Las heridas que arrastramos desde la infancia, las heridas primarias
de desamparo, de abandono, de abusos y malos tratos, las hemos reprimido, las hemos desdibujado, nombrado de otra
manera para exorcizarlas, las hemos
negado y sepultado en el sótano oculto del inconsciente. Así nos educaron y desmontar la lealtad hacia nuestros criadores ahora,
para hacernos conscientes, sería demasiado doloroso.
Pero aunque perdemos memoria factual acerca de lo que las causó, todas esas heridas constituyen improntas
alojadas en un lugar sin tiempo, y prestas a actualizarse con cualquier
detonante. Ese detonante puede ser cualquier persona, grupo de personas, evento
o conjunto de eventos que nada tienen que ver con lo que originalmente causó nuestras heridas
emocionales primarias.
Algunos seres humanos básicamente orientadas por el afán de poder, suelen
aprovecharse de esta condición. ¿Y cómo lo hacen? Creando detonantes que
actualicen nuestras heridas y provoquen la manifestación colectiva del
odio y de la ira históricamente reprimida y acumulada desde la
infancia que nunca estuvimos en condiciones de reconocer, nombrar ni mucho
menos atribuir a quienes realmente la causaron ¿Y por qué lo hacen? porque el
odio y la ira es energía, es combustible
que moviliza hacia la destrucción. Si esa energía se manipula hábilmente para que
actúe como arma de guerra a favor de terminados intereses, les resulta muy
provechosa.
Por eso digo: Revisemos bien. El origen de nuestro odio seguramente
dista mucho de esa persona o de ese grupo de personas hacia quienes lo
dirigimos. Reflexionemos. Al margen de lo que haya causado nuestras
heridas, somos responsables de elegir el modo en que responderemos. Asumamos la
responsabilidad sobre nuestras emociones y cómo gestionarlas.
Asumamos la propia libertad de elegir si nos dejamos arrastrar y aplastar por
la estampida del colectivo asustado, estresado y violento o decidimos optar por
una forma digna, compasiva y respetuosa de tratarnos a nosotros mismos y a los
demás, al margen de lo que suceda alrededor. Enfrentemos el compromiso con
nuestra propia salud y bienestar, para encontrarnos en condiciones de ofrecer
salud y bienestar a quienes nos necesitan, sobre todo y especialmente a los niños y niñas a nuestro cargo.
Superemos nuestras heridas emocionales porque ellas nos hacen esclavos. El
verdadero poder personal emerge cuando somos capaces de ser conscientes del
origen de nuestras emociones. Hacernos
consciente, nos hará libres.
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