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miércoles, 28 de agosto de 2013

Madres que se apropian de sus hijos




La maternidad es una oportunidad para probarnos en nuestra capacidad de dar en beneficio de un otro sin esperar nada a cambio. Laura Gutman
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Por definición el ejercicio de la maternidad entraña la entrega absoluta y altruista en beneficio de otro ser,  sea que lo hayamos traído al mundo o haya llegado a nosotras a partir de otras circunstancias.   

Pero atribuir al amor materno cualidades como la incondicionalidad y el altruismo, en la mayoría de los casos no pasa de ser una ilusión, un autoengaño. Casi todos procedemos de historias infantiles signadas por el desamor, las demandas desmedidas por parte de los progenitores, el sometimiento sistemático a la frustración de los deseos y necesidades de la criatura, en una suerte de entrenamiento para que esta encaje dentro de un orden social hostil que hemos naturalizado y retroalimentado. Lo registremos o no, procedemos de infancias en mayor o menor grado, plagadas de desamor, soledad, llantos y necesidades desatendidas, al cuidado de adultos más ocupados de llenar sus propias carencias infantiles, que de entregar al niño (presente)  sin condiciones, lo que genuinamente necesita y pide. Suscribo cada palabra del psiquiatra chileno Claudio Naranjo cuando dice que los adultos actuales hemos heredado y luego retransmitimos la mayor plaga o enfermedad que ha azotado durante milenios a la humanidad: el déficit de amor.  Con el hambre de amor eternizada vamos por la vida esperando que algo o que alguien venga a saciarnos. Es así como las madres nos apropiamos de los hijos y terminamos por convertirlos en la fuente para llenar nuestras carencias históricas. Es así como las mujeres terminamos "devorando" a nuestras crías.

Cierta vez me encontré con esta cita de Thomas von Salis, hecha por mi querida amiga y psicóloga, Alicia Nuñez, en una de sus redes sociales y que describe cómo opera el daño a la individuación de los pequeños causado por esto que los expertos de la conducta denominan psicopatología del vínculo entre madre e hijo: Cuando la madre tiene la necesidad de tener a un niño para ella existir, su actitud será paradojal. Buscará ayudar al niño a crecer, pero al mismo tiempo hará lo posible por prohibir su comportamiento progresivamente maduro. En consecuencia el niño sentirá la necesidad de la madre y tenderá a satisfacerla quedando inhabilitado para valerse pos sí mismo.   Alicia agregaba que cumplir los propios sueños no realizados a través de los hijos, infantilizarlos para nosotras no crecer emocionalmente o tomar al hijo como una pertenencia, demanda una genuina e importante revisión personal.

Me atrevo a creer que esta psicopatología del vínculo es recurrente  al margen de la corriente o del estilo de crianza por el cual opte la madre.  Y digo esto porque me inquieta ver que a menudo se confunde crianza con apego o crianza respetuosa con la apropiación de la vida de nuestro hijo o hija. Con frecuencia  me encuentro con madres que se apuntan a la lactancia a término,  el porteo, colecho, etc., o que usan los principios de la crianza alternativa para justificar una tremenda necesidad afectiva que cubren neuróticamente fagocitando a sus hijos. Observo que cuando se dan los tiempos naturales de desprendimiento a finales de la fusión del puerperio (hacia los tres años) en los que el niño comienza a hacerse más autónomo, más YO SOY,  la madre no es capaz de permitir que su hijo emprenda los primeros pasos hacia el gradual y prolongado proceso de autonomía. Para satisfacer nuestros propias privaciones afectivas históricas y sin darnos cuenta, con frecuencia succionamos la energía de nuestra cría, infantilizándola eternamente siendo que es la única persona que no puede escapar de nuestro alcance (una pareja, una amiga o amigo, puede huir, un hijo pequeño no). Cuidado con eso.  

