“Eppur si muove.” Galileo
Galilei
La semana pasada circulaba en redes sociales un video que registra
a cierto pediatra realizando examen médico brutal a un bebé de meses. Práctica
que además, el “reputado” profesional, en
aclaratoria ofrecida a la prensa justificaba en nombre de la ciencia
y de la detección oportuna de patologías.
Algunos seguidores y organizaciones no gubernamentales que
defienden los derechos del niño indagaron mi opinión sobre este escándalo
mediático. Entonces decidí publicar en mi muro de Facebook una reflexión donde señalé lo llamativo que lucía tanto horror, espanto y
repudio social causados por dicho video, en contraste con el silencio y el general
encogimiento de hombros respecto a las intervenciones violentas hacia los bebés
durante prácticas rutinarias que ni siquiera entrañan patologías o enfermedades,
sino procesos naturales, fisiológicos como son el parto o nacimiento, por
ejemplo. Es como horrorizarse cuando nos enteramos de una noticia de abuso
sexual infantil, pero al mismo tiempo nos parezca normal y lógico pegarle a un
niño para disciplinarlo. Al parecer no
somos capaces de registrar violencia en el hecho de que casi todos los
bebés que nacen por parto o cesárea convencional, apenas nacer, entre muchas
otras prácticas cuestionables, son pinchados, se les introducen sondas por el ano, por la nariz, son manipulados de forma brusca
para limpiar, medir, pesar, examinar... Es decir, que durante un momento tan
crítico como lo es la llegada al mundo de un ser humano donde lo que más
necesita es paz, respeto, silencio, que se proteja el ambiente para consolidar
el apego temprano con la madre, éste es separado y expuesto a una ristra de
shocks que quedan impresos a fuego en su memoria emocional por el resto de su
vida, en nombre de la ciencia. Toda esta violencia y este abuso en los partos y
nacimientos está naturalizado e
institucionalizado con el aval de "La Academia" que tanto aplaudimos,
reverenciamos y a la cual obedecemossin chistar como autoridad suprema e incuestionable.
Decir algo así me costó caro. De pronto me sentí como bruja
perseguida por la inquisición. Si bien muchas madres se identificaron con lo dicho y aprovecharon la
oportunidad para sacar su dolor y expresar el abuso del que se sintieron víctimas
junto a sus bebés durante sus propias experiencias de partos o cesáreas, no se
dejaron esperar las expresiones de incredulidad seguidas de ofensas, reclamos e
insultos por parte de profesionales de la salud quienes me llamaron a mí y a
quienes opinaron como yo, ignorantes,
legas en la materia (como si parir no fuera cosa de mujeres), irresponsables por pensar como lo hacemos e
incitar a otras mujeres a cuestionar y rechazar procedimientos diseñados para “salvar
vidas”. Y es que, ciertamente –tal y como
el doctor Michel Odent tituló alegóricamente en el ensayo que invito a leer a
propósito del debate sobre uso de rutinas injustificadas durante el parto o
nacimiento- nos encontramos ante "La Principal
Verdad Incómoda".
En todo caso el tristemente célebre video del pediatra
practicando el examen brutal a un bebé, y que dio origen a este debate, debería
tomarse como punto de partida, como un "a propósito de..." para
llevarnos a la reflexión sobre la naturalización de infinitas dosis de violencia durante las prácticas que
en nombre de la ciencia y la prevención de patologías, se ejercen sobre los bebés, especialmente durante partos y nacimientos
masificados. Se trata de un hecho (moleste a quien moleste) que no se puede
ocultar. Yo misma he sido una victima de estas rutinas médicas. No necesito ser
especialista en la materia para conocer en su justa dimensión, cuán violenta
fue la experiencia y cuán honda la herida para mí y para mis hijas. Todavía
después de más de veinte años lloro por ello y me duele no haber contado con
la información para elegir otra forma de traerlas al mundo. Y aclaro que no se
trata de satanizar la medicalización de los nacimientos cuando estas son
realmente necesarias para salvar vidas. Con lo que no puedo estar de acuerdo es
con la patologización sistemática de procesos fisiológicos como son los partos
y las consecuentes intervenciones violentas que estas entrañan para madre y bebé. Y es que incluso cuando resulta indispensable
intervenir medicamente se podría hacer de un modo mucho más amable y más
respetuoso.
Formarse como profesional de salud no puede limitarse a
repetir lo que se aprende de los profesores en la universidad. Es importante pensar
por sí mismos, ser autocríticos, bajarse del pedestal, escuchar a los pacientes,
ser capaces de cuestionar el sistema y emprender los cambios necesarios para ofrecer
un servicio profesional humanizado, basado en el respeto y la sensibilidad.
La buena noticia es que desde hace más o menos dos décadas,
ha surgido un movimiento importante que demanda un cambio encaminado hacia la
humanización de los nacimientos. Son núcleos de personas vanguardistas, que
como el mismo Michel Odent ha dicho, “tienen
la capacidad especial de llegar a una nueva conciencia antes que los demás y
cuya responsabilidad consiste en ayudar
a través de la iniciación y la divulgación de nuevas conciencias.” Frente a este escenario, los profesionales de
la salud identificados con el sistema tradicional hegemónico, en lugar de
reaccionar cual inquisidores y emprender una cacería de brujas sobre quienes se
dedican a la tarea de señalar "La Principal
Verdad Incómoda", podrían desautomatizarse,
ser capaces de dejar de repetir lo
aprendido en la academia como si se tratara de verdades reveladas y hacer el esfuerzo de observar, investigar,
indagar más allá.
Mientras tanto, suscribo cada palabra de mi querida amiga y
psicóloga Alicia Núñez, quien durante el debate en mi muro de Facebook agregó: “violencias invisibles hay muchas, nuestra tarea es que se evidencien y dejen de
ejercerse”. Pues así lo he hecho y
seguiré haciendo… y si se presenta la necesidad, no tengo ningún problema en montarme en mi
escoba para escapar de la hoguera.
Email: conocemimundo@gmail.com
Twitter. @conocemimundo
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