Diputada Licia Ronzulli, en sesión plenaria con su hija en brazos |
“La mujer
venezolana actual que haya leído ‘Ifigenia’ de Teresa de La Parra, debería caer
al suelo de rodillas dando gracias a Dios por haber nacido cincuenta años
después … que antes era
impensable ver a una mujer estudiando en una universidad o trabajando fuera de
casa, pero hoy, mujer con suiche en la cartera y chequera quince y último es
prácticamente ingobernable”. Todavía recuerdo vivamente este ocurrente comentario
que escuché hace un montón de años en una conferencia sobre las fortalezas del
venezolano dictada por el profesor y sociólogo, Antonio Cova Maduro, quien de
algún modo lleva mucha razón. Si las mujeres actuales –las venezolanas y las
del mundo occidentalizado- hacemos una
mirada retrospectiva, no tendríamos que desplazarnos muchas generaciones atrás.
Con situarnos en los tiempos de nuestras abuelas o bisabuelas, nos bastaría para
comprender que hoy, no precisamente gracias a Dios, como exclamaba el profesor
Cova Maduro, sino gracias a la lucha de
las primeras feministas, ingresamos cotidianamente a territorios y gozamos de derechos
y privilegios, antes restringidos a los hombres.
Sin embargo no
todo lo que brilla es oro. En el afán de lograr un orden más justo, las mujeres
confundimos nuestra liberación con el objetivo de parecernos a los hombres. Así
fuimos ganando espacios y derechos bajo el mismo orden masculino patriarcal,
jerárquico y competitivo, en lugar de situarnos dentro de un esquema más
cooperativo, horizontal, dando cabida y reconocimiento a nuestra propia esencia
femenina, nuestros propios ritmos biológicos y necesidades peculiares.
Hoy día las
mujeres asalariadas, profesionales, empresarias… que conquistamos una identidad
en el mundo exterior, ciertamente podríamos
describirnos como liberadas y modernas, pero el drama es que sentimos que dejamos
de serlo en la medida en que decidimos dedicarnos a la maternidad y la crianza
de los hijos. Son infinitas las crisis, angustias, confusiones y conflictos que
afectan a la mujer contemporánea frente a la decisión de criar o salir a
trabajar. Al igual que en los tiempos de las abuelas, la maternidad sigue
siendo, hoy, sinónimo de enclavarse en la
desvalorización social y la sujeción. Fue así antes y es así ahora porque hemos
estado y seguimos organizadas bajo el mismo esquema patriarcal, de modo que disfrutamos
de dichas libertades y derechos solo en la medida en que ingresamos al
territorio masculino. Mujer que decide parir y criar a tiempo completo o con
mayor dedicación, ingresa proporcionalmente a la sombra. ¿Les parece que esto
pueda llamarse liberación femenina?
A mí no me
salen las cuentas cuando registro que ganar autonomía, identidad,
reconocimiento social supone plegarnos a los ritmos del hombre y competir bajo las
reglas de juego creadas por la supremacía masculina. Nos recargamos de exigencias laborales, profesionales
y domésticas en comparación con los varones que no terminan de asumir las
tareas del hogar como parte de su responsabilidad (todavía abundan Pedros
Picapiedra que llegan a casa preguntando qué hay para cenar en lugar de
preguntar qué hacemos para cenar), nos estorba la menstruación, nos alejamos
prematuramente de los hijos para regresar a un medio laboral concebido y
organizado por y para varones, fagocitadas en un lugar y un sistema productivo distante
e incompatible con el maternaje.
Es hora ya de
plantearnos que la conquista de una genuina liberación femenina debe entrañar
el reconocimiento y apoyo social al ejercicio pleno de la maternidad. Integrar
la función materna a tiempo completo, si
así lo decide la mujer, como tarea remunerada, protegida, respetada, valorada y
reconocida socialmente, eso es liberación.
Ciertamente
hay que honrar a nuestras ancestras quienes impulsaron el movimiento de nuestros
derechos civiles y a quienes debemos el hecho de que hoy votemos, vayamos a la
universidad y disfrutemos del acceso a espacios antes reservados al género
masculino. Pero es el momento de abrirse a una nueva conciencia donde la
liberación femenina sea concebida en un orden social alternativo, fuera de la
estructura jerárquica y competitiva impuesta por el patriarcado, con
propuestas distintas al orden productivo
diseñado por y para hombres que no condice con los ritmos femeninos cíclicos,
ni con las necesidades de la mujer que concibe, que pare, que amamanta y que cría
a sus hijos.
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