Cabe señalar  que el origen del problema no es el colecho, ni el porteo, ni la lactancia a término que puede llegar hasta los dos, los cuatro, los siete años si madre e hijo así lo deciden. Y esto lo digo porque veo a especialistas de la conducta, repitiendo automáticamente teorías cuestionables atribuyen la psicopatología del vínculo a estas prácticas, lo cual considero un error y un grave despropósito. Bastaría con observar desprejuiciadamente para darse cuenta de que el fenómeno ocurre con madres que han elegido  amamantar o con madres que han elegido dar el tetero, con madres que han elegido colechar o que han decidido hacer que sus hijos duerman en solitario, con madres que portean o que llevan a sus hijos en coches   es decir, ocurre al margen del estilo de crianza que elijamos y depende, en todo caso, del lugar de consciencia o de sombra desde el cual maternamos.

No importa que hayamos elegido criar con apego o según los esquemas tradicionales de crianza. Nada cambiará si no hacemos el esfuerzo de reconocer la impronta de nuestras propias historias infantiles y a partir de allí, encontrar los propios recursos emocionales para tomar elecciones conscientes, genuinas y sustentables.




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miércoles, 21 de agosto de 2013

Dos grandes vías de crianza




En conferencia dictada durante jornadas científicas del parto y la crianza en Cataluña, la psicopediatra y autora  Rosa Jové, explicó algo de suma importancia que quiero compartir con ustedes. Ella habló de que  la naturaleza tiene dos grandes vías de crianza según sea la especie del reino animal. En primer lugar se refirió a las especies precociales, consideradas -tal y como el nombre lo refiere- precoces, es decir “aquellas en las que las crías son capaces de ver, oír, ponerse en pie, y de realizar las demás funciones propias del individuo adulto, desde prácticamente al nacer. Por tanto, éstas especies requieren menores cuidados maternales y son capaces de unirse a las actividades de los individuos adultos en pocos días” [1] entre ellas  se encuentran, por ejemplo, el caballo, los periquitos, los peces, etc.  

En segundo lugar están las especies altriciales “que nacen inmaduras, con una movilidad muy limitada. Su organismo debe madurar después del nacimiento para alcanzar las características del individuo adulto y requiere de un largo proceso de aprendizaje”[2]  Entre los altriciales están nuestros primos los monos, y por supuesto nosotros los humanos, que también somos primates, mamíferos, muy sofisticados, pero lo somos,  con lo cual  se establece que necesitamos los tiempos más prolongados de cuidados maternos de toda la especie animal. ¿Y por qué?, justamente porque somos sofisticados, somos los más inteligentes de toda la especie y a mayor inteligencia, más tiempo de cuidados maternales necesita la cría  humana hasta lograr la  autonomía suficiente que  alcanzará cuando sea un individuo adulto.

Para explicarlo, la doctora Jové con un toque de humor, narraba un ejemplo muy gráfico. Decía que en las piscifactorías se dejan los huevos de truchas con el alimento suficiente y al cabo de dos meses aparecen unas truchas muy guapas. Pero, si intentamos hacer lo mismo con niños recién nacidos en una habitación, poniéndoles comida por ahí,  al cabo de dos meses no encontraríamos a nadie.  La psicopediatra española después de narrar el ejemplo insistía en que nos quedara a todos muy claro -especialmente a la hora de considerar decisiones  que atañen el interés  de los niños- que los seres humanos somos altriciales y no precociales, es decir, necesitamos del cuidado  de los otros para vivir,  y advertía a aquellos que aún piensan o esperan  que tener hijos no les va a cambiar la vida, aquellos que pretenden hacer el mínimo esfuerzo de adaptación a las altas demandas que requiere una cría humana altricial, dependiente durante muchos años para desarrollarse,  que mejor se compren un periquito. La paternidad y la maternidad, subrayaba Jové,  “no es un derecho de los padres, es ante todo un deber, porque se juega con una vida humana, con la psicología infantil.”  Somos altriciales y necesitamos dedicar mucho tiempo de inversión parental durante el prolongado y lento proceso de adquisición de autonomía que discurre a lo largo de la infancia y de la adolescencia hasta llegar a la adultez. 
La manera en que atendemos a nuestras crías construye y define su salud física y emocional presente y futura. Las hace más o menos aptas para integrarse consciente y respetuosamente en la sociedad y en el planeta. Por esta razón es acuciante revisar el tipo  y la calidad de crianza que damos a nuestros niños. Nunca será igual criarlos de una manera que de otra. Pretender que los niños pequeños duerman solos sin molestar, que no pidan que los carguen, que sean independientes a los dos años, dejarlos  todo el día  en una guardería o preescolar depositados por docenas en un aula, con horarios institucionalizados prácticamente iguales o más exigentes que los horarios laborales de un adulto, entregar veinte niños al cuidado de dos personas, ciertamente no es la crianza que como especie necesitamos. Al menos no para construir un mundo más humanizado, más ecológico, sustentable, con menos cárceles y hospitales. Cuando se trata de seres humanos, como dice mi colega periodista y mamá bloguera, Ileana Medina, “criar es estar”. 
 

