"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

miércoles, 16 de julio de 2014

Progenitores agobiados versus necesidades del niño

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Los niños con padres capaces de mantenerse cerca de su mundo emocional están bien (en su propio paraíso),  al margen de aquello que ocurra en el exterior. Laura Gutman

Para un desarrollo psicoafectivo saludable, es imprescindible que el niño cuente con uno o varios adultos significativos capaces de conectar con su alma infantil, comprender y conocer su mundo interior, su punto de vista, sus necesidades reales y satisfacerlas sin reparos.

Lamentablemente esto no es lo común. Todos los terrícolas atravesados por una civilización basada en  relaciones verticales, donde el  fuerte se impone sobre el débil,  procedemos de infancias signadas por el abuso y el desamparo, en mayor o menor grado. Sin embargo tenemos tendencia a minimizar lo que nos pasó por lealtad hacia los padres. Sobre todo hacia la madre...

Para registrar los niveles del propio desamparo infantil, la autora y  terapeuta Laura Gutman sugiere que nos preguntemos: cuando éramos niños ¿quién sabía de nuestros miedos, de nuestra soledad cuando por ejemplo veíamos monstruos en la oscuridad de nuestra habitación donde éramos obligados a dormir en solitario… quién era capaz de interpretar aquello que realmente sentíamos desde nuestro punto de vista infantil, desde nuestro sí mismo y validarlo, acompañarnos, sostenernos, consolarnos...?

Cuando la figura maternante es tragada por sus propios agobios instalados y arrastrados desde las carencias infantiles, difícilmente encontrará recursos emocionales para establecer un vínculo consciente de compromiso emocional genuino y sostenible con el niño. Abrumados por las propias deficiencias afectivas, nos cuesta encontrar un lugar emocional desde donde estar disponibles y fluir en el cuidado de nuestros pequeños. No importa cuántos libros o posts de Crianza Respetuosa leamos, o a cuántos especialistas escuchemos, ni tampoco que nos apuntemos a practicar lactancia materna, colecho o porteo, o que propugnemos la crianza con apego como una causa capaz de cambiar al mundo. Si no nos esforzamos en realizar un trabajo de auto-indagación y auto-conocimiento para reconocer las propias sombras y para registrar las secuelas de las propias infancias carentes y abusadas, cualquier intento de criar respetuosamente se constituirá en una débil pátina capaz de caerse con tan sólo rascarla. La crianza consciente comienza por la propia transformación personal.

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miércoles, 9 de julio de 2014

La demonización del colecho





Cada vez que escucho o leo a un profesional demonizando el colecho (dormir en cama compartida o habitación conjunta con los niños) a partir del argumento de que no se puede permitir que los hijos vulneren la vida sexual de la pareja, brotan de mí ciertas preguntas: ¿es que acaso la vida sexual de la pareja se limita al lecho marital durante las noches?, ¿por qué nos cuesta tanto ser más creativos?, ¿acaso cabe espacio para el deseo sexual entre una pareja cuando el bebé llora en otra habitación obligado a dormir en solitario? … 

Se dice que para que los niños estén bien, la pareja debe estar bien. Pero, a veces, que la pareja “funcione”, no se traduce en bienestar para los niños. En cualquier circunstancia habría que evaluar el verdadero punto de vista del niño, algo que rara vez hacemos. Creo que si procesamos un balance honesto en nuestra civilización adultocentrista, prevalecería el sacrificio de las legítimas necesidades del niño (un ser en formación, vulnerable, totalmente dependiente de nuestros cuidados para sobrevivir) en función de satisfacer las “necesidades de la pareja”. Pelea bastante injusta y desigual, si tomamos en cuenta que dicha pareja es conformada por adultos autónomos, que además son responsables de cubrir y atender cabal y oportunamente las necesidades del niño. Pero los adultos terminamos teniendo siempre la razón. El niño es casi siempre el equivocado, el que no sabe lo que necesita, el que pide demasiado y el que tiene que adaptarse a un orden que favorezca la comodidad adulta. En función de validar estas creencias, surgen argumentos a granel, fruto de consejas populares así como los avalados por determinadas vertientes de la ciencia. 

Me parece una cosa tremenda que para responder a los reclamos de intimidad sexual de la pareja, la madre se vea en la disyuntiva de sacrificar la necesidad de cuerpo materno del bebé. Porque si no lo hace, el varón se irá a buscar a otra persona disponible. Esto habla de los profundos niveles de inmadurez y carencias desde las cuales los adultos (varones y mujeres) asumimos la responsabilidad de atender las necesidades naturales de nuestros hijos pequeños, con el correspondiente desastre que se traduce en este mundo lleno de niños eternamente agobiados de carencias, dentro de cuerpos adultos discapacitados para priorizar las necesidades del niño real, presente y bajo nuestra responsabilidad. Todo un despropósito reforzado con el permiso y la bendición  de "especialistas",  en nombre de la ciencia.

