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miércoles, 9 de julio de 2014

La demonización del colecho





Cada vez que escucho o leo a un profesional demonizando el colecho (dormir en cama compartida o habitación conjunta con los niños) a partir del argumento de que no se puede permitir que los hijos vulneren la vida sexual de la pareja, brotan de mí ciertas preguntas: ¿es que acaso la vida sexual de la pareja se limita al lecho marital durante las noches?, ¿por qué nos cuesta tanto ser más creativos?, ¿acaso cabe espacio para el deseo sexual entre una pareja cuando el bebé llora en otra habitación obligado a dormir en solitario? … 

Se dice que para que los niños estén bien, la pareja debe estar bien. Pero, a veces, que la pareja “funcione”, no se traduce en bienestar para los niños. En cualquier circunstancia habría que evaluar el verdadero punto de vista del niño, algo que rara vez hacemos. Creo que si procesamos un balance honesto en nuestra civilización adultocentrista, prevalecería el sacrificio de las legítimas necesidades del niño (un ser en formación, vulnerable, totalmente dependiente de nuestros cuidados para sobrevivir) en función de satisfacer las “necesidades de la pareja”. Pelea bastante injusta y desigual, si tomamos en cuenta que dicha pareja es conformada por adultos autónomos, que además son responsables de cubrir y atender cabal y oportunamente las necesidades del niño. Pero los adultos terminamos teniendo siempre la razón. El niño es casi siempre el equivocado, el que no sabe lo que necesita, el que pide demasiado y el que tiene que adaptarse a un orden que favorezca la comodidad adulta. En función de validar estas creencias, surgen argumentos a granel, fruto de consejas populares así como los avalados por determinadas vertientes de la ciencia. 

Me parece una cosa tremenda que para responder a los reclamos de intimidad sexual de la pareja, la madre se vea en la disyuntiva de sacrificar la necesidad de cuerpo materno del bebé. Porque si no lo hace, el varón se irá a buscar a otra persona disponible. Esto habla de los profundos niveles de inmadurez y carencias desde las cuales los adultos (varones y mujeres) asumimos la responsabilidad de atender las necesidades naturales de nuestros hijos pequeños, con el correspondiente desastre que se traduce en este mundo lleno de niños eternamente agobiados de carencias, dentro de cuerpos adultos discapacitados para priorizar las necesidades del niño real, presente y bajo nuestra responsabilidad. Todo un despropósito reforzado con el permiso y la bendición  de "especialistas",  en nombre de la ciencia.

A los expertos de la conducta y profesionales de la salud que aún demonizan el colecho basándose sobre supuestos científicos aprendidos en la academia y que asumen como verdades reveladas e incuestionables, recomiendo que investiguen sobre el debate científico que existe en torno a este tema.  Porque lo hay. Pueden ver, gratuito en la web, el gran trabajo de recopilación y revisión de bibliografía científica sobre el sueño infantil realizado por María Berrozpe, Doctora en Ciencias Biológicas por la Universidad de Zurich , y que se titula  El Debate Científico sobre la Realidad del Sueño Infantil. Entre los innumerables aportes de este trabajo pionero, la doctora María Berrozpe refiere que “los estudios más recientes en el campo de la neurología nos muestran que el deseo del niño de sentir a su cuidador cerca para dormirse no es ni un capricho ni una patología, sino una necesidad primal, ya que el contacto prolongado e intenso entre madre y bebé es la manera en que la naturaleza defiende a la criatura contra las dificultades fisiológicas y los ataques ambientales.” 

No podía terminar este artículo, sin mencionar el hecho de que toda vez que asoma el debate sobre el colecho, muchas mamás y papás preguntan hasta qué edad es recomendable practicarlo.  Yo pienso que no existen fórmulas, recetas ni parámetros que establezcan el modo en que cada familia debe criar o debe organizarse para dormir. Dependerá en todo caso de cada familia y de cada niño, de las particularidades del vínculo y necesidades de la dinámica familiar. Lo importante es que, sea cual sea la forma en que decidamos acomodarnos para dormir, no provoquemos sufrimiento a los pequeños.

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