jueves, 15 de agosto de 2013

Cuando un hijo o hija no es heterosexual



La Homofobia no es ignorancia, es falta de humanidad. Punto. 
Holanda Castro

Por Berna Iskandar.
Aquello de lo que no se quiere hablar, es lo que más necesita ser nombrado. Abordo este tema perfectamente consciente de que significa navegar en aguas turbulentas y picadas por huracanes de tabúes, por tormentas de prejuicios, por vientos de creencias que soplan en dirección contraria a la humanización del planeta. Y lo hago porque soy una convencida de que no podemos concebir un mundo más amable y justo sin que se respete la diversidad, y porque precisamente en el reconocimiento de la igualdad de derechos y de buen trato para todos y todas, es como se dignifican las diferencias. Lo contrario supone exclusión, violencia y maltrato hacia quienes repudiamos por considerar distintos, tal y como ocurre frecuentemente con las personas lesbianas, gays, bisexuales o transgénero (LGBT)  quienes forman parte de muchas familias en todo el mundo. 
Más fácil es dividir un átomo que eliminar un prejuicio, decía Albert Einstein. Estoy de acuerdo, aunque no es razón para darse por vencidos. Con suerte, en quienes aún se conservan resquicios de humanidad,  el prejuicio, el miedo y la ignorancia, podrían disolverse con suficiente información oportuna y veraz. Así que manos a la obra.  

Comencemos por explicar las distintas orientaciones sexuales reconocidas hasta ahora:   1. Heterosexual o personas que se sienten atraídas sentimental y sexualmente por el sexo opuesto (la mayoría de la población) 2. Homosexual masculina y femenina (Gays y lesbianas)  o personas que se sienten atraídas sentimental y sexualmente por otras personas del mismo sexo (12% de la población) 3. Bisexual o personas que se sienten atraídas sentimental y sexualmente por otras personas del  mismo sexo o el sexo contrario (20 %  de la población) 4. Transgéneros e Intersexuales o personas que no se identifican con el género asignado al nacer. Transgéneros (1% de la población) Intersexuales (uno de cada  4 mil nacimientos vivos) Si hacemos la raya y sumamos,  tenemos que más del 30% de la población del mundo, es LGBT. Se estima que una de cada cuatro familias nucleares tiene un miembro homosexual. Es decir que, podríamos estar hablando de mi propia familia o de la familia de cualquier lector de este post.

Frente a estas cifras, es lógico inferir que el primer traspié de los padres es dar por descontado que un hijo o hija es heterosexual. Asumirlo como un hecho, además de presuponer erróneamente que la homosexualidad es patológica, sienta las bases para que mostremos alarma y rechazo frente a la sospecha o ante la evidencia de la orientación  homosexual de los hijos lo cual contribuye a crear un entorno hostil.

