Desde que el ser humano pobló este mundo, la manera natural de alimentar al bebé de nuestra especie era dando la teta, hasta que surgió la industrialización de la leche y con ella la popularización de los teteros, con lo cual dar el pecho se convirtió en una práctica poco común.
Los niños han dormido a lo largo de siglos acompañados por sus madres para sentir calor, seguridad y alimentarse a demanda durante las noches, hasta que llegó la pediatría conductista y condenó el colecho y ordenó que los bebés duerman en solitario consolados con un oso de peluche...
Así mismo los bebés humanos se calmaban en brazos o se porteaban todo el tiempo en pareos o fulares, pegados al cuerpo de mamá, hasta que surge la novedad histórica de cochecitos, sillitas eléctricas de esas que vibran o se mecen, entre otros sustitutos del cuerpo materno.
Siempre había sido el pecho de la madre lo que calmaba la necesidad de succión (por hambre o consuelo) de los niños hasta que se destetaban naturalmente a una edad en que ya no necesitaban llevarse ni dedos ni otros objetos a la boca para sentir seguridad.
Pero un día se inventa el chupón o “pacifier” (pacificador), que luego pasó a ser tan popular y recomendado por médicos y otros profesionales de salud, como un sustituto del pecho materno. Nos hemos organizado dentro de la cultura del desapego que supone fabulosas ganancias para toda una industria de artilugios plásticos sustitutos del cuerpo materno, una cultura que engendra desamor, carencia afectiva y soledad...
Aclaremos que no se trata de ser extremistas ni radicales. Usar chupón, coche, un oso de peluche de manera muy puntual no es el problema. Usarlos como sustitutos del cuerpo materno de manera sistemática, sí que lo es. Y es lo que hacemos normalmente en esta cultura del desapego.
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