La presión social es uno de los mayores obstáculos para
establecer una crianza conectada y consciente. Un reto olímpico a superar en la
crianza consiste en darnos cuenta y superar el modo en que dependemos y la
intensidad con que nos afectan las opiniones externa. Es un desafío mayor, registrar lo discapacitados
que nos encontramos como progenitores para tomar decisiones propias, escuchando
la voz del corazón, siguiendo la propia intuición en conexión con las señales
que nos da nuestro hijo -quien es siempre un libro abierto- al margen de lo que
digan profesionales sanitarios, expertos u opinólogos de oficio (que si ya es
muy grande para pegarse a la teta... que si es hora de que ese bebé duerma en
solitario o nunca lo sacarás de tu cama... que si hay que darle una nalgada...
que si mándala a la silla de pensar o esa niña se convertirá en un monstruo...
que si lo consientes demasiado lo vas a malcriar…) Opiniones a menudo brindadas
con buenas intenciones pero que interfieren en la posibilidad de que los padres
logren escucharse a sí mismos y escuchar a sus hijos estableciendo
interacciones saludables capaces de proteger y fomentar el sano desarrollo de
sus peques.
La confianza en la capacidad de
autorregulación de los niños ha sido profundamente minada por una civilización
adultocentristas que impone ritmos y exigencias alejadas de las necesidades
naturales de las criaturas. Una cultura en la que circula mucha información
falsa sobre las reales necesidades del niño,
organizada sobre mitologías, idearios que engendran perspectivas erradas
acerca de lo que podemos o no esperar en
cada momento evolutivo de los peques. Una sociedad que nos aleja de la
intuición y la sabiduría ancestral desde donde siempre sabemos cómo actuar (si
el bebé llora el impulso primario nos mueve a consolar, en lugar de dejarlo
llorando “para que no se malcríe”, etc.) Un mundo que nos ha condicionado a
entender a los niños como seres inherentemente malos (nacen con el pecado
original, etc.), o como pequeños tiranos
o monstruos a quienes debemos doblegar para que no se conviertan en seres
perversos. Una civilización atravesada por el abuso de poder impuesto desde el
más fuerte hacia el más débil, que nos hace valorar a los niños como seres
inferiores, a quienes debemos dar sistemáticamente órdenes, pegar, gritar,
castigar…, en lugar de explicar,
informar con paciencia, siempre
respetando su integridad como personas. En esta civilización adultocentrista, los niños y adolescentes tienen muy "mala prensa". Se trata de resignificar la mirada que hemos construido
sobre la infancia, para comenzar a validar y confiar en la bondad y las
capacidades de las criaturas. Se trata de avanzar, evolucionar, hacia un cambio de paradigma.
Para saber qué hacer a la hora de criar, bastaría
con confiar en los pedidos del niño. Cuando necesita brazos, mirada, atención, presencia segurizante, aceptar y valorar como reclamos
legítimos en lugar de creer que lo hace
para manipular (porque los niños son pequeños tiranos) Bastaría con confiar en las pistas que nos dan
cuando están listos para dejar el pañal o dormir en su propia habitación, en
lugar de que sea el pediatra, la suegra o el psicólogo el que marque el momento.
Bastaría con hacer el esfuerzo de empatizar y conectar para saber que están
cansados, molestos, asustados, necesitados de consuelo en lugar de creer que lo
hacen por malcriados o para manipular. Metódicamente, desoímos los mensajes
transparentes que nos dan nuestros hijos, al tiempo de que se nos hace muy
fácil plegarnos a las creencias o exigencias que impone la presión social.
La pregunta que necesitamos hacernos los adultos, es ¿por
qué no somos capaces de confiar en el niño? Probablemente la causa se remita a
la propia infancia carente de amparo y maternaje amoroso.
Cuando no contamos con un lugar emocional desde donde notar
que es legítimo amar y confiar incondicionalmente en el niño, cuando no encontramos
referentes de maternaje amoroso e incondicional en nuestra propia infancia, nos
cuesta sentir y aceptar que la criatura actual a nuestro cargo pide lo que
legítimamente necesita. Entonces siempre habrá un otro (experto u opinólogo)
que tiene la respuesta.
Pueden escuchar aquí entrevista en Inspirulina Radio con Elí Bravo, sobre aprender a confiar en los niños
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