Es importante saber que aún no se ha demostrado la razón de ser, ni de la heterosexualidad, ni tampoco de la homosexualidad, pero tras una completa revisión científica sobre la homosexualidad, la Organización Mundial de la salud y la Organización Americana de Psiquiatría la han dejado fuera de la lista de enfermedades. Por lo tanto, ser homosexual no se considera una patología. Ninguna persona debe ser tratada psiquiátricamente para dejar de ser homosexual y “convertirse” en heterosexual.  Padres y madres debemos comprender que la homosexualidad tampoco es algo que se escoge.  La persona no tiene opción sobre sus sentimientos afectivos. Si existe una opción justa y consciente, consiste en aceptarlos y respetarlos.  La decencia o indecencia tampoco depende de la orientación sexual de nadie. Siempre habrá personas honestas y civilizadas, miembros decentes de una comunidad, así como habrá delincuentes, corruptos y criminales, tanto en la población heterosexual como en la LGBT. Del mismo modo, es importante saber que la homosexualidad no es contagiosa. Ser gay o lesbiana al igual que ser heterosexual no depende del amigo, amiga, maestro, etc., que nuestros hijos e hijas tengan o elijan tener.

Un padre o una madre no es culpable ni ha hecho nada mal como para que un  hijo o hija sea gay o lesbiana. La diversidad sexual ocurre independientemente de la educación.  Lo realmente pernicioso y patológico sobre  la homosexualidad es la exclusión social, institucional y familiar de la que son objeto sistemáticamente las personas LGBT. Infinitas dosis de violencia, dolor y sufrimiento emocional padecen estas personas al ver censurada la libre expresión de lo que son y lo que sienten. El niño gay o la niña lesbiana frecuentemente está consciente de su orientación sexual a muy temprana edad y pasa por mucho desprecio, maltrato e indiferencia. Muchas veces se convierten en seres escondidos con temor al rechazo, a la burla y al desamor. Son ellos quienes engrosan la tasa más alta de suicidio infantil y juvenil así como también de adolescentes en situación de calle por haber sido excluidos del hogar. No debemos perder de vista que nuestro propio hijo o hija podría ser una de las víctimas de esta situación de injusticia que puede prevenirse con una actitud consciente, inteligente y respetuosa.  

Finalmente debería bastar con asumir que un hijo o una hija no llega a nuestras vidas para ser lo que sus padres quieran que sea. Ellos están allí para ser lo que vinieron a ser. Los padres que están conectados a través del amor, que están allí para ocuparse de su bienestar, simplemente los aceptan como son, al margen de que sean más o menos inteligentes, bonitos o feos, tranquilos o tremendos, médicos o carpinteros, homosexuales o heterosexuales… Los aman, respetan y aceptan simplemente porque son sus hijos y son sus hijas, y punto.    
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miércoles, 14 de agosto de 2013

¿Y ahora cómo le quito el chupón sin que sufra?

 

Desde que el ser humano pobló este mundo, la manera natural de alimentar al bebé de nuestra especie era dando la teta, hasta que surgió la industrialización de la leche y con ella la popularización de los teteros, con lo cual dar el pecho se convirtió en una práctica poco común. Así mismo los bebés humanos  se calmaban en brazos o se porteaban todo el tiempo en pareos o fulares, pegados al cuerpo de mamá,  hasta que surge la novedad histórica de cochecitos, sillitas eléctricas de esas que vibran o se mecen, entre otros artilugios o sustitutos del cuerpo materno. Siempre había sido el pecho de la madre lo que calmaba la necesidad de succión (por hambre o consuelo) de los niños hasta que se destetaban naturalmente a una edad en que ya no necesitaban llevarse ni dedos ni otros objetos a la boca para sentir seguridad. Pero un día se inventa el chupón o “pacifier” (pacificador), que luego pasó a ser tan popular y recomendado por médicos y otros profesionales de salud, como un sustituto del pecho materno.

