Desde el rol de criadores, cuando decidimos salir de esquemas insanos de
crianza, y apostar por alternativas conscientes, conectadas, libres de
violencia, se nos plantean grandes desafíos. Hoy quiero compartir tres de ellos
que según mi opinión son fundamentales.
En primer lugar, es necesario darnos
cuenta de que adultos y niños a menudo andamos en planetas distintos. Los adultos hemos perdido memoria de nuestras propias
vivencias infantiles, y desde ese olvido nos cuesta sintonizar o empatizar con
los peques. Entonces es fundamental desplegar toda
nuestra capacidad de empatía y establecer un vínculo robusto con las criaturas.
Ser capaces de conectar con el alma infantil
del niño a nuestro cargo, comprender lo que piensan o sienten según su punto de
vista, su momento madurativo, sin degradar ni banalizar sus sentires,
expresiones o sus necesidades a la condición de capricho o mala crianza. Para
un desarrollo psicoafectivo saludable, es indispensable que el niño cuente con
uno o varios cuidadores capaces de conectar con su alma infantil, comprender y
conocer su mundo interior, sus necesidades reales y satisfacerlas sin reparo.
Segundo, confiar en la capacidad de
autorregulación del niño. Los padres empujamos, apuramos, presionamos a las
criaturas para que pasen hacia etapas para las que aún no han madurado. A
menudo nos preguntamos ¿hasta cuándo va a llevar pañales, hasta cuándo va a
querer dormir con nosotros, hasta cuando va
a necesitar que lo cargue, hasta cuándo hará berrinches, hasta cuando va a necesitar de mí
…? La crianza pone a prueba nuestra capacidad altruista, exige mucho esfuerzo y
compromiso desinteresado, con lo
cual tendemos a sentirnos agobiados,
desbordados, confundidos, culpables. Sin embargo no por empujar logramos que la
criatura madure más rápido, al contrario. Solo provocamos improntas, secuelas
en su salud psicoafectiva presente y futura. Una aproximación respetuosa y
consciente se basa en observar las pistas que nos van dando los peques. Ellos
todavía están conectados con lo que les encaja, porque no han tenido tiempo
suficiente para ser condicionados por el tamiz de la presión social. “El
niño tiene razón”, dice la autora Naomi Aldort. Es el
niño quien nos indica el momento en que se encuentra maduro para dormir sin nosotros, sacarle el
pañal, etc. Tampoco se trata de ir hacia el extremo opuesto de retrasar. A
veces la criatura muestra estar lista para asumir autonomía respecto alguna
función o conducta y los padres (sobre todo la madre) no lo aceptamos por miedo a perder el control. Los extremos
se tocan. Ni empujar, ni retrasar. El equilibrio está en el camino del medio.
Por último y no menos importante, los
progenitores necesitamos atrevernos a
mirar de qué manera fuimos amados o desamparados durante nuestra propia niñez y
cómo desde ese amor o desde ese
desamparo, estamos criando en el presente, con mayor o menor disponibilidad
emocional hacia nuestros hijos. Ir para
adentro, convertirnos en buscadores de
sombra, como dice la autora Laura Gutman, es condición indispensable para tomar
decisiones conscientes sobre la aproximación y trato hacia los pequeños a
nuestro cargo.
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