Insisto siempre en que para criar sin violencia debemos conocer la
naturaleza de los distintos períodos evolutivos de los niños. La mayoría
de las veces las interferencias en el vínculo con los niños se producen
porque el adulto no tiene perspectivas realistas acerca de lo que puede
o no esperar según sea la etapa madurativa de la criatura.
No
haría falta documentarse demasiado, ni realizar una especialización en
psicología infantil para hacerse una idea fehaciente sobre el asunto. En
cambio, con observar al niño, seguir las pistas que nos va dando,
bastaría para comprender cuándo se encuentra preparado o no para asumir
una determinada función, capacidad, o ha logrado ya determinado momento
de madurez emocional o cognitiva. Acertaríamos si confiáramos en la
capacidad de autorregularse de las criaturas, en lugar de empujarlas,
forzarlas para que respondan a lo que desde nuestras lagunas, creencias y
mitologías adultocentristas pensamos que es lo correcto (decidimos
unilateralmente cuándo es el momento de que duerman en solitario, o
de dejar los pañales, o de que sigan o entiendan una regla…).
Como
andamos desconectados y orientados por patrones o mandatos externos
alejados de la realidad del mundo infantil (y esto pasa no sólo con
criadores y educadores, sino también con profesionales sanitarios como
pediatras, psicólogos, etc.) se hace necesario formarnos acerca de la
real naturaleza y necesidades -sobre todo psicoafectivas- de los peques.
En
este orden de ideas, hoy comparto algunos aspectos sobre la franja de 0
a 7 años (primera infancia) que pueden servir de referencia para
comprenderlos mejor. Esta información la he recogido a lo largo del
tiempo a través de distintas investigaciones, lecturas, consultas a
especialistas y fuentes que menciono a menudo en mis divulgaciones,
tales como: Yolanda González (autora de Amar sin miedo a malcriar), Rosa
Jové (autora de La Crianza Feliz y Todo es posible), el pediatra Carlos
González (autor de Bésame Mucho), Laura Gutman (autora de Crianza,
violencias invisibles y adicciones) entre otros…
Durante este
período (0 a 7) se construye la personalidad y el carácter con lo cual
-como bien insiste la psicóloga Yolanda González- es fundamental crear
buenos cimientos para prevenir comportamientos, síntomas y trastornos en
etapas posteriores. Para ello es fundamental basarnos en expectativas
realistas, como he dicho antes, y ofrecer a los niños un vínculo
segurizante y respetuoso.
Yolanda González subdivide la primera infancia en dos franjas: de 0 a 3 y de 4 a 7
De 0 a 3:
- Es
una etapa en la que la criatura es muy dependiente de los cuidados y la
interacción de un adulto a su cargo para sobrevivir y desarrollarse.
- Son
fusionales. Nadan en las mismas aguas emocionales con la figura
principal de apego o maternante (lo que siente la madre lo siente el
bebé y viceversa), no comprenden que son seres distintos a mamá o papá,
hasta los 2 años cuando comienzan a dar los primeros pasos hacia el
largo y progresivo camino hacia la autonomía (caminar, hablar, comer
solos) durante el cual ocurre paralelamente el desprendimiento natural
de la fusión emocional.
- Es una etapa marcada por la
emoción. La racionalización y la lógica aún no han madurado. El niño
necesita vivir progresivamente las experiencias para incorporar
referentes (no sabe lo que es el día y la noche, ir a trabajar, que el
vidrio se rompe y el plástico no). Captan las emociones de los padres,
el gesto, la intención del discurso (comunicación emocional). Algunos
autores como Francoise Dolto y Laura Gutman recomiendan hablar a los
niños desde que nacen, aun cuando no comprendan el lenguaje verbal.
Palabrearles constantemente y poner palabras a lo que sucede a su
alrededor para ayudarles a construir o elaborar la experiencia.
- Son
psicocorporales. Se expresan con el cuerpo, siendo que aún no han
desarrollado el lenguaje verbal. Esto explica a menudo, porqué descargan
golpes o mordiscos para manifestarse.
- El instinto de
exploración es muy fuerte. Necesitan comprender cómo funciona el mundo
nuevo que están conociendo. No han desarrollado la noción de regla, ni
pueden mantenerlas (no tocar el enchufe, no tocar los adornos, no hurgar
gavetas). La intervención del adulto debe enfocarse a proveer un
entorno seguro para que el niño pueda explorar (tapar los enchufes,
quitar los adornos, poner seguros en las gavetas).