A los expertos de la conducta y profesionales de la salud que aún demonizan el colecho basándose sobre supuestos científicos aprendidos en la academia y que asumen como verdades reveladas e incuestionables, recomiendo que investiguen sobre el debate científico que existe en torno a este tema.  Porque lo hay. Pueden ver, gratuito en la web, el gran trabajo de recopilación y revisión de bibliografía científica sobre el sueño infantil realizado por María Berrozpe, Doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Zurich , y que se titula  El Debate Científico sobre la Realidad del Sueño Infantil. Entre los innumerables aportes de este trabajo pionero, la doctora María Berrozpe refiere que “los estudios más recientes en el campo de la neurología nos muestran que el deseo del niño de sentir a su cuidador cerca para dormirse no es ni un capricho ni una patología, sino una necesidad primal, ya que el contacto prolongado e intenso entre madre y bebé es la manera en que la naturaleza defiende a la criatura contra las dificultades fisiológicas y los ataques ambientales.” 

No podía terminar este artículo, sin mencionar el hecho de que toda vez que asoma el debate sobre el colecho, muchas mamás y papás preguntan hasta qué edad es recomendable practicarlo.  Yo pienso que no existen fórmulas, recetas ni parámetros que establezcan el modo en que cada familia debe criar o debe organizarse para dormir. Dependerá en todo caso de cada familia y de cada niño, de las particularidades del vínculo y necesidades de la dinámica familiar. Lo importante es que, sea cual sea la forma en que decidamos acomodarnos para dormir, no provoquemos sufrimiento a los pequeños.

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miércoles, 2 de julio de 2014

Rivalidad entre hermanos

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No es solo cuestión de niños. También resulta común encontrarnos entre hermanos adultos que se llevan mal,  a quienes les cuesta entenderse, se pelean casi constantemente y  hasta casos extremos en los que rompen permanentemente  toda comunicación.  

La hermandad es uno de los más grandes y hermosos regalos de la vida. La llegada de un hermano o hermana debería ser una bendición y no un motivo de crisis, celos o disputas. Sin embargo es lo que suele ocurrir. Y es que, como explica Laura Gutman, autora y psicoterapeuta,  la solidaridad entre hermanos se despliega en la medida en que los progenitores somos capaces de incluir dentro del mismo espacio de amor, contención afectiva, mirada y compromiso emocional a todos los hijos e hijas por igual.  

La causa por excelencia que subyace tras las peleas y la rivalidad entre hermanos es la carencia de afecto, tiempo y compromiso emocional que prodigamos los progenitores, sin importar de cuántos hijos se trate. La Gutman, usa un estupendo ejemplo para ilustrarlo. Imaginemos un grupo de personas con hambre de varios días frente a una mesa donde solo hay un bocado de pan. Seguramente todos van a pelearse por obtener el escaso alimento para saciar el hambre.   En cambio ante una mesa con comida abundante para todos, no hay peleas que librar por la sobrevivencia. Lo mismo ocurre cuando se trata de incluir a los hermanos dentro del mismo circuito de amor de sus progenitores.  Si queremos que se instale la hermandad generosa y solidaria entre nuestros hijos, revisemos con qué recursos emocionales contamos para prodigar amor y cuidados  en abundancia. 

Desde nuestras propias carencias e inmadurez, a menudo caemos en el error de  hacer que  los hijos respondan a nuestras expectativas  manifestando preferencias sobre aquel que se comporta  como esperamos, o hace  lo que queremos, cuando lo queremos y como nos gustaría. Así creamos la necesidad de pelear entre los hermanos, para ser reconocidos y no ser excluidos del circuito de amor de los padres.

Otra cosa muy común que genera distanciamiento entre hermanos son las tan lesivas etiquetas que usamos los padres para rotularlos. Los hijos aprenden que así son mirados o nombrados (el niño terrible, la niña obediente, la oveja negra, el responsable,   el flojo, el buen estudiante, el sociable, el tímido etc.…)   De ese modo  empujamos a los hijos a convertirse en personajes alejados de su real esencia, su sí mismo y el de sus  hermanos.

Cuando entre hermanos hay que competir por la escasa mirada, nutrición afectiva o disposición emocional de los padres, la rivalidad se instalará,  con lo cual el vínculo se deteriorará  desde la infancia y a lo largo de la vida.

Si las necesidades básicas, sobre todo afectivas, de cada hijo y de cada hija son plenamente satisfechas, si cada ser esencial de nuestros hijos es reconocido y es respetado, el terreno quedará abonado para que se cultive la intimidad, la solidaridad y el amor entre hermanos, desde pequeños y para el resto de sus vidas.  


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