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miércoles, 2 de abril de 2014

Toda crisis trae algo que enseñarnos





Ningún ser humano pasa por esta vida sin ser tocado. Todos sin excepción atravesamos períodos difíciles o las llamadas crisis donde lo habitual se desajusta para dar paso al cambio que a menudo, sobre todo si navegamos a ciegas,  se presenta de forma caótica, incierta y amenazante.

Es internacionalmente conocida la situación de aguda crisis social que, en estos tiempos aciagos, experimenta Venezuela. Atrapados en una escalada de violencia, caos e ingobernabilidad nos vemos en la necesidad de sobrevivir los habitantes de mi país, sumando el enorme compromiso de proteger, contener y orientar a los niños que están bajo nuestra responsabilidad, con lo cual la   angustia y la incertidumbre arrecian.

Sin embargo, aún cuando las crisis no sean deseables, siempre vienen para enseñarnos algo. Para ayudar a darnos cuenta de aspectos fundamentales de nuestra vida que hemos desatendido. Las crisis son mensajeras que vienen a despertar la conciencia y en la medida en que abramos la escucha a lo que vienen a decirnos saldremos fortalecidos. Toda vez que hago una mirada retrospectiva a mi propia historia personal, término por confirmarlo.

Cabe aclarar que apreciar el aprendizaje que viene en cada crisis significa atravesarla con conciencia e inteligencia.  Si no aprendemos las lecciones que trae cada crisis,  ésta se reeditará sucesivamente con mayor fuerza a lo largo de nuestra vida.  Pero, para aprender de la crisis, superarla y no repetirla, necesitamos altas dosis de apertura emocional y capacidad de autocrítica.

Quizás una de las grandes enseñanzas de esta crisis que hoy afecta a los habitantes de Venezuela, se encuentra en registrar la importancia de cultivar fehaciente y coherentemente los valores democráticos desde la raíz, desde el proceso de desarrollo de los seres humanos dentro del ámbito del hogar, durante la crianza. De modo que cabe cuestionarnos, queremos vivir en democracia, ¿pero estamos criando y educando en democracia?.

Podríamos aprovechar el miedo, el dolor, la impotencia, la humillación y la indignación que nos pega tan duro cuando somos testigos o víctimas de abuso y de violación sistemática de derechos ciudadanos por quienes detentan el poder, cuando lo correcto, lo coherente con los valores democráticos, es que deberían actuar como garantes de nuestra integridad y de las leyes. A partir de esta  experiencia de autoritarismo padecida en la propia carne desde el lugar de víctimas,  podríamos apelar a la empatía y reconocer el abuso que con nuestra propia cuota de poder como padres o adultos cuidadores, responsables de proteger  a nuestros niños, ejercemos sistemáticamente durante la  educación o crianza. ¿Acaso no estamos abusando toda vez que les humillamos e irrespetamos su integridad como personas, con castigos físicos o psicológicos, sin la posibilidad de defenderse ante nuestro poder fáctico?. ¿Por qué no somos capaces de ver todas las veces que nos comportamos como dictadores en el hogar? Nos quejamos con toda razón de que nuestras demandas sociales son descalificadas, desoídas, desatendidas por quienes tienen el deber de atenderlas, y que encima nos reprimen el legítimo  derecho a la protesta cerrando toda posibilidad de solución a la crisis.   ¿Acaso no encontramos parecido en el hecho de degradar a la condición de capricho, descalificar y desoír las legítimas necesidades de nuestros pequeños, quienes previamente las han expresado de tantas maneras sutiles hasta estallar en berrinches o "mal comportamiento", desesperados y sin recursos ya para lograr que atendamos y prodiguemos lo que legítimamente necesitan?.

Observemos nuestro hogar como una  biopsia del país. ¿Cuál es nuestro grado de tolerancia, respeto, capacidad de resolver diferencias a través de acuerdos, de negociación y de encuentro frente a posiciones, opiniones, situaciones que no se pliegan a nuestro deseo, nuestra comodidad o expectativas en nuestras relaciones personales o con nuestros hijos?. ¿Cuántas veces negados a perder poder, declaramos la guerra a los niños con un no rotundo y se hace lo que yo digo porque soy tu mamá o tu papá y punto,  en lugar de acordar, negociar para dar cabida al deseo de todos?

Ser capaces de registrarlo, equivale a romper con una cadena nefasta que comienza por sembrar  el autoritarismo en el hogar, desde donde parte e irradia hasta consolidarse en la sociedad.  Entonces, si queremos vivir en una sociedad democrática, primero aprendamos a criar y educar en democracia.  Para sanar el tejido, hay que regenerar la célula.

Todo lo que nos acontece es coproducido. Con conciencia y fortaleza podemos asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde y usar nuestro poder personal para contribuir con el llamado a la transformación que viene implícito en cada crisis a lo largo de nuestra vida.  

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