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martes, 19 de julio de 2016

Nuestros recursos emocionales para amar y criar





Los niños nacen con capacidad plena de amar. Esperan, merecen, necesitan recibir amor incondicional para nutrir dicha capacidad innata y desplegarla en todo su esplendor. 

Para un bebé o niño pequeño la ecuación es sencilla.  Las experiencias de placer, la satisfacción inmediata de sus necesidades de contacto, nutrición epidérmica, cuerpo materno, leche y succión tranquilizante del pecho a demanda, estimulación, mirada, presencia segurizante y amparo constantes -en resumen, el vínculo de apego seguro-  equivale a sentirse amado incondicionalmente. Cuando no obtiene lo que necesita la experiencia subjetiva de un niño  -mientras más pequeño y vulnerable, más intensa- es de miedo, abandono, soledad, hostilidad, es decir, violencia.  

Sin embargo nuestra civilización atravesada por doctrinas hostiles a la infancia, condiciona una mirada ajena a la esencia infantil, a sus necesidades legítimas.  Sobre estos idearios se han establecido y mantenido durante milenios modelos de crianza insanos que imponen una demoledora distancia entre lo que una criatura humana, mamífera, altricial espera o necesita y lo que recibe.  En la medida en que el niño no recibe lo que espera o necesita, atraviesa experiencias sufrientes, miedo, soledad, hostilidad y se ve ante la necesidad de desplegar mecanismos de salvataje o de sobrevivencia para obtener seguridad. Se establece el devastador sismo original de la herida primal que luego hace réplica el resto de la vida. Neurosis, adicciones, depresión, ansiedad, hambre de poder, indefensión, sometimiento, consumos excesivos, accidentes emocionales, enfermedades, conflictos violentos, discapacidad para amar, empatizar y cuidar a los niños a nuestro cargo cuando devenimos padres… son algunas de tantas secuelas del modelo de crianza mayoritario basado en el desamor, la rigidez y el autoritarismo. 

Los adultos necesitamos reaprender a amar a los niños tal y como ellos esperan y necesitan ser amados. Para ello primero hay que estar dispuestos a registrar en qué medida fuimos realmente amados o desamparados, y cómo desde la propia experiencia de hostilidad en nuestra infancia que no somos capaces de reconocer o de nombrar ahora,  terminamos actuando desde un lugar inconsciente, desnutridos de recursos emocionales para amar y cuidar a los niños presentes a nuestro cargo, tal y como ellos esperan y necesitan. 

Si no logramos encontrar un lugar emocional desde donde validar, comprender, empatizar, acompañar, atender con paciencia los pedidos del niño presente a nuestro cargo, su soledad, sus miedos, sus llantos, sus gritos, sus berrinches, sus expresiones de disconformidad, su carácter inquieto, movedizo, explorador, su alma de niño… muy probablemente estamos respondiendo al resultado de nuestra propio miedo y soledad no atendidos oportunamente, