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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Crianza y autocuidado del cuidador



A menudo pensamos que los niños necesitan límites y disciplina, cuando lo que realmente necesitan es que sus cuidadores estemos mejor y más disponibles emocionalmente para acompañarlos en el despliegue de sus infancias. Es aquí cuando toca reflexionar -entre otros asuntos sustantivos- sobre la importancia de autorregular nuestras emociones.

Aclaremos que crianza y labores domésticas son dos
tareas distintas, aunque ambas ocurran en el hogar.
Sabemos lo demandante que supone atender niños pequeños. Al margen de nuestra disposición emocional, mayor o menor, y de los motivos históricos que la determinan (ya he escrito antes sobre este tema) los niños necesitan mucha presencia y energía de nuestra parte, con lo cual es necesario procurar espacio y tiempo para el autocuidado del cuidador. Esto supone establecer el compromiso de realizar a diario  higiene emocional. En otros post he descrito técnicas como la  terapia del cojin , el giberish, la escritura   automática que pueden ayudarnos en este propósito.


Recursos puntuales como llamar a una amiga para conversar, tomar una ducha, buscar ayuda para dejar a los peques al cuidado de un familiar o persona confiable y salir a caminar, correr, hacer ejercicio, recibir un masaje, hacer que nos arreglen el cabello, manos y  pies, etc., puede ayudarnos a restituir el equilibrio. Sabemos que cuando se trata de atender niños pequeños, es poco el tiempo disponible, pero siempre podremos, con ayuda de la pareja, amigos, familia, tomar un tiempo razonable (aunque sea media hora o quince minutos al día) para el autocuidado. No hablamos de un tema menor. La autorregulación del cuidador es indispensable para restituir el equilibrio necesario que nos permita atender a nuestros pequeños desde la calma.   

La  higiene emocional debe asumirse como un compromiso y practicarse de un modo habitual (al igual que higienizamos el cuerpo o la casa) para mantenernos descargados de tensiones que se van acumulando hasta hacernos estallar. Podemos visualizarlo mejor, con el símil de un vaso que se va llenado gota a gota y que si no vaciamos a diario, se rebaza.

También podemos recurrir a las estrategias para la autorregulación emocional o catarsis, cuando sintamos que estamos a punto de perder el control. Justo en esos momentos, si nos hacemos consciente de nuestra emoción y la aceptamos, podemos encauzar la reacción hacia otro objetivo evitando así violentarnos con  los niños a nuestro cargo.  

Recordemos siempre que nuestras emociones pueden ser agradables o desagradables, pero no existen emociones buenas o malas.   Todas tienen una función que cumplir, todas tienen algo que decirnos y que debemos atender oportunamente o de lo contrario van a salir multiplicadas y empeoradas. Mantenernos en contacto consciente con ellas, aceptarlas, nos permite acceder a un mayor margen de libertad para gestionarlas adecuadamente sin dañarnos ni dañar a los demás.


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jueves, 3 de septiembre de 2015

