Cada vez que me preguntan si
estoy de acuerdo con recursos conductistas como la silla de pensar, tiempo
fuera, carteleras de puntos, el «un, dos,
tres»… para lograr que los niños
modifiquen su comportamiento, respondo categóricamente que
no apruebo sistemas de entrenamiento canino para educar a nuestros pequeños.
El tiempo fuera, time-out,
silla de pensar, entre otros nombres con que se acuña la práctica
de aislar a los niños
durante un lapso de tiempo determinado que se establece y va aumentando según sea la edad o la falta, para detener una
conducta no deseada, es una forma de castigo psicológico,
vivido por el niño
como una experiencia humillante y aterradora, frecuentemente aplicado tanto en
el hogar como en la escuela. No importan
las variantes ni los eufemismos (consecuencias naturales, período de
inactividad, tiempo de reflexión o renovación)
que usemos los adultos para construir una apariencia benigna sobre esta forma
de tortura psicológica.
La realidad es que el tiempo fuera es un método de cimiento
autoritario y punitivo, con lo cual, provoca consecuencias perjudiciales en los
pequeños.
¿Qué hay tras la aparente inocuidad del tiempo fuera
o silla de pensar?
Como todo
castigo psicológico,
aunque se logre detener la conducta no deseada al momento de aplicarlo, no se atiende
la causa que la provoca, de manera que el comportamiento aflorará
de nuevo, más
temprano que tarde, multiplicado y empeorado.
Luego, por decir lo menos,
echamos al mundo seres humanos que respetan la luz roja del semáforo
cuando no hay un policía y no porque han comprendido
la importancia de respetar dicha norma. Por tanto, apenas encuentren la
posibilidad de burlarla sin que haya sanciones, lo harán.
Es decir, no ayudamos a desarrollar empatía, valores,
conciencia despierta, sentido de pertenencia familiar y social, deseo genuino
de cooperar…
Según
la experiencia del niño, el tiempo fuera implica su expulsión tanto del territorio físico como afectivo del adulto cuidador o figura
principal de apego. El miedo al abandono infundido tras la amenaza de retirar
nuestro amor, comunicación, aprobación, es el
mecanismo que opera para provocar la interrupción
de la conducta no deseada en el niño o niña. Decirle
a un niño o niña
que lo amamos pero que lo ignoraremos
temporalmente expulsándolo de
nuestro territorio físico, afectivo, cerrándole
nuestro escucha al mandarlo a la silla
de pensar o aislarlo en su habitación hasta que
aprenda a comportarse, es exactamente lo mismo que decirle “te
pego porque te quiero o por tu propio bien”. Así transmitimos
el mensaje de que cualquier persona, especialmente aquella en la que más
confíe o
ame, puede amenazarle, manipular sus emociones y abusar de su integridad para
obtener lo que espera de él o de ella.
Con la silla de pensar o
tiempo fuera, censuramos la expresión de las
emociones del niño, ignorándolo
y aislándolo,
provocando que se solapen las causas que
generan la conducta no deseada. Condicionamos al niño a suprimir o bloquear sus sentimientos y a
perder la confianza de expresarlos ante sus cuidadores. De esta manera perdemos
la oportunidad valiosa de detectar heridas emocionales o necesidades legítimas
no atendidas para
ayudar a resolverlas.
El tiempo fuera o silla de
pensar transmite al niño la enseñanza de que
será aislado e ignorado cuando no se pliegue a
nuestros deseos, y que es digno de amor sólo si hace lo que esperamos de él.
En lugar de ofrecer a nuestros
pequeños
herramientas de resolución de conflictos empáticas,
inteligentes y respetuosas, el tiempo fuera enseña que los
conflictos se resuelven imponiendo, expulsando
y cerrando la comunicación.
Dentro de una organización
familiar o escolar democrática, no podría
incorporarse esta clase de métodos de modificación de
conducta, porque los mismos, por definición, son
punitivos y autoritarios, de manera que para funcionar requieren sustentarse
sobre organizaciones que posibilitan el abuso de poder, la imposición
y la sumisión.
Aunque intenten hacernos ver
la silla de pensar o el tiempo fuera como un recurso aceptable para sustituir
el castigo físico
en aras de educar niños obedientes sin maltratar, la verdad es que se
trata de un método
punitivo, autoritario, aterrador y humillante para el pequeño.
Por tanto se constituye en un vehículo de transmisión de
valores violentos.
Para beneficio de la humanidad
conviene recordar que, una cosa es un niño
obediente y sumiso, y otra muy distinta un niño
consciente, respetuoso y empático.
La vida es cambio constante. O
buscamos nuevos referentes para educar y criar a nuestros niños
y niñas, o corremos el riesgo de quedarnos atascados
en esquemas perjudiciales y vencidos.
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Excelente artículo! Realmente como padres adoptamos métodos para la educación de nuestros hijos, sin saber si estos métodos serán beneficiosos o no para los pequeños! Gracias por su guía en este tema! Me gusta mucho su blog! La sigo gracias a inspirulina, una gran herramienta también!
ResponderEliminarMuchas gracias!
Martha.-
Buenas, qué sugiere para sustituir esta técnica?
ResponderEliminarMe parece muy bien, pero que otra alternativa nos brinda para aquellos niños especialmente con problemas de conducta en un aula de clases de 30 estudiantes?
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