Todos estos cambios normalizaron el hecho de que los niños, buscando el consuelo que dejaron de obtener con la teta o el cuerpo de la madre, desarrollen dependencia  al chupón,  chupete o en su defecto al dedo, con lo cual las mismas personas que recomiendan o eligen tetero y chupón -a determinada edad del niño cuando ya se ha arraigado el hábito- son los que comienzan a presionar para quitarlo, muchas veces recurriendo a métodos bruscos, represivos que provocan sufrimiento a la criatura.

Muy a menudo, mamás y papás me manifiestan  su angustia  acerca de cómo cumplir con el mandato de pediatras o de odontólogos que indican quitar el chupón o el dedo a su bebé a partir del año y medio o dos años. Todos los padres que me consultan lo hacen huyendo de recomendaciones directivas o impositivas e interesados en conocer una salida respetuosa, sin forzar o hacer sufrir a sus pequeños.

Louma Sader Bujana
En virtud de la alta frecuencia con que me han manifestado esta preocupación, decidí entrevistar a mi querida amiga Louma Sader,  que además de ser odontóloga, es referencia hispanohablante de la crianza respetuosa y ofrece cursos sobre salud bucal infantil donde se encarga de educar en la prevención, así como de despejar este tipo de inquietudes a padres y madres.  

Querida Louma, desde tu experiencia de odontóloga y madre volcada a la crianza respetuosa, acláranos por favor si  es necesario ofrecer el chupón a los bebés y de ser así ¿cuándo, para qué y cómo ofrecerlo?
Lo que es “necesario” para el bebé es la succión, el calor, los brazos y mimos. Desde luego, el bebé espera, necesita y desea, satisfacer la necesidad de succión en el pecho de su madre, cerca de sus latidos, bajo su mirada, en sus brazos amorosos y tomando la leche que la naturaleza ha ideado y puesto a punto para él. No con un trozo de silicona o caucho. En líneas generales, no es necesario ni recomendable ofrecer un chupete a los bebés menores de un mes de nacidos en los que no se haya instaurado aún una adecuada lactancia materna. De nuevo, lo que el bebé necesita es tomar el pecho a demanda. Si tomándolo así, vemos que hay momentos en los que sale mucha leche y realiza una succión pasiva o no nutritiva y la leche chorrea por las comisuras, podríamos ofrecer por un ratito el chupete, sin embargo, esto no es imprescindible y en caso de hacerse, ha de ser exclusivamente en momentos puntuales, nunca en sustitución del pecho.

También en casos de separación con la madre, por trabajo por ejemplo, podría ser de ayuda ya que la succión aporta bienestar y confort. Sin embargo, es importantísimo recordar que el chupete no es un artilugio para "callar" las necesidades del niño, sino en ese caso, una herramienta más de consuelo, donde la principal sería el afecto, la cercanía y las palabras amorosas de un adulto de referencia para el niño.

Háblanos ahora de los beneficios y perjuicios del uso del chupón

Entre los posibles beneficios tenemos que mamá quizás pueda separarse puntualmente durante un momento de su bebé, o que el bebé pueda, en caso de ser inevitable la separación por un rato de su madre, calmarse y/o dormirse en brazos de otro cuidador.

Entre los contras, tenemos que el chupete, a diferencia del pecho, no se adapta a la forma exacta del paladar del bebé, por lo que al hacer de su succión un hábito, será el paladar y no el chupete, el que se deforme. Con el pecho sucede lo contrario; es blandito y se estira y adapta perfectamente propiciando el correcto desarrollo de las estructuras musculares y óseas de la cavidad oral. También tenemos el tema de la higiene; el pecho siempre está limpio, mientras que un chupete puede caer al suelo (en casa o fuera) y estar contaminado o sucio. En mi curso online de Salud Bucal para Padres hablo más extensamente sobre la higiene adecuada del chupete.

Además, la introducción del chupete como hábito en menores de un mes puede causar confusión del pezón, dificultando la lactancia e incluso disminuyendo la producción de leche materna por no estimular adecuadamente la misma mediante succión del pecho de la madre.