Algunos rasgos evolutivos de 0 a 7 años





Insisto siempre en que para criar sin violencia debemos conocer la naturaleza de los distintos períodos evolutivos de los niños. La mayoría de las veces las interferencias en el vínculo con los niños se producen porque el adulto no tiene perspectivas realistas acerca de lo que puede o no esperar según sea la etapa madurativa de la criatura.
No haría falta documentarse demasiado, ni realizar una especialización en psicología infantil para hacerse una idea fehaciente sobre el asunto. En cambio, con observar al niño, seguir las pistas que nos va dando, bastaría para comprender cuándo se encuentra preparado o no para asumir una determinada función, capacidad, o ha logrado ya determinado momento de madurez emocional o cognitiva. Acertaríamos si confiáramos en la capacidad de autorregularse de las criaturas, en lugar de empujarlas, forzarlas para que respondan a lo que desde nuestras lagunas, creencias y mitologías adultocentristas pensamos que es lo correcto (decidimos unilateralmente cuándo es el momento de que duerman en solitario, o de dejar los pañales, o de que sigan o entiendan una regla…).
Como andamos desconectados y orientados por patrones o mandatos externos alejados de la realidad del mundo infantil (y esto pasa no sólo con criadores y educadores, sino también con profesionales sanitarios como pediatras, psicólogos, etc.) se hace necesario formarnos acerca de la real naturaleza y necesidades -sobre todo psicoafectivas- de los peques.
En este orden de ideas, hoy comparto algunos aspectos sobre la franja de 0 a 7 años (primera infancia) que pueden servir de referencia para comprenderlos mejor. Esta información la he recogido a lo largo del tiempo a través de distintas investigaciones, lecturas, consultas a especialistas y fuentes que menciono a menudo en mis divulgaciones, tales como: Yolanda González (autora de Amar sin miedo a malcriar), Rosa Jové (autora de La Crianza Feliz y Todo es posible), el pediatra Carlos González (autor de Bésame Mucho), Laura Gutman (autora de Crianza, violencias invisibles y adicciones) entre otros…
Durante este período (0 a 7) se construye la personalidad y el carácter con lo cual -como bien insiste la psicóloga Yolanda González- es fundamental crear buenos cimientos para prevenir comportamientos, síntomas y trastornos en etapas posteriores. Para ello es fundamental basarnos en expectativas realistas, como he dicho antes, y ofrecer a los niños un vínculo segurizante y respetuoso.
Yolanda González subdivide la primera infancia en dos franjas: de 0 a 3 y de 4 a 7
De 0 a 3:
  • Es una etapa en la que la criatura es muy dependiente de los cuidados y la interacción de un adulto a su cargo para sobrevivir y desarrollarse.
  • Son fusionales. Nadan en las mismas aguas emocionales con la figura principal de apego o maternante (lo que siente la madre lo siente el bebé y viceversa), no comprenden que son seres distintos a mamá o papá, hasta los 2 años cuando comienzan a dar los primeros pasos hacia el largo y progresivo camino hacia la autonomía (caminar, hablar, comer solos) durante el cual ocurre paralelamente el desprendimiento natural de la fusión emocional.
  • Es una etapa marcada por la emoción. La racionalización y la lógica aún no han madurado. El niño necesita vivir progresivamente las experiencias para incorporar referentes (no sabe lo que es el día y la noche, ir a trabajar, que el vidrio se rompe y el plástico no). Captan las emociones de los padres, el gesto, la intención del discurso (comunicación emocional). Algunos autores como Francoise Dolto y Laura Gutman recomiendan hablar a los niños desde que nacen, aun cuando no comprendan el lenguaje verbal. Palabrearles constantemente y poner palabras a lo que sucede a su alrededor para ayudarles a construir o elaborar la experiencia.
  • Son psicocorporales. Se expresan con el cuerpo, siendo que aún no han desarrollado el lenguaje verbal. Esto explica a menudo, porqué descargan golpes o mordiscos para manifestarse.
  • El instinto de exploración es muy fuerte. Necesitan comprender cómo funciona el mundo nuevo que están conociendo. No han desarrollado la noción de regla, ni pueden mantenerlas (no tocar el enchufe, no tocar los adornos, no hurgar gavetas). La intervención del adulto debe enfocarse a proveer un entorno seguro para que el niño pueda explorar (tapar los enchufes, quitar los adornos, poner seguros en las gavetas).
  • Es la etapa de la emoción, el juego, la fantasía. El mejor lenguaje para establecer una comunicación activa es por tanto motivarles a través de estos recursos (contar un cuento, inventarse un juego, animar objetos, cantarles su canción favorita para vestirse o bañarse, etc.). Los adultos necesitamos conectar con el niño interior para volvernos creativos, juguetones y establecer empatía.
  • Fuerte necesidad de interacción y conexión, de ser acompañados constantemente por una figura de apego primaria o adulto significativo que sepa interpretar y cubrir sus necesidades en continuum. Necesidad de sentirse mirados, escuchados, interpretados. Ayuda para poner palabras e identificar lo que sienten.
  • Conexión espacio temporal inmediata con la experiencia. Viven en el presente. No entienden bien el concepto de ayer y de mañana. No han desarrollado la noción de reversibilidad, ni de permanencia del objeto (si mamá desaparece de su campo o contacto visual, no saben que aún está o que va a regresar, por eso se angustian y lloran). No han desarrollado la noción de fronteras de la propiedad, su impulso de explorar les lleva a tomar los objetos y asumirlos como propios.
  • Las funciones fisiológicas como el sueño, control de la regulación esfinteriana (orinar, defecar) aún están en proceso de maduración. Hasta los 5 años son normales los despertares nocturnos frecuentes y que necesiten dormir con la madre o con los padres (colecho) para sentir seguridad. Desde los 18 meses hasta los 5 años es normal que aún requieran usar pañales. Forzarlos o apresurarlos supone violentar los tiempos de maduración de la criatura.
  • Durante los tres primeros años de vida se desarrollan sistemas importantes y circuitos bioquímicos del cerebro superior encargados de gestionar la respuesta emocional y el aprendizaje (alrededor del 80% del desarrollo cerebral ocurre durante esta etapa). El sano desarrollo del cerebro en formación se modula a partir de la interacción de un adulto cuidador capaz de ofrecer presencia segurizante, de interpretar y satisfacer de inmediato las necesidades de la criatura sin permitir que se frustre o estrese. Los bebés se estresan fácilmente porque son muy dependientes para sobrevivir. El estrés genera la activación de mecanismos del sistema nervioso y de hormonas que sabotean su sano desarrollo cerebral.
  • A partir de los 2 a 3 años desarrollan progresivamente el lenguaje, la noción de reglas, y la capacidad de mantenerlas. Los adultos cuidadores debemos estar dispuestos a repetirlas con paciencia cuantas veces que sea necesario, sin forzar.
  • Alrededor de los 2 años, ocurren cambios psicológicos importantes. Proceso de afirmación de la individualidad, noción de otredad, desprendimiento natural del puerperio o fusión emocional. Desde alrededor de los 2 hasta los 5 años, son normales los llamados berrinches. Bien comprendidas y atendidas, estas explosiones del carácter quedarán atrás cuando llegue la madurez evolutiva que permitirá al niño gestionarlas con nuevos recursos emocionales y cognitivos. La intervención del adulto debe enfocarse en acompañar y contener a la criatura sin violencia y con paciencia. Se desaconseja ignorar, reprimir, inhibir.
De 4 a 6 años
  • Papá y mamá todo lo pueden, todo lo arreglan (omnipotencia parental). Por eso se desesperan o no comprenden cuando papá o mamá no pueden arreglar un juguete roto, etc.
  • Dominan mejor el leguaje y comienzan a estar mejor preparados para razonar, dialogar, negociar, seguir reglas.
  • El lenguaje sigue siendo el de las emociones, la fantasía, el juego.
  • Desarrollan la necesidad biológica de socializar, siempre volviendo a la base segura para reabastecerse. Desarrollo de noción de permanencia del objeto, reversibilidad (ya saben que si papá o mamá se van, aunque no les guste la idea, van a regresar).
  • Continúa el foco sobre el cuerpo siendo una etapa en el que se produce más rápidamente y en mayor porcentaje el desarrollo psicomotriz, sistema inmunitario, etc.

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