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Porque a la conciencia se la puede engañar diciendo que lo bueno es malo y viceversa; pero el mundo visceral es todopoderoso, y es ciego ysordo frente a las mentiras, y no le pueden engañar ni arrebatar su sabiduría filogenética. Casilda Rodrigañez Bustos
Soy miembro vitalicio del club de los políticamente incorrectos, lamento si piso callos… Me veo en la necesidad de usar este aviso con frecuencia, fruto de las reacciones que provoca la orientación poco convencional con que abordo los temas de crianza. Ni hablar cuando toca reflexionar sobre castigo físico y psicológico o cuando toca zambullirse en el espinoso asunto de la llegada de la adolescencia y el despertar sexual. Sobre todo de las muchachas más que de los muchachos. No recuerdo hasta ahora a un progenitor expresando su preocupación en relación al inicio de noviazgos de un hijo adolescente con otras chicas, al contrario, se preocupan si no lo hacen. En cambio oigo y veo a muchos papás y mamás altamente preocupados cuando sus hijas comienzan a tener novios. Frente a los robustos condicionamientos religiosos y culturales patriarcales causantes de tales prejuicios, es inevitable que salten resortes cuando manifiesto mis opiniones. En ocasiones ha faltado poco para que una mamá enardecida sacara un crucifijo con agua bendita como para espantarme, por decir lo menos. Entonces, automáticamente se me viene a la memoria mi propia adolescencia y la de mis hijas, y pienso que en lugar de sacar la cruz y echar agua bendita, sería mucho más eficiente relajarnos y estar dispuestos a preguntarnos ¿por qué el despertar sexual de una hija adolescente nos escandaliza y altera tanto? ¿por qué se hace tan difícil que padres y madres asimilemos como un proceso evolutivo natural el despertar sexual, sobre todo de las hijas?.
Así como a un bebé le brotan los dientes llegado el momento de comer alimentos sólidos, en la adolescencia brotan las hormonas para reproducirnos, y esto ha sucedido desde siempre y por igual tanto a varones como a mujeres. No importa los esfuerzos de la cultura patriarcal y sus infinitos métodos represivos para desconectarnos de dichas pulsiones, estas no van a desaparecer. Se trata de un dictamen filogenético cuya negación, inevitablemente, conducirá a que se pervierta en la sombra y luego se manifieste amplificada y empeorada. Verbigracia embarazos no deseados, disfunciones o perversiones sexuales y paremos de contar. Por otra parte, en este período evolutivo donde transitamos el último tramo de la niñez hacia la adultez, necesitamos regularnos con nuestros pares adolescentes para consolidar la distancia respecto a la dependencia con los progenitores. Hablamos de pulsiones todopoderosas, como señala Casilda Rodrigáñez. De manera que el momento de iniciarse sexualmente ni se detiene, ni se retrasa con represiones, ni prohibiciones, ni amenazas, ni sermones, ni persecuciones.
Recuerdo a un papá que prohibió a su hija de quince años la visita de amigos y en especial de novios dentro de la casa. Para asegurarse de que respetara la orden instaló cámaras, con lo cual descubrió lo inevitable: que su hija, una chica muy tranquila y obediente, lo había desobedecido para recibir a su primer novio. Con el mejor propósito, convencido de que actuaba en beneficio de la muchacha, le mostró la evidencia para “escarmentarla”. No supe qué pasó después con la joven, pero me lo imagino. No han sido pocas las adolescentes de mi entorno que, temerosas de recurrir a su madre, en el mejor de los escenarios me han pedido el número de mi ginecólogo para comenzar a cuidarse de embarazos no deseados o de enfermedades de transmisión sexual. Alguna de estas muchachas con madres que sí que las llevaban regularmente al ginecólogo, pero con el objeto de asegurarse de que no estuvieran sexualmente activas, violando su privacidad y su derecho a decidir.
De nada sirven las buenas intenciones, conocimientos académicos, ni cuánto deseemos prepararnos e informarnos para impartir una educación sexual sana y transparente a nuestros hijos. Es poco lo que podemos hacer por ellos y ellas, en beneficio de un despliegue consciente de su sexualidad, sin antes revisar los propios prejuicios, mitologías, así como el grado de rigidez y de autoritarismo que hemos internalizado. Ciertamente, y lo digo por experiencia, la adolescencia de nuestros hijos es una excelente oportunidad para expandir la propia conciencia.
Para finalizar, propongo un ejercicio. Elijamos una pareja (amigo-a, esposo-a) y sentémonos juntos viendo una pared despejada, como si se tratara de una pantalla de cine. Comience uno a narrar y describir al otro, durante treinta minutos, las escenas de la película de la propia adolescencia. Luego intercambiemos roles. Al concluir, guardemos cinco minutos de silencio sentados, respirando con los ojos cerrados, conectando con nuestras emociones, permitiéndonos sentir, sin juzgar si hemos hecho bien o hemos hecho mal, sólo sentir... Si somos capaces de entrar en sintonía con el alma de nuestra hija o de nuestro hijo adolescente, entonces nuestra alma – en esencia llena de sabiduría e incólume a los condicionamientos- reconocerá y respetará lo que realmente necesitan durante ese hermoso y transformador período de su desarrollo.
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Me gustó :) un saludo
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