Por Berna Iskandar
“El niño que escucha las palabras que describen lo que está experimentando se siente profundamente consolado. Alguien ha reconocido su experiencia interna.” Faber & Mazlish
Me emociona cada vez que recibo testimonios como el de
este papá que asistió a uno de mis Talleres de Crianza
Respetuosa y
escribió en twitter lo siguiente: “¡Muy buenos días, Berna! Te cuento que
practiqué la forma respetuosa de cambiarle el pañal que nos enseñaste el sábado
en Maracay y mi hijo se portó genial, relajado
y lo mejor de todo es que no tuve que gritarle.
Gracias.” Otras mamás y papás ansiosos por encontrar una fórmula para
lograr el mismo resultado con sus peques, al leer el comentario, me pidieron que les
explicara el método. Pero, como no se trata exactamente de un método, ni tampoco
de perseguir un único fin como cambiar pañales respetuosamente, sino que se
trata de un principio que debería orientar nuestra aproximación en general
hacia los pequeños, les prometí que se los explicaría en un post. Así me puedo
extender un poco más y queda colgado en la web para todo el que quiera leerlo.
Veamos. La psiquiatra infantil Francoise Dolto, cuyo ideario sirvió de base a sus discípulos quienes se constituyeron en los pioneros
de la consolidación de los Derechos del Niño, partía del principio de que sin
importar lo pequeño que fuera y al margen de que maneje o no el lenguaje
verbal, un ser humano tiene la misma capacidad de compresión desde que está en el
vientre de la madre hasta el día de su muerte. La terapia de Dolto con los
niños, consistía en explicarles todo aquello que les
circundaba, en informarles lo que ocurría en su entorno, en ayudar a poner
palabras a todo lo que el niño podía estar sintiendo o deseando, etc. Tal y como la psicopediatra francesa afirmaba
de un modo sustantivo y preclaro, los adultos desestimamos las capacidades de entendimiento y el
potencial de los niños para buscar por ellos mismos aquello que les oriente
frente al mundo que comienzan a conocer y a explorar, lo cual nos lleva a dar sistemáticamente órdenes
en lugar de comunicar e informar. Para ilustrarlo, Francoise Dolto usó el
ejemplo de un turista japonés que llega por primera vez a París, explicando que,
en ese caso, otro adulto no le daría órdenes sobre lo que debería hacer o los
lugares que debería visitar. Simplemente le ofrecería la información necesaria (el funcionamiento del transporte
público, los mejores lugares para comer, etc.) respetando
su integridad y tomando en cuenta su deseo para que pueda desenvolverse en una
ciudad a la que acaba de llegar y que no conoce.
Si confiáramos en las capacidades
intrínsecas y habilidades innatas de los pequeños para comprender, para co-producir,
para crear y construir progresivamente el modo en que enfrentan, asimilan, se
adaptan o modifican el mundo, si respetáramos y reconociéramos su integridad
como personas, le informaríamos al niño en lugar de ordenarle e imponerle,
además de que nos esforzaríamos por indagar su deseo y su opinión en cada
situación. Y aquí viene el ejemplo del pañal: en lugar de quitárselo directamente sin decir
nada, o sin dar ninguna explicación, le
informamos al niño lo que está ocurriendo en ese momento, “mi amor, el pañal se
ensució, debes sentirte incómodo, vamos a cambiarlo… ahora lo voy a retirar… en
este momento te voy a lavar con agua… ahora vas a sentir un poco de frío, etc.
...” Es muy importante reconocer
y ponerle palabras a lo que el niño puede estar sintiendo. Por ejemplo, si llora
o se incomoda le podemos decir, “yo sé que te molesta cuando
hacemos esto… es lógico que llores… entiendo lo que sientes, a mi también me
desagrada cuando me hacen algo que no me gusta… ya va a pasar, vas a ver que luego te vas a
sentir limpio y cómodo, etc.” Y así, al
igual que con el pañal, con todo lo demás. Cuando vamos a salir, explicarle a
dónde vamos. Si lo dejamos a cargo de otra persona, en lugar de irnos sin
avisar, explicarle con quién se queda, a dónde iremos y cuando regresaremos,
etc. En resumen, informar, describir, apalabrar constantemente y con un
discurso transparente lo que acontece alrededor, lo que el niño puede estar
sintiendo, incluso lo que como adultos sentimos en un momento dado y que puede
ser percibido por el niño, permite que, por pequeño que sea, aunque maneje o no el lenguaje verbal, el niño progresivamente vaya dando estructura
a la experiencia que acontece en un mundo que comienza a conocer y que muchas
veces puede resultarle inquietante. Y esto se logra, en primer lugar, en la medida en que renunciemos
a nuestro punto de vista adulto, arrogante y prepotente, desde el cual
acostumbramos a imponer a partir de la creencia de que “niño no es gente”, ni
es capaz de entender nada. Y, en segundo lugar, cuando estamos en condiciones de establecer una mirada adulta consciente capaz de nombrar la realidad emocional desde un discurso veraz, no distorcionado.
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