¿Una vez que se instala el hábito o se crea una dependencia, cuál sería el momento indicado y la manera respetuosa para ayudar al niño a que deje el chupón? 

Sabiendo que la necesidad primaria del bebé o niño pequeño es la de succionar del pecho de su madre y que el chupete es un hábito impuesto para cubrir de alguna manera esa necesidad, pero no de la forma en la que espera el niño, sino de una manera que conviene al adulto, debemos recalcar entonces la necesidad de abordarlo de la forma más respetuosa posible.

Es crítico tener en cuenta, al hablar de dejar el hábito de succión del chupón que el niño, a quien estamos obligando en estos casos, tiene un hábito impuesto por sus padres y para la conveniencia de sus padres,  este niño no buscó instintivamente el chupete al nacer (sino el pecho), nosotros se lo hemos ofrecido, o peor en algunos casos: le hemos enseñado a usarlo como sustituto.

También es importante considerar que la edad antropológica de destete espontáneo en el ser humano se encuentra -según Katherine Dettwyler, investigadora y autoridad indiscutible a nivel mundial en la materia- entre los dos y medio y los siete años de edad. Por lo cual, si no llevamos a cabo una lactancia a demanda y a término, debemos tener presente que es probable que el niño continúe teniendo la necesidad de mamar hasta ese período en el que hubiera ocurrido el destete espontáneo de habérsele permitido llevar un amamantamiento a término.

Con esto no quiero decir que debamos permitirle al niño usar el chupón hasta que se case... Si utilizamos el chupón de forma puntual, y sólo durante breves momentos durante el día, “continuando” con la lactancia a demanda, es muy probable que el niño lo deje por sí solo. En ningún momento debe usarse el chupete como sustitutivo del pecho, de los brazos, ni de la atención materna. Si igualmente estamos supliendo la necesidad verdadera, a pesar de estar usando chupón, creo que no se creará una dependencia; cumpliría una función puntual como la de satisfacer la necesidad de succión pasiva en momentos en los que la madre produce demasiada leche y el bebé la deja caer por sus comisuras, o en caso de ausencia materna momentánea.

¿Y con el dedo?

El dedo es otro tema, aunque se trata también de una estructura, si cabe llamarla así, que no se amolda a la forma del paladar duro del niño, sino que al igual que el chupete lo deformaría, debemos tomar en cuenta que es parte del cuerpo del niño   y también que algunos bebés maman dedo incluso dentro del vientre materno. Si continuamos con una lactancia a demanda y satisfaciendo la necesidad de contacto y cercanía del niño, el tiempo que pase con el dedo en la boca será más bien corto.

Para resumir, no existe una edad como tal, sin embargo, desde el punto de vista odontológico es recomendable dejar el chupete antes de los dieciocho meses, y el dedo antes de que hagan erupción los dientes permanentes anterosuperiores. De cara a dejar estos hábitos, lo que no recomiendo en lo absoluto es mentir al niño, descalificarlo, burlarse ni humillarlo.  

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Louma, hasta ahora hemos mencionado el uso adecuado del chupón en los casos de bebés alimentados con el pecho, ¿qué pasa con los bebés que toman biberón o tetero?

Si a mamá le toca consolar a su niño (que no toma pecho sino biberón) con el pecho, aunque no le salga leche, estaría bien. Si no, toca darle un poco de chupón si parece necesitarlo, pero al igual que los niños que toman el pecho, sólo puntualmente, jamás en sustitución del amor, los mimos y brazos, jamás para acallarlo.

A veces resulta imposible lograr que un niño deje el dedo, aún usando métodos rudos e irrespetuosos que, sea dicho de paso, no recomendamos en este espacio. Frente a este panorama es lógico que terminemos por evaluar cuán contraproducente puede ser dejar que el niño se mame el dedo sin agobiarlo ¿qué opinas al respecto?

