No existe el pecado
original, lo que existe es la herida primal. Ileana Medina
Ya he dicho antes en artículos, en programas de radio y talleres,
que entre otros especialistas de la conducta humana, la frecuentemente citada y
recomendada autora argentina Laura Gutman, insiste sobre el hecho de que toda
forma de violencia pasiva, activa, concreta o sutil se genera a partir de la falta de calidad en
el vínculo durante la crianza. En palabras de la Gutman, la calidad del vínculo depende de la
capacidad de prodigar o no las necesidades que un bebé humano, mamífero, altricial
requiere para su desarrollo y que se traducen básicamente en obtener la misma
calidad de confort que experimenta el
bebé dentro del útero materno. Es decir, contacto permanente con el cuerpo de
la madre, movimiento permanente, alimento permanente, mirada, brazos, consuelo,
sostén en continuum. Por ende no es necesario llegar a pegar o gritar. Cuando
la madre, el padre o adulto cuidador responsable de la crianza, no es capaz de reconocer
y prodigar las necesidades auténticas del niño pequeño, automáticamente lo
somete a experiencias sufrientes y violentas.
Podríamos decir sin miedo a exagerar que ningún ser humano nacido y criado en esta
civilización organizada sobre principios de rigidez y autoritarismo, con
modelos de crianzas basados en el adiestramiento y la obediencia, condicionado sobre la creencia de que un niño
se malcría si se le carga demasiado, que hay que dejarlo llorar para que
aprenda a tolerar frustración, etc., se
libra del maltrato. Nadie o casi nadie
se salva de la necesidad de batallar frente a experiencia de infancias
hostiles, desplegadas en desiertos afectivos.
Hay que rendirse ante la evidencia: en
esta civilización nacemos para sobrevivir y no para ser amados.
Así las cosas, los seres humanos hambrientos de amor, terminamos por aferrarnos a diferentes mecanismos de “salvataje”
o de sobrevivencia. En su libro Crianzas,
violencias invisibles y adicciones Laura Gutman desarrolla cuatro de ellos que son básicos:
- Violencia hacia fuera: Los niños que echan mano de este mecanismo para sobrevivir, desesperados por obtener lo que necesitan y que no es prodigado por sus cuidadores, aprenden que deben pelear y arrebatarlo. Por tanto devienen en adultos que destruyen al otro. A lo largo de sus vidas siempre encuentran un “otro” que tiene la culpa.
- Violencia pasiva: Son las víctimas sistemáticas. El niño aprende que en la medida en que es fagocitado por la madre o cuidador, en la medida en que reprime sus pulsiones, en la medida en que renuncia a pedir lo que legítimamente necesita, que no reclama su deseo para ser aceptado por el otro, en esa medida es nombrado, logra mirada y vínculo (“rómpeme, mátame pero no me dejes”). Luego en su vida presente y futura, basa el vínculo con otro en tanto que ese otro lo destruye.
- Violencia hacia adentro: Se trata del niño que a través de distintas formas pide mirada, brazos, cuerpo materno… sin lograr penetrar en el radar de sus padres, pero termina haciendo un broncoespasmo y logra tenerlos a su lado las 24 horas seguidas al lado de la cama en el hospital. Con lo cual aprende que es así como logra obtener lo que necesita. Entonces “las enfermedades y la debilidad se constituyen en el principal aliado para obtener amor y entrar en el circuito de las relaciones.”
- Devorarlo todo: La autora argentina se refiere a las adicciones como otro de los mecanismos de sobrevivencia originado en la carencia de maternaje o calidad de vínculo durante la crianza y que opera incorporando vorazmente comida, tabaco, alcohol, café, substancias, diversión obsesiva, consumos… intentando saciar necesidades originales (infantiles) no satisfechas. Aclara la Gutman que todos los seres humanos sufrimos de adicciones en distintos grados. De hecho vivimos una civilización muy adictiva al punto de que el consumo desmedido entraña un auténtico e inminente desastre ecológico.
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