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miércoles, 16 de octubre de 2013

La niña de las sandalias coquetas

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Pintura de Tatiana Deriy 


Ojalá creciéramos tanto como para llegar a ser niños.
Carlos Costa, coautor de Una nueva  paternidad

Me llamó la atención su linda ropita veraniega y se me inundó el corazón de ternura al ver aquellos piececitos en unas cuchis sandalias como las que usaban mis hijas cuando tenían su edad. Era una niña no mayor de tres años. Caminada por la acera con su mamá y otra mujer adulta. Seguí observando la escena. Saqué cuentas y resultó que la misma distancia que las mujeres adultas recorrían con un paso, la pequeña de tres años la recorría con dos pasitos. Es decir que, para desplazarse, un niño pequeño necesita hacer el doble de esfuerzo respecto a un adulto. La mamá y su amiga. -como es común en los mayores- iban de prisa y enfocadas hacia un objetivo (ir al mercado, a comprar tal cosa, al trabajo, a la casa). Ajena a las prisas al igual que todo niño, la pequeña de las sandalias coquetas recorría el camino viviendo el presente, dando rienda suelta a su imaginación, creándose historias, observando cada detalle del camino como una novedad, zigzagueando los adoquines de la acera...

A menudo, cada uno -niño y adulto- andamos por la vida a velocidades y en planetas distintos. Y es de este andar en tiempos y planetas distintos, que se desprende infinidad de aproximaciones violentas hacia nuestros chiquitines. Verbigracia las escenas típicas en la calle o centros comerciales de mamás o papás llevándolos a rastras contra su deseo de detenerse a apreciar algún detalle o porque se cansan,  ya no quieren caminar y piden que los lleven en brazos. Qué decir de la presión a la que los sometemos apenas despiertan cada día para que se alisten a toda prisa y salgan a cumplir con una larga rutina de actividades escolares y extraescolares marcadas por objetivos y por horarios diseñados e impuestos desde el distante y competitivo planeta adulto.

Hemos creado un mundo incompatible con el despliegue de infancias felices. Terminamos por arrebatar a los niños el tiempo para vivir el presente, para comer cuando tienen hambre y no porque es la hora,  para dormir cuando tienen sueño y levantarse cuando estén descansados y no porque toca hacerlo. Les despojamos del gran tesoro de andar a su aire y dar rienda suelta a la imaginación, crearse sus propias historias, de juguetear y sorprenderse con cada detalle del camino, de zigzaguear adoquines sobre la acera 

Si tan sólo registráramos que los niños aún son capaces de vivir en conexión con la sabiduría intuitiva. Si tan sólo los observáramos y los escucháramos,  sería mucho lo que podríamos aprender de ellos.   

Twitter. @conocemimundo

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