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lunes, 1 de febrero de 2016

Rabietas y efectos colaterales del conductismo



Los efectos colaterales del conductismo


Cierto día me topé en un centro comercial con la angustiosa escena de un niño llorando aterrado al lado de un guardia de seguridad. De inmediato pensé: niño perdido. Me acerqué para asegurarme de que nada le pasara hasta que apareciera su mamá o su papá. Nunca antes había visto a una criatura en medio de tanta desesperación. El niño no mayor de cuatro años, lloraba muy asustado mientras hundía los puños contra sus ojitos cerrados haciéndose daño, como si quisiera perder la vista para no ver el horror que le acontecía. Le dije que su mamá tenía que estar cerca, que pronto iba a aparecer, que me quedaría allí hasta que él estuviera seguro al lado de su mami. El repetía desgarrado, "no va a venir, no va a venir". Pasaron cinco o diez minutos de esos que se viven como una eternidad hasta que su mamá por fin apareció. El niño corrió desesperado y se enganchó con fuerza al regazo de su madre quien explicaba asustada que se había dado la vuelta para ignorar una pataleta de su hijo con el fin de aleccionarlo (tal y como recomiendan los conductistas) y en cuestión de pocos segundos lo perdió de vista.

Lamentablemente quienes acostumbran a dar este tipo de recomendaciones con el propósito de inhibir comportamientos no deseados, nunca advierten a los padres que cada vez que ignoramos a nuestros hijos pequeños, los ponemos en riesgo.


Aunque cueste verlo, existe una estrecha relación entre el modelo de crianza basado en el adiestramiento y la sumisión que impone ignorar a un niño para inhibir cualquier conducta valorada como incorrecta, con el hecho de que las criaturas establezcan la indefensión aprendida, es decir, que internalicen que nadie vendrá a consolarlas/protegerlas, resignándose a no acudir a sus padres ante cualquier riesgo o ante el asecho de un depredador. Desde ignorar a un niño, castigar en el rincón de pensar o pegarle para "condicionarlo",  hasta el abuso físico grave o el abuso sexual infantil,  todo circula en la misma línea. Una cosa conduce a la otra, porque todas estas prácticas se organizan sobre la misma doctrina basada en el binomio dominio-sumisión, adulto-niño/a.


Lo que no nos explican los especialista que recomiendan métodos para inhibir la conducta, desdeñando la importancia de comprender y atender la causa:

      Las rabietas son manifestaciones propias y saludables de la edad (dos a cinco años) por razones psicoevolutivas.
     El niño pequeño se encuentra bajo dominio del cerebro medio (emocional o límbico) El cerebro superior (racional o neocortex) está en formación. Por tanto durante la primera infancia son básicamente emocionales. No han madurado recursos racionales para expresar/gestionar las emociones como lo haría un niño mayor (siete años en adelante) o un adulto.
       Durante una rabieta el cerebro emocional toma control y la criatura – aunque quiera- no puede parar. Se produce lo que los neurocientíficos llaman secuestro amigdalino o amigdalar. Por tanto la expresión del niño es pura, intensa y genuina, y no manipulación como se ha hecho creer desde el criterio adultocentrista.
     Las rabietas quedan atrás por si solas en la medida en que el niño madura. Difícilmente veremos a un niño de ocho o de diez años tirarse al piso en medio de un pasillo del supermercado, secuestrado por la amígdala cerebral. En esta etapa, si no hemos provocado interferencias durante la primera infancia, ya pueden manifestar disconformidad mediante recursos propios de su edad (argumentar, insistir, negociar, etc. …)
       Las rabietas se pueden evitar, atendiendo oportunamente las señales sutiles de las necesidades físicas y afectivas de los niños (hambre, cansancio, sueño, necesidad de brazos, cuerpo materno, mirada, consuelo…) antes de que, a falta de recursos, desborden en una explosión emocional descontrolada. Pueden prevenirse evitando la reprensión innecesaria o excesiva que provoca sobrecarga de impotencia en los niños. Las rabietas también pueden evitarse si nos anticipamos (pasamos por la acera de enfrente de la juguetería cuando vamos apurados para evitar que el niño la vea y quiera quedarse)
       Una vez que se producen las rabietas, la forma respetuosa de abordarlas es acompañar, (SIN IGNORAR, NI CASTIGAR) empatizar con el niño, validar sus emociones (entiendo que te sientas mal por…), mantenernos siempre disponibles, abrazar si el niño lo permite, impedir que el niño se haga daño o dañe a los demás. Una vez que se calme, si viene al caso podemos educar, explicar lo que paso, lo qu eesperamos y porqué (no puedes cruzar solo la calle por ...)
       No siempre podemos complacer los deseos del niño. Pero podemos permitir que manifieste y mantenga contacto consciente con sus emociones sin que ponga en riesgo su integridad o la de otros, en cuyo caso podemos contener con firmeza y sin violencia (sin castigar ni ignorar). Fomentamos así, la certeza de que es amado incondicionalmente, de que puede contar con sus padres en momentos difíciles y expresar su sentir,  modulando su capacidad de autorregulación.


¿Por qué las rabietas o berrinches nos causan tanta ansiedad?

·      Presión social: Vivimos en una civilización que sobrevalora la razón y no tolera la expresión de las ‪emociones (es cosa de débiles, gente inculta, primitiva, incivilizada, asociales) Los niños son por naturaleza básicamente emocionales, por tanto los menos tolerados en nuestra civilización. La mirada censuradora del otro o de los otros ante el escenario de la expresión emocional natural de los pequeños a nuestro cargo, nos perturba provocando interferencias para acompañar con la empatía y la paciencia que un niño necesita. La presión social es un reto importante a superar. Se logra, esencialmente, respondiendo a partir de la madurez emocional que nos sobrepone al qué dirán, y permite centrarnos en nuestro hijo.

·      Historia personal: La herida o la impronta de nuestra propia ‪‎infancia sistemáticamente reprimida, se actualiza desde nuestro inconsciente ante la disconformidad del niño presente a nuestro cargo, con lo cual sentimos rechazo y nos volvemos bajotolerantes a sus emociones. Hacernos conscientes de ello, nos permite contar con recursos emocionales para acompañarlos con paciencia y empatía.

Ante las expresiones emocionales (llanto, gritos, rabietas…) de los pequeños a nuestro cargo, conviene recordar que, los niños son por definición inmaduros, y los adultos somos quienes tenemos la responsabilidad de actuar desde la madurez emocional para cuidarlos y amarlos como ellos necesitan: con consciencia, equilibrio y sin violencia.

Berna Iskandar
@conocemimundo







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