El dedo no se lo puedes quitar ni que lo obligues. Yo soy partidaria de buscar causas subyacentes y satisfacer esa necesidad que lo lleva a succionarlo. Propiciar un buen ambiente,  sereno y tranquilo. Pero si con eso no se logra, dejar al niño ser, e intentarlo de nuevo más tarde a ver si está listo. Yo prefiero decirle a los padres que les den mucho cuerpo y mimos, que dejen de mortificarse y mortificar al niño por el dedo.  Siempre podemos pedir  ayuda al odontólogo,  que hable con el niño, sin hacer dramas ni ponernos obsesivos con el tema.

¿Existe alguna razón médica que realmente nos fuerce a apelar a recursos límites causando sufrimiento para que el niño deje el chupón o el dedo?

A ver, si aún estamos durante la etapa de dentición primaria, aunque se desplacen los dientes, estos pueden regresar a su posición tras dejar el hábito, y los dientes permanentes pueden salir en posición adecuada. Yo no recomiendo dejarlo abruptamente ni a la fuerza, ni hacer sufrir al niño. Lo que sí creo es en buscar medios alternativos para satisfacer las necesidades del niño, ya sean físicas (abrazos, succión) o emocionales (mimos, consuelo), etc. para que el niño paulatinamente recurra cada vez menos al hábito para darse confort y placer. Podemos intentarlo como padres, hablando y llenando las necesidades del niño, y si aún persiste, acudir al odontólogo para que sea él quien hable con el pequeño, siempre de forma respetuosa. Podría enseñarle fotos de antes y después, explicarle qué deformaciones causa, cómo sería el tratamiento, ofrecerle medios positivos para dejar el hábito por su cuenta y probar esto durante algunos meses para observar su progreso.


En niños más grandes podemos explicar que luego quizás haga falta ponerse ortodoncia para ayudar a los dientes a regresar a su lugar, no como amenaza, sino para que comprenda las consecuencias de continuar con el hábito y quizás tome una decisión consciente e informada.

¿Qué podemos hacer cuando se ha instalado el hábito y ya hemos probado distintos métodos respetuosos para retirar el chupón o hacer que el niño deje de chuparse el dedo, pero no lo conseguimos sin causar sufrimiento?

Dependiendo de la edad del niño y de su mundo circundante, continuaría negociando, explicando pacientemente, o bien lo dejaría una temporada más y lo intentaría de nuevo más adelante. A veces necesitan un poquito más de tiempo para saciar esa necesidad y luego lo dejan. Siempre depende de muchos factores. Si está teniendo muchos cambios en su vida, separaciones, angustias, inicio de la escolarización, un nuevo hermanito, ya ha sido destetado, etc. En esos casos, quizás podamos dejarle esta forma de "consuelo" un tiempo más y probar en un momento de más calma retirarlo sin lágrimas, o tal vez nos sorprenda el niño dejándolo por sí solo.  

Háblanos de las consecuencias del chupón o mamar el dedo para la salud bucal

A mediano plazo, dientes superiores inclinados hacia el frente y hacia arriba (labioversión) y dientes inferiores inclinados hacia abajo y hacia dentro (linguoversión) para dar cabida al dedo o al chupón. También se ve alterada la mordida, que suele ser abierta en estos niños, se estrecha el arco superior, el paladar aumenta de profundidad, el labio superior se vuelve hipotónico (menor tonicidad muscular) y el inferior hipertónico (mayor tonicidad por la succión).

A más largo plazo, si el hábito persiste más allá de la erupción de los dientes permanentes anteriores (incisivos y caninos), y durante la dentición mixta (de seis a doce años de edad) podrían producirse graves desplazamientos dentales, lesiones en el alineamiento de los dientes y mordida del niño.

¿Existe la posibilidad de correctivos?

Sí puede corregirse, con el tiempo, si dejamos el hábito de forma temprana, o bien con el uso de aparatos odontológicos u ortopédicos.

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