- Es
la etapa de la emoción, el juego, la fantasía. El mejor lenguaje para
establecer una comunicación activa es por tanto motivarles a través de
estos recursos (contar un cuento, inventarse un juego, animar objetos,
cantarles su canción favorita para vestirse o bañarse, etc.). Los
adultos necesitamos conectar con el niño interior para volvernos
creativos, juguetones y establecer empatía.
- Fuerte
necesidad de interacción y conexión, de ser acompañados constantemente
por una figura de apego primaria o adulto significativo que sepa
interpretar y cubrir sus necesidades en continuum. Necesidad de sentirse
mirados, escuchados, interpretados. Ayuda para poner palabras e
identificar lo que sienten.
- Conexión espacio temporal
inmediata con la experiencia. Viven en el presente. No entienden bien el
concepto de ayer y de mañana. No han desarrollado la noción de
reversibilidad, ni de permanencia del objeto (si mamá desaparece de su
campo o contacto visual, no saben que aún está o que va a regresar, por
eso se angustian y lloran). No han desarrollado la noción de fronteras
de la propiedad, su impulso de explorar les lleva a tomar los objetos y
asumirlos como propios.
- Las funciones fisiológicas como
el sueño, control de la regulación esfinteriana (orinar, defecar) aún
están en proceso de maduración. Hasta los 5 años son normales los
despertares nocturnos frecuentes y que necesiten dormir con la madre o
con los padres (colecho)
para sentir seguridad. Desde los 18 meses hasta los 5 años es normal
que aún requieran usar pañales. Forzarlos o apresurarlos supone
violentar los tiempos de maduración de la criatura.
- Durante
los tres primeros años de vida se desarrollan sistemas importantes y
circuitos bioquímicos del cerebro superior encargados de gestionar la
respuesta emocional y el aprendizaje (alrededor del 80% del desarrollo
cerebral ocurre durante esta etapa). El sano desarrollo del cerebro en
formación se modula a partir de la interacción de un adulto cuidador
capaz de ofrecer presencia segurizante, de interpretar y satisfacer de
inmediato las necesidades de la criatura sin permitir que se frustre o
estrese. Los bebés se estresan fácilmente porque son muy dependientes
para sobrevivir. El estrés genera la activación de mecanismos del
sistema nervioso y de hormonas que sabotean su sano desarrollo cerebral.
- A
partir de los 2 a 3 años desarrollan progresivamente el lenguaje, la
noción de reglas, y la capacidad de mantenerlas. Los adultos cuidadores
debemos estar dispuestos a repetirlas con paciencia cuantas veces que
sea necesario, sin forzar.
- Alrededor de los 2 años,
ocurren cambios psicológicos importantes. Proceso de afirmación de la
individualidad, noción de otredad, desprendimiento natural del puerperio
o fusión emocional. Desde alrededor de los 2 hasta los 5 años, son
normales los llamados berrinches. Bien comprendidas y atendidas, estas
explosiones del carácter quedarán atrás cuando llegue la madurez
evolutiva que permitirá al niño gestionarlas con nuevos recursos
emocionales y cognitivos. La intervención del adulto debe enfocarse en
acompañar y contener a la criatura sin violencia y con paciencia. Se
desaconseja ignorar, reprimir, inhibir.
De 4 a 6 años
- Papá
y mamá todo lo pueden, todo lo arreglan (omnipotencia parental). Por
eso se desesperan o no comprenden cuando papá o mamá no pueden arreglar
un juguete roto, etc.
- Dominan mejor el leguaje y comienzan a estar mejor preparados para razonar, dialogar, negociar, seguir reglas.
- El lenguaje sigue siendo el de las emociones, la fantasía, el juego.
- Desarrollan
la necesidad biológica de socializar, siempre volviendo a la base
segura para reabastecerse. Desarrollo de noción de permanencia del
objeto, reversibilidad (ya saben que si papá o mamá se van, aunque no
les guste la idea, van a regresar).
- Continúa el foco
sobre el cuerpo siendo una etapa en el que se produce más rápidamente y
en mayor porcentaje el desarrollo psicomotriz, sistema inmunitario, etc.