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miércoles, 5 de junio de 2013

Los castigos físicos y psicológicos siempre humillan

  Por Berna Iskandar


He hablado profusa y repetidamente por todos los medios de difusión a mi alcance sobre el inconmensurable daño que entrañan los castigos físicos y psicológicos como métodos o herramientas para educar o criar a los niños.  Sin  embargo, cada día la realidad me hace constatar que no es demasiado repetir, insistir y volver a  machacar este tema.  

Se pierde de vista la enorme cantidad de adultos presos aún dentro de patrones  insanos de crianza, producto de las propias infancias inmersas en infinitas dosis de violencia visibles y sutiles. Violencias que automáticamente desplegamos a la hora  de criar a nuestros hijos y que perpetuamos a lo largo de generaciones sin ser capaces de registrarlas como tales.   Al margen de la cultura, la religión, el idioma o el grado de instrucción del adulto, nos encontramos a menudo con personas que aún justifican pegar o castigar a los niños creyendo  que, con estos recursos, están educando. Ocurre incluso que siendo padres y madres orientados a  practicar modelos alternativos de crianza basados en el respeto, durante los momentos difíciles cuando hay estrés, aparecen involuntariamente las aproximaciones violentas que tanto nos hemos empeñado en abolir. No es fácil dejar atrás estos patrones insanos,  ni para quienes nos hemos hecho conscientes de que los niños merecen absoluto  respeto a su integridad como personas, ni mucho menos para quienes siguen convencidos de que una nalgada atiempo, el grito, la silla de pensar, el “un, dos, tres”, etc., son métodos deseables para educar.  Para hacernos una idea de lo profundamente internalizadas que llevamos estas creencias, basta con fijarnos en el hecho de que  en pleno siglo XXI, cuando ya es una marcada tendencia usar métodos libres de golpes para entrenar caballos, perros y otros animales, todavía suponemos que es admisible pegar a los niños con el fin de “educarlos”.  

Yolanda González, Psicóloga y autora del libro  "Amar sin miedo a malcriar",  explica  lo siguiente en entrevista reciente hecha por un grupo de bellas mujeres de la Asociación Cuídame,  afincada en Utrera, España, en programa de radio que transmiten a través de Pasión FM Radio Utrera:

"Los castigos físicos y los castigos psicológicos siempre humillan.Es el recurso que utilizamos, primero, porque lo hemos vivido en nuestra propia carne, y segundo, porque no tenemos recursos. No creo que haya mala fe, sino simplemente es un impulso que surge de una manera aparentemente espontánea, fruto de la educación recibida, que pretende parar una conducta considerada indeseable. El problema está en que aunque aparentemente se logre obediencia, se ignoran otros sentimientos que aparecen al mismo tiempo, como puede ser rabia, odio o sumisión. Tenemos que plantearnos si lo que queremos son niños sumisos o niños razonables. Y desde luego que para fomentar un desarrollo saludable con personas adultas razonables, hemos de establecer espacios de reflexión, nunca de castigo. El castigo habla de la impotencia del adulto ante una situación que no sabe manejar, que no puede manejar... así de simple... Es más fácil castigar, es más fácil pegar, es más fácil gritar, que pararse, mirar a los ojos de la criatura y tratar de comprender y empatizar por qué ha actuado de tal manera,  abrir un espacio de reflexión en ese momento."

Si nos ha quedado claro que la alternativa es abrir espacios de reflexión, entonces hagámonos preguntas. ¿Qué enseñamos a nuestros hijos cuando les pegamos y les sometemos a castigos psicológicos?. Usando el sentido común nos daríamos cuenta de que les enseñaríamos, en primer lugar, que la violencia física o psicológica son herramientas válidas para aprender. Que las diferencias se resuelven con violencia. Que cualquiera puede abusar de su cuerpo y de su integridad como persona. Que pueden abusar de aquellos a quienes consideren inferiores o dejarse abusar por aquellos a quienes consideren superiores… En resumen, si no queremos llegar a ese destino, no emprendamos ese camino, porque todo eso y cosas peores enseñamos a nuestros hijos tras una nalgada, un pescozón, una jalón de orejas, una palmada sobre sus manitas en señal de "no se toca", tras un grito, una descalificación o cuando los mandamos al rincón o al tiempo fuera, cuando amenazamos con el “un, dos, tres”...

Quienes apostamos por una vida libre de violencia y nos esforzamos por construir cultura de paz, no podemos estar de acuerdo con pegar, gritar, ni humillar en forma alguna, a ninguna persona de ninguna edad. Mucho menos a un niño indefenso y vulnerable que depende de nosotros y que se encuentra en plena formación, aprendiendo de nuestro ejemplo el modo en que se relacionará con los demás.

Si queremos formar seres humanos competentes, capaces de desplegar  su potencial saludablemente  y en condiciones de relacionarse desde la no violencia, es preciso esforzarnos por impartir una crianza libre de castigos, entre otras muchas formas de violencia escandalosas y sutiles que hemos naturalizado.  

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