Pintura de Tatiana Deriy |
Ojalá creciéramos tanto como para llegar a
ser niños.
Me llamó la atención su linda ropita veraniega y se me inundó el corazón de ternura al ver aquellos
piececitos en unas cuchis sandalias como las que usaban mis hijas cuando tenían su edad. Era una niña no mayor de tres años. Caminada por la acera con su mamá y otra mujer adulta. Seguí observando la escena. Saqué cuentas y resultó que la misma distancia que
las mujeres adultas recorrían con un paso, la pequeña de tres años la recorría con dos pasitos. Es decir que, para desplazarse, un niño pequeño necesita hacer el doble de
esfuerzo respecto a un adulto. La mamá y su amiga. -como es común en los mayores- iban de prisa y enfocadas hacia un
objetivo (ir al mercado, a comprar tal cosa, al trabajo, a la casa…). Ajena a las prisas al igual que todo niño, la pequeña de las sandalias coquetas
recorría el camino viviendo el
presente, dando rienda suelta a su imaginación, creándose historias, observando cada detalle del camino como
una novedad, zigzagueando los adoquines de la acera...
A menudo, cada uno -niño y adulto- andamos por la
vida a velocidades y en planetas distintos. Y es de este andar en tiempos y
planetas distintos, que se desprende infinidad de aproximaciones violentas
hacia nuestros chiquitines. Verbigracia las escenas típicas en la calle o centros comerciales de mamás o papás llevándolos a rastras contra su deseo de detenerse a apreciar
algún detalle o porque se
cansan, ya no quieren caminar y piden
que los lleven en brazos. Qué decir de la presión a la que los sometemos apenas despiertan cada día para que se alisten a toda prisa y salgan a cumplir con
una larga rutina de actividades escolares y extraescolares marcadas por
objetivos y por horarios diseñados e impuestos desde el
distante y competitivo planeta adulto.
Hemos creado un mundo incompatible con el despliegue de
infancias felices. Terminamos por arrebatar a los niños el tiempo para vivir el presente, para comer cuando
tienen hambre y no porque es la hora,
para dormir cuando tienen sueño y levantarse cuando estén descansados y no porque toca hacerlo. Les despojamos del
gran tesoro de andar a su aire y dar rienda suelta a la imaginación, crearse sus propias historias, de juguetear y
sorprenderse con cada detalle del camino, de zigzaguear adoquines sobre la
acera…
Si tan sólo registráramos que los niños aún son capaces de vivir en conexión con la sabiduría intuitiva. Si tan sólo los observáramos y los escucháramos, sería mucho lo que podríamos aprender de ellos.
Email: conocemimundo@gmail.com
Twitter. @conocemimundo
FB: Conoce Mi Mundo
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