Lo
que creemos saber sobre asuntos del alma femenina, sobre la maternidad y la
crianza, habitualmente dista mucho de la realidad. Las fotografías de portadas de revistas
muestran versiones edulcoradas de la experiencia, con imágenes de bebés
rozagantes y felices en los brazos de súper modelos con rostros luminosos y
cuerpos delgados, entrenados en gimnasios. La cultura occidental ha impuesto un arquetipo
desnaturalizado sobre la maternidad vendiéndonos a la madre eficiente, que
también puede y debe ser súper esposa/amante y súper profesional, (todo al
mismo tiempo sincronizado)
En
medio de esta construcción social falsificada, aterrizamos a la maternidad la
mayoría de las mujeres con las consecuentes dificultades para encarar los
desafíos reales que trae consigo una de las experiencias más exigentes y transformadoras
para el alma femenina y en la que a su vez se arraiga, nada menos que el
desarrollo de la humanidad. Partamos del
principio de que la calidad de la crianza no es tema menor, sino el epicentro
de los problemas humanos y sociales, y de que el vínculo primario madre-hijo es
la base de todo vínculo posterior. Las investigaciones de las neurociencias, la
antropología de la crianza y la etnopediatría, entre otras, han demostrado
profusamente lo que ya sabemos desde la intuición y la sabiduría
ancestral: somos las madres, durante los primeros años de
vida, el hábitat natural, deseable y necesario para la formación saludable de
las criaturas, con lo cual podríamos decir, sin temor a exagerar, que la
maternidad es la más importante y delicada función biológica y social de la humanidad.
En
los umbrales del siglo XXI, tiempo de mujeres autónomas, exitosas,
inteligentes, profesionales, informadas… las madres nos sentimos seguras y muy capaces
de tomar decisiones y acciones complejas en nuestro desempeño profesional o
social, pero ante el hecho materno -algo inherente a nuestra propia biología y feminidad-
a menudo nos encontramos perdidas, infantilizadas, inseguras, con ganas de
salir corriendo para regresar al exterior donde sí encontramos refugio e identidad.
Las
mujeres consolidamos visibilidad, remuneración económica, reconocimiento e
“independencia” en el ámbito exterior (negocios, profesión, estudios, trabajo,
deporte, política…) En el interior del hogar, dedicadas al cuidado de la
familia y a la crianza de los hijos, perdemos autonomía y nos volvemos
invisibles. Según la autora argentina, Laura Gutman, esto en parte explica la
razón por la cual no logramos ubicar el lugar desde donde sentirnos disponibles
cuando se trata de atender las demandas legítimas de tiempo y atención que
exigen nuestros hijos y por lo tanto nos desbordamos, sentimos que enloquecemos.
Es
este uno de los mayores desafíos a encarar hoy, no solo por las propias mujeres
sino también por cualquier individuo medianamente consciente, así como
empresas, sociedad, gobiernos corresponsables de cerrar filas para proteger la
calidad de la crianza.
Es
hora ya de plantearnos que la conquista de una genuina liberación femenina exige
la posibilidad real del ejercicio pleno de la maternidad como tarea apoyada, protegida,
respetada, valorada y reconocida socialmente. Este sería el escenario de una
auténtica liberación femenina. Las mujeres necesitamos salirnos de la trampa de
vernos obligadas a renunciar a la maternidad plena o a la decisión de
dedicarnos a criar a nuestros hijos con mayor presencia y disposición corporal
y emocional para poder ser profesionales remuneradas y visibles socialmente, o
viceversa.
Honremos
a nuestras ancestras feministas por impulsar el movimiento de los derechos
civiles de la mujer y a quienes debemos el hecho de que hoy votemos, vayamos a
la universidad y disfrutemos del acceso a espacios antes reservados exclusivamente
a los varones. Pero llegó el momento de abrirnos a la comprensión y búsqueda de
una nueva conciencia sobre liberación femenina concebida en un orden social
alternativo, fuera de la estructura jerárquica y competitiva basada en la productividad diseñada por y para
hombres que no condice con los ritmos femeninos cíclicos, ni con las
necesidades de la mujer que concibe, que pare, que amamanta y que cría a sus
hijos. Nuestro reto ahora, es construir
un nuevo paradigma que acoja la maternidad como una experiencia de disfrute y
empoderamiento consciente, en lugar de una fuente de tensiones, agobios, depresión o necesidad rabiosa de huida, fruto
de vivir inmersos en sociedades incapaces de acompañar el hecho materno con
genuino respeto, apoyo y reconocimiento.