamente
[…]
no basta un solo
cuerpo para albergar dos noches,
quedan estrellas
fuera de la sangre.
[…]
Ningún amor, ni el
más huidizo, el más fugaz,
nace en un cuerpo que
está solo,
ninguno cabe en el
tamaño de su muerte.
Por favor, recordemos estos versos de Montejo, siempre que
un bebé, que un niño, pida cuerpo materno y calor humano, es decir, cada vez
que pida amor.
Quizás tras la imagen de un hombre o una mujer sufriendo o
bebiendo despechado, al son de una ranchera, de un bolero, una balada, de un
poema de amor... hay un bebé muy asustado, llorando desamparos.