A menudo los
progenitores se quejan de que después
de una exigente jornada, llegado el momento de dormir por la noche o en las mañanas de los fines de semana cuando se puede descansar un rato más, sus peques se vuelven más activos y demandan más interacción. Cuando pasa esto,
siempre les digo que vale la pena preguntarse cuánto tiempo de nuestras agobiadas y ajetreadas vidas nos dedicamos
a establecer una conexión empática y real con nuestros hijos y les propongo este ejercicio:
Elige un día de semana y otro
del fin de semana. ¿Recuerdas la
cantidad de tiempo que has permanecido realmente conectado con tus hijos? Mantén presente que durante el tiempo en que permanecemos distantes física o emocionalmente de nuestros peques, ellos nos están esperando, ellos siempre nos esperan, porque nos quieren y nos
necesitan.
Criar es estar. Pero
lamentablemente vivimos en los tiempos de andar sin tiempo para estar, sobre
todo para estar con los hijos. Ya decía el pediatra y autor Carlos González en una entrevista para @conocemimundo que los niños de esta generación
son los que más solos han estado
en toda la historia de la humanidad. Y
es una verdad tan grande como desgarradora. Nunca antes se dejaba a los niños (prácticamente depositados)
incluso desde meses de nacidos en una guardería o preescolar al cuidado de terceros, luego de lo cual incluso se
les apunta a actividades extras para aumentarles el horario mientras los padres
son tragados por el mundo exterior, el mundo social, laboral, etc.
Pero la ausencia
no se zanja aún con la presencia
física de los padres. Al llegar a casa
seguimos abrumados con las responsabilidades domésticas y planificando lo necesario para el día siguiente o cansados con ganas de acostar a los niños para que duerman lo antes posible y poder dedicarnos a ver
nuestra serie favorita... Los niños
de ahora tienen escasa interacción
con los padres pero no sólo por la distancia
física sino también por la distancia afectiva. Aún en presencia de los
padres, casi siempre los niños están sometidos a la presión
de hacer la tarea, bañarse, acostarse
temprano para salir al día siguiente de
nuevo a cumplir con rutinas y horarios tan exigentes como los adultos. Desde la
cocina mientras preparamos la cena, los mandamos a apagar el televisor para
hacer la tarea o bañarse, porque no
tenemos tiempo ni disposición para acercarnos,
sentarnos a su lado, conectar, empatizar con ellos y proponerles, por ejemplo,
que nos acompañen mientras hacemos
la cena y así aprovechamos para
hablar sobre lo que nos pasó durante el día, o turnarnos papá
y mamá para estar
enteramente disponibles y dedicados a atender a los más pequeñitos, o pararnos más temprano para dejar todo listo antes de despertarlos con tiempo
suficiente para dedicarnos a establecer un contacto más juguetón y amoroso
mientras los acompañamos a vestirse,
etc.
Ignoramos sistemáticamente las necesidades emocionales de los niños. Por lo regular sí
que nos preocupamos por su comportamiento, por encontrar la manera en que nos
obedezcan, imponer límites y disciplina efectiva para que nos hagan caso y se bañen, coman, hagan la tarea, se duerman, despierten, se vistan, cuándo y cómo les decimos...
Pero olvidamos que los niños tienen
necesidades afectivas, olvidamos que requieren conectar con sus padres,
interactuar con ellos desde el intercambio de afecto, mirada, juego, comunicación con escucha activa, abrazos,
besos, nutrición epidérmica. Los niños necesitan sentir
la seguridad de que su papá y su mamá comprenden y responden sensiblemente a sus inquietudes, miedos y
anhelos. Necesidades que quedan a la espera sin ser atendidas a lo largo de los
días, meses, años de prisas y exigencias del mundo adulto.
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