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miércoles, 6 de noviembre de 2013

Está bien equivocarse


La última vez que chequeé seguía siendo humano y es de humanos equivocarse. 
Adagio popular.


 En su libro “El viaje al poder de la mente”, el divulgador científico Eduard Punset dice,  “Se nos repite desde  pequeños que tendríamos que aprender de nuestros propios errores, pero ¿cómo vamos a aprender de nuestras equivocaciones si no admitimos nunca, o rara vez, que nos hemos equivocado?" …   Y cómo podría ser de otro modo, cuando nuestra educación en general se basa sobre la estigmatización y la penalización del error o en la premiación de los aciertos entendidos como conductas socialmente esperadas. De esta manera hemos terminado por llamar educación a meros procesos de adiestramiento basados en la obediencia ciega, a un sistema de huecas y superficiales transacciones (te doy o te quito según te comportes), con lo cual no contribuimos a asimilar conscientemente la experiencia.  Esto es más o menos lo que hacemos a diario, en la mayoría de los casos,  durante la crianza de nuestros hijos.

En este orden de ideas me vino a la mente cierto papá genuinamente preocupado  que se me acercó para relatarme un evento ocurrido durante una fiesta infantil. Con el interés de aclarar si hacía bien o no al usar recursos punitivos (castigo-premio) para lograr que su hijo de cinco años incorporara valores positivos, me contó lo siguiente.  En un momento dado, durante la fiesta, su hijo se sintió  atraído por el globo de otro pequeño de dos años. Entonces se acercó, lo apretó y lo reventó. Como era de esperarse el pequeño de dos años rompió a llorar de susto y desilusión por haber perdido su hermoso y divertido globo a manos de otro niño arrebatado por el impulso. Frente a este escenario, y con la mejor intención de educar, el papá obligó a su hijo a acercarse a la “víctima”, disculparse y entregarle su propio globo en compensación, “para que le doliera y aprendiera la lección”, me aclara el padre. El hijo terminó muy molesto y humillado, el papá muy incómodo, y todos terminaron desaprovechando una gran oportunidad de aprendizaje a partir de los errores acaecidos durante la experiencia, sea dicho de paso, muy común en las fiestas infantiles…

Le propuse al padre lo siguiente: ¿qué tal si rebobinamos la historia para darle un curso diferente?, ¿qué tal si tras la arremetida de tu hijo  contra el globo del niño de dos  años, abrimos un espacio de reflexión para indagar qué pasó, qué lo llevó a hacer lo que hizo, por qué, para qué? Probablemente estaba muy excitado por el consumo de tanta azúcar contenida en gaseosas y golosinas. Probablemente estaba molesto, cansado, aburrido. Quizás intentó decirlo varias veces a su manera sin lograr entrar en el radar de sus cuidadores (La "mala conducta" de un niño es siempre una señal para que detectemos  necesidades desatendidas o aproximaciones desequilibradas hacia él). Tal vez simplemente le resultó llamativo aquel globo que lo invitaba a explorar movimientos y sensaciones…

En lugar de castigar, podríamos comenzar por escuchar al pequeño y responderle desde la empatía diciendo, por ejemplo,  que entendemos que el globo luzca atractivo y reventarlo ciertamente es muy divertido, pero que debemos tomar en cuenta que no siempre lo que nos provoca hacer es bueno para los demás. Podemos aprovechar para explicarle que es deseable intentar ponernos en el lugar del otro antes de actuar y pensar un poco si nos gustaría que nos hicieran lo mismo, etc.  Si a estas alturas hemos logrado establecer una comunicación empática,  probablemente el niño quiera entregar de motu propio su globo (los niños al contrario de lo que creemos son seres muy generosos), y si no, ¿porqué en lugar de obligarlo “para que le duela más y aprenda”, mejor le proponemos buscar juntos otro globo disponible en la misma fiesta para compensar al pequeño de dos años, llevárselo y disculparnos?  De esta manera evitamos que nuestro hijo se sienta humillado, con miedo o con resentimiento fruto de castigos psicológicos. Con lo cual estaría en mejor disposición para asumir su responsabilidad desde el genuino deseo de cooperar a partir de la conciencia y la empatía, constatando que es de humanos equivocarse y que los errores son estupendas oportunidades de aprendizaje y crecimiento.

Twitter. @conocemimundo

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