(...) Y si uno se fija bien, se da cuenta de que los niños son bajitos, eventualmente bajitos, pero bajitos. Y están locos... viva con ellos y sabrá lo maravillosamente locos que están los niños. Lo que pasa -pobrecicos - es que caen en manos de los adultos. Y los adultos les recortan estas alas mágicas con las que los niños vienen de fábrica y los convierten en algo a su imagen y semejanza, con el evidente deterioro de la especie que uno encuentra andando por la calle... Joan Manuel Serrat
La
llegada de un hijo o hija, viene junto a la oportunidad de replantearnos el
modo en que hemos encarado la vida, nuestro cuerpo, nuestras emociones,
nuestros pensamientos, acciones y relaciones. El niño real que llega a nuestros
regazo despierta al niño que fuimos. Atrevernos a mirar cómo fuimos amados o desamparados durante nuestra propia niñez y
cómo desde ese amor o ese desamparo estamos criando en el presente, con mayor o
menor disponibilidad emocional hacia nuestros hijos, es condición indispensable
para tomar decisiones conscientes sobre la aproximación y trato hacia los
pequeños a nuestro cargo. Cada niño o
niña que traemos al mundo, que adoptamos o que nos toca criar por la razón que
sea, nos abre una puerta hacia la transformación y el crecimiento. Dependerá de
nosotros aprovechar o dejar pasar las señales.
Dicen
por ahí que la mente es como un paracaídas: funciona mejor cuando se abre. Yo agregaría
que el corazón y la mente, son como un paracaídas, ambos funcionan mejor
cuando se abren. La llegada de un hijo o una hija a nuestras vidas, nos impone
testarudamente llevar esta máxima a la acción. Con el hecho de la paternidad o
la maternidad, el terreno queda abonado,
todo se sincroniza para que salga el buscador que llevamos dentro y
emprendamos el trabajo de expansión de la conciencia hasta ubicarnos en la
perspectiva desde la cual estar mejor capacitados para acompañar a nuestros
hijos e hijas de un modo respetuoso y empático.
Comprometernos
a enmendar los estragos transgeneracionales de abusos, malos tratos, violencia
y desamparo, significa honrar y curar al niño o la niña que fuimos, pero sobre
todo es una deuda urgente con el niño y la niña presente, que es nuestro hijo, nuestra hija, y por añadidura,
un regalo para los niños y niñas que algún día serán nuestros nietos y nietas…
La
maternidad y la paternidad son auspiciosas para
darse cuenta de que ya no somos
niños vulnerables, indefensos ni dependientes. Ahora estamos en capacidad de
encontrar recursos propios para criar a nuestros hijos con afecto, respeto y
contención, para abrirles camino hacia una vida plena de sentido, amor, conciencia
despierta y en libertad. Ahora podemos detener la aciaga poda de alas mágicas que
los pequeños traen de fábrica. Ahora podemos evitar el evidente deterioro de la
especie que se encuentra andando por la calle.
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