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miércoles, 2 de julio de 2014

Rivalidad entre hermanos

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No es solo cuestión de niños. También resulta común encontrarnos entre hermanos adultos que se llevan mal,  a quienes les cuesta entenderse, se pelean casi constantemente y  hasta casos extremos en los que rompen permanentemente  toda comunicación.  

La hermandad es uno de los más grandes y hermosos regalos de la vida. La llegada de un hermano o hermana debería ser una bendición y no un motivo de crisis, celos o disputas. Sin embargo es lo que suele ocurrir. Y es que, como explica Laura Gutman, autora y psicoterapeuta,  la solidaridad entre hermanos se despliega en la medida en que los progenitores somos capaces de incluir dentro del mismo espacio de amor, contención afectiva, mirada y compromiso emocional a todos los hijos e hijas por igual.  

La causa por excelencia que subyace tras las peleas y la rivalidad entre hermanos es la carencia de afecto, tiempo y compromiso emocional que prodigamos los progenitores, sin importar de cuántos hijos se trate. La Gutman, usa un estupendo ejemplo para ilustrarlo. Imaginemos un grupo de personas con hambre de varios días frente a una mesa donde solo hay un bocado de pan. Seguramente todos van a pelearse por obtener el escaso alimento para saciar el hambre.   En cambio ante una mesa con comida abundante para todos, no hay peleas que librar por la sobrevivencia. Lo mismo ocurre cuando se trata de incluir a los hermanos dentro del mismo circuito de amor de sus progenitores.  Si queremos que se instale la hermandad generosa y solidaria entre nuestros hijos, revisemos con qué recursos emocionales contamos para prodigar amor y cuidados  en abundancia. 

Desde nuestras propias carencias e inmadurez, a menudo caemos en el error de  hacer que  los hijos respondan a nuestras expectativas  manifestando preferencias sobre aquel que se comporta  como esperamos, o hace  lo que queremos, cuando lo queremos y como nos gustaría. Así creamos la necesidad de pelear entre los hermanos, para ser reconocidos y no ser excluidos del circuito de amor de los padres.

Otra cosa muy común que genera distanciamiento entre hermanos son las tan lesivas etiquetas que usamos los padres para rotularlos. Los hijos aprenden que así son mirados o nombrados (el niño terrible, la niña obediente, la oveja negra, el responsable,   el flojo, el buen estudiante, el sociable, el tímido etc.…)   De ese modo  empujamos a los hijos a convertirse en personajes alejados de su real esencia, su sí mismo y el de sus  hermanos.

Cuando entre hermanos hay que competir por la escasa mirada, nutrición afectiva o disposición emocional de los padres, la rivalidad se instalará,  con lo cual el vínculo se deteriorará  desde la infancia y a lo largo de la vida.

Si las necesidades básicas, sobre todo afectivas, de cada hijo y de cada hija son plenamente satisfechas, si cada ser esencial de nuestros hijos es reconocido y es respetado, el terreno quedará abonado para que se cultive la intimidad, la solidaridad y el amor entre hermanos, desde pequeños y para el resto de sus vidas.  


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