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miércoles, 14 de mayo de 2014

¿Por qué muerden los niños?





Ante una determinada situación o conducta que presenta un niño a nuestro cargo, si queremos intervenir respetuosamente y lograr cambios genuinos y sostenibles, en lugar de preguntarnos qué hacer, primero averigüemos porqué está pasando. Nada podemos lograr en beneficio de los niños, sin antes comprender las causas que subyacen tras cualquier conducta o situación. Para ello, como siempre digo, no hay fórmulas ni respuestas fáciles, instantáneas ni estandarizadas.

Naomi Aldort autora de Aprender a educar sin gritos, amenazas ni castigos, advierte que morder puede tratarse de un recurso al que apelan los pequeños siendo que no disponen del lenguaje u otras herramientas con las que contamos los adultos para expresar emociones. Razón por la cual los niños tienden a expresarse a través de sus cuerpos. Recordemos que somos mamíferos y morder supone una descarga instintiva de nuestra especie.

Al igual que otros especialistas orientados por principios de crianza alternativa, Naomi Aldort sugiere que en todo momento indaguemos sobre las razones profundas que llevan al niño a la necesidad de manifestarse a través de un comportamiento agresivo, en este caso mordiendo. Los niños no actúan por capricho como cree el común de la gente. Siempre existe una razón legítima tras su conducta. La autora y conferencista, señala que un niño puede morder porque tiene hambre, está descubriendo los conceptos de causa y efecto,  le están saliendo los dientes, está imitando a otro niño, o se siente frustrado. Según Aldort, otra posible causa tras comportamientos tales como golpear o morder, responde al consumo de alimentos (azúcar, gluten, caseína, etc.) que pueden provocar reacciones alérgicas con el consecuente incremento de irritabilidad y agresividad en algunos niños. Explica, Aldort, que la necesidad de morder podría responder al hecho de que el niño se siente demasiado limitado, frustrado o estresado fruto de estilos educativos verticales y autoritarios basados en la docilidad y el adiestramiento. Hay expertas como Aletha Solter, que vinculan comportamientos como golpear o morder, con respuestas provocadas por heridas emocionales no sanadas (duelos, mudanzas, cambios en el hogar, entornos familiares complicados por divorcios o conflictos entre los padres…) La autora argentina Laura Gutman y la misma Naomi Aldort se refieren a necesidades no satisfechas oportunamente (mirada, vínculo, compromiso emocional, nutrición afectiva, presencia suficiente de sus padres) que luego el niño desplaza a través de comportamientos como morder, para ingresar al campo de atención de adultos cuidadores. Se trata de mecanismos de sobrevivencia que el niño desarrolla para procurarse aquello que necesita y que no es escuchado de otra manera.

Aldort señala, (y yo también lo observo a menudo a través de la experiencia relatada por progenitores) que los niños muerden mucho más cuando están en guarderías o preescolares que cuando se encuentran al cuidado de sus padres. Evidentemente es bastante difícil, por no decir imposible, llegar a cubrir las necesidades legítimas de niños pequeños en un aula de diez a veinte alumnos compitiendo para ser atendidos por una maestra y su auxiliar.

Cuando un niño muerde, Aldort recomienda a criadores y educadores actuar físicamente, de un modo firme y amable, apartando al niño de la persona (sea otro niño o un adulto) a quien intente morder o esté mordiendo. Es importante, al mismo tiempo, decirle al niño claramente que eso no se hace. Me parece necesario, además, explicarle porqué no mordemos a las personas, informar que hacerlo es una agresión, es violencia, que hace daño, duele, etc.  Así mismo, tanto cuando muerde como ante cualquier expresión de agresión manifestada por un niño, es nuestra responsabilidad ayudar a identificar y poner palabras a la emoción que conduce al pequeño a actuar de esa manera (¿estas molesto por... ? ¿tuviste un mal sueño?, ¿tienes hambre?, etc.) además de ofrecer alternativas para que descargue su frustración sin dañarse o dañar a otros (expresar sus emociones dolorosas, llorar, rabiar, golpear un balón, hacer guerra de almohadas...)  Aldort, por su parte nos dice que en ningún caso es recomendable morder al niño para que sienta cuánto duele, porque con ello le comunicamos que es algo que podrá hacer él también. Recordemos que los niños nos imitan, aprenden con nuestro ejemplo. Y a propósito de modelaje, una causa fundamental a tener en cuenta la comportan nuestros propios sentimientos, heridas y sombras que el pequeño podría estar apropiándose al formar parte de nuestras mismas aguas emocionales, y que luego expresa a través de comportamientos agresivos como morder o golpear. Por ejemplo, tal y como Aldort lo señala, a veces los niños muerden después de observar que “los adultos toleramos agresiones al propio cuerpo o al entorno”. Así que si hemos descartado otras posibles razones y el niño sigue mordiendo,  toca evaluarnos hasta registrar aquello que necesitamos sanar para que por añadidura nuestro pequeño también lo haga.

Castigar, gritar, usar métodos basados en el condicionamiento operante como sillas de pensar, carteleras de puntos, etc., cuyo principio es modificar la conducta sin atender su verdadera causa, tampoco resuelve el problema. Recurriendo a un ejemplo fácil y gráfico, sería como pretender curar una neumonía sólo tratando los síntomas con antipiréticos o antitusígenos para bajar la fiebre o aliviar la tos, en lugar de centrarnos en indagar sobre el origen de la neumonía, si se trata de una bacteria, de un virus, identificar de qué tipo, sensible a cuál medicamento… y a partir de allí elegir el tratamiento adecuado observando en todo momento cómo responde cada cuerpo en cada circunstancia  única  y particular.



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