Ningún ser humano pasa por esta vida sin ser tocado. Todos sin excepción
atravesamos períodos difíciles
o las llamadas crisis donde lo habitual se desajusta para dar paso al cambio
que a menudo, sobre todo si navegamos a ciegas,
se presenta de forma caótica, incierta y amenazante.
Es internacionalmente conocida la situación
de aguda crisis social que, en estos tiempos aciagos, experimenta Venezuela.
Atrapados en una escalada de violencia, caos e ingobernabilidad nos vemos en la
necesidad de sobrevivir los habitantes de mi país, sumando el
enorme compromiso de proteger, contener y orientar a los niños
que están bajo nuestra responsabilidad, con lo cual la angustia y la incertidumbre arrecian.
Sin embargo, aún cuando las crisis
no sean deseables, siempre vienen para enseñarnos algo.
Para ayudar a darnos cuenta de aspectos fundamentales de nuestra vida que hemos
desatendido. Las crisis son mensajeras que vienen a despertar la conciencia y
en la medida en que abramos la escucha a lo que vienen a decirnos saldremos fortalecidos. Toda vez que
hago una mirada retrospectiva a mi propia historia personal, término
por confirmarlo.
Cabe aclarar que apreciar el aprendizaje que viene en cada crisis significa
atravesarla con conciencia e inteligencia.
Si no aprendemos las lecciones que trae cada crisis, ésta se reeditará sucesivamente con mayor fuerza a lo largo de nuestra vida. Pero, para
aprender de la crisis, superarla y no repetirla, necesitamos altas dosis de
apertura emocional y capacidad de autocrítica.
Quizás una de las grandes enseñanzas de esta
crisis que hoy afecta a los habitantes de Venezuela, se encuentra en registrar la
importancia de cultivar fehaciente y coherentemente los valores democráticos
desde la raíz, desde el proceso de desarrollo de los seres humanos dentro del ámbito
del hogar, durante la crianza. De modo que cabe cuestionarnos, queremos vivir en democracia, ¿pero estamos
criando y educando en democracia?.
Podríamos aprovechar el miedo, el dolor, la impotencia, la humillación
y la indignación que nos pega tan duro cuando somos testigos o víctimas
de abuso y de violación sistemática de derechos
ciudadanos por quienes detentan el poder, cuando lo correcto, lo coherente con
los valores democráticos, es que deberían
actuar como garantes de nuestra integridad y de las leyes. A partir de esta experiencia de autoritarismo padecida en la
propia carne desde el lugar de víctimas,
podríamos
apelar a la empatía y reconocer el
abuso que con nuestra propia cuota de poder como padres o adultos cuidadores,
responsables de proteger a nuestros niños,
ejercemos sistemáticamente durante
la educación o crianza. ¿Acaso no estamos
abusando toda vez que les humillamos e irrespetamos su integridad como personas,
con castigos físicos o psicológicos, sin la posibilidad de defenderse ante nuestro poder fáctico?. ¿Por qué no somos capaces de ver todas las veces que nos comportamos como
dictadores en el hogar? Nos quejamos con toda razón de que nuestras demandas sociales son descalificadas, desoídas, desatendidas por quienes tienen el deber de atenderlas, y que
encima nos reprimen el legítimo derecho a la protesta cerrando toda
posibilidad de solución a la crisis. ¿Acaso
no encontramos parecido en el hecho de degradar a la condición de capricho, descalificar y desoír las legítimas necesidades de nuestros pequeños, quienes previamente las han expresado de tantas maneras
sutiles hasta estallar en berrinches o "mal comportamiento",
desesperados y sin recursos ya para lograr que atendamos y prodiguemos lo que
legítimamente necesitan?.
Observemos nuestro hogar como una
biopsia del país. ¿Cuál es nuestro grado de tolerancia, respeto, capacidad de resolver
diferencias a través de acuerdos, de
negociación y de encuentro
frente a posiciones, opiniones, situaciones que no se pliegan a nuestro deseo, nuestra
comodidad o expectativas en nuestras relaciones personales o con nuestros
hijos?. ¿Cuántas veces negados a perder poder, declaramos la guerra a los niños
con un no rotundo y se hace lo que yo digo porque soy tu mamá o tu papá
y punto, en
lugar de acordar, negociar para dar cabida al deseo de todos?
Ser capaces de registrarlo, equivale a romper con una cadena
nefasta que comienza por sembrar el
autoritarismo en el hogar, desde donde parte e irradia hasta consolidarse en la sociedad. Entonces, si queremos vivir en
una sociedad democrática, primero
aprendamos a criar y educar en democracia.
Para sanar el tejido, hay que regenerar la célula.
Todo lo que nos acontece es coproducido. Con conciencia y
fortaleza podemos asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde y usar
nuestro poder personal para contribuir con el llamado a la transformación
que viene implícito en cada crisis a lo largo de nuestra vida.
Email: conocemimundo@gmail.com
FB: Conoce Mi Mundo
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