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Trata a los pequeños como te
gustaría ser tratado por los
grandes. Proverbio
Andamos
tan ensimismados dentro de nuestro propio punto de vista que en lugar de
observar y dejarnos guiar por los niños, a menudo nos perdemos en debates de
opiniones sobre el modo correcto o incorrecto de criarlos. Que si está bien o
no que duerma en solitario, que si está bien o no retirar los pañales a los 2
años o cuando el chiquitín lo deje por sí solo, que si está bien o no forzarlo
a comer con horarios o dejar que coma a libre demanda, que si está bien o no
mandarlo a la guardería o al rincón de pensar, que si está bien o mal que el
niño juegue con muñecas, cocinitas y la niña con carritos o viceversa, que si a
una bebé no le molesta o si le molesta “aprender” a llevar lazos, cintillos y adornos
en la cabeza para complacer mi deseo de
lucir bonita... Incesantemente desde un planeta paralelo, mirando al niño
desde arriba o desde la distancia emocional, nos enfrascamos en defender
nuestras opiniones y perdemos de vista que el asunto realmente importante no es
la opinión o el debate entre adultos sobre si está bien o está mal cualquier
interacción con los niños a nuestro cargo. Si realmente queremos actuar en beneficio del
sano desarrollo de nuestros peques, la pregunta importante a formularnos es
¿qué siente el niño, cuál es su punto de vista? De lo que se trata es de
sintonizar con la criatura, y estar dispuestos a respetar su integridad
como persona, comprender sus reales necesidades y deseos, procurando
satisfacerlos.
Otra
interferencia muy común en la crianza se arraiga en la necesidad de mantenernos
en la zona de confort sin disposición de preguntarnos porqué seguimos haciendo
las cosas del mismo modo y cerrándonos al cambio. La psicopediatra y autora
Rosa Jové en su libro "Todo es posible" nos recuerda que si no
existieran personas capaces de cuestionar los idearios y condicionamientos sociales, aún estaríamos en la Edad Media. Jové
relata la anécdota de una mujer que había hecho durante años la receta de rollo
de carne asada exactamente como aprendió con su madre: adobaba, maceraba,
amarraba y cortaba las dos puntas en ambos extremos del rollo de carne antes de
meterla al horno. Un buen día se cuestionó las razones de cortar las puntas del
rollo de carne y llamó a su mamá para indagar. Su madre le respondió que
cortaba las puntas porque el molde donde iba la carne era muy pequeño y tenía
que hacerlo así para que cupiera dentro... Vale la pena preguntarse cuántas de
nuestras creencias, idearios y costumbres actuales siguen teniendo alguna
utilidad o sentido, vale la pena atreverse a cuestionar lo naturalizado y hacer
las cosas de un modo distinto al que lo hemos hecho siempre. La vida es cambio
constante, busquemos nuevos referentes para educar a nuestros hijos y alumnos o
corremos el riesgo de atascarnos en esquemas vencidos. Hay que atreverse a
romper con la consistencia, a “pensar fuera de la caja”.
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