Las crías humanas, a diferencia de otras especies del reino animal
nacemos y nos mantenemos, a lo largo de mucho tiempo, bastante
inmaduras, con lo cual para sobrevivir somos inherentemente muy
dependientes a lo largo de años, de uno o varios cuidadores que sepan
interpretar nuestras necesidades y cubrirlas de inmediato.
La estrategia de nuestro diseño biológico,
mamífero, primate, altricial, establece reclamar el contacto prolongado
con dicha figura de apego primaria (generalmente la madre) para resolver
las dificultades fisiológicas y los rigores ambientales durante un
momento evolutivo en el que carecemos de autonomía.
La figura
vinculante principal se constituye en la fuente básica de seguridad,
afecto, contacto, alimentación y protección, es decir en la fuente de
sobrevivencia del niño durante los
primeros años de vida.
Cuando el niño
pequeño recibe prolongada, oportuna y sostenidamente la atención del
adulto cuidador, se establece el vínculo de apego seguro, que comporta
la raíz de la autoestima y la confianza con el mundo que le rodea, así
como la base de todo vínculo posterior.
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