No soy partidaria de que los especialistas de
la conducta, ni profesionales sanitarios, ni opinólogos de oficio establezcan
el modo en que cada familia se organiza para dormir. Me parece que cada familia
está en perfecta capacidad de decidir cómo hacerlo. Sea que duerman en cama
conjunta con sus peques (#colecho) o pongan una
cuna, una camita o corral al lado de su
cama, como si deciden que el peque debe ir después de determinado tiempo a
dormir en otra habitación acompañado por sus hermanos o su madre o padre,
siempre que lo necesite, es asunto que los progenitores deben evaluar según sean
las necesidades, rutinas y posibilidades particulares en cada hogar. Lo único que siempre le pido a los padres es
que, sea cual sea la decisión que tomen, no permitan que la criatura sufra, no
le dejen llorar, no permitan que pase miedo, soledad, angustia.
Hacer que los niños duerman en solitario es
una novedad histórica que se establece alrededor de hace doscientos por razones
culturales que ya no existen. Esta costumbre fue avalada por determinado sector
de la pediatría del sueño a mediados del
siglo XX a partir del boom de la educación conductista, orientada a priorizar
la comodidad adulta, en absoluta desconexión con las reales necesidades biológicas
y psicoafectivas infantiles. Antes de eso, y a lo largo de la historia de la
humanidad, los niños dormían acompañados o se llevaban en brazos siempre que lo
pidieran o necesitaran, de manera natural
y sin cuestionamientos ni censura.
El colecho (dormir en cama conjunta con los
niños pequeños) es el modo en que muchas familias descubren que descansan mejor
cuando hay chiquitines en casa. Esto ha sido así a lo largo de la historia de
la humanidad porque somos mamíferos y necesitamos cuidar la noche, sentir la
presencia segurizante de otro para dormir mejor, para dormir tranquilos… Más aún durante los primeros seis años de
vida cuando los niños no tienen aún sus
fases de sueño maduras, con lo cual si los obligamos a dormir solos se asustan
y se sienten inseguros, porque como es natural dependen de sus padres para
calmarse o sentir seguridad.
Si
elegimos otra forma distinta al colecho para dormir, siempre habrá alternativas
respetuosas para conseguir que el sueño de los niños y el de sus padres, logre
acompasarse. No existen recetas, ni fórmulas, ni tablas estandarizadas, sino
que se requiere paciencia, tiempo y soluciones adaptadas a la realidad y
necesidades únicas de cada familia. Lo que debe quedarnos muy claro es que,
dejarlos llorar para que “aprendan” a dormir solos, obligar a que pasen miedo y angustia, no es una
solución ética, ni tampoco saludable para los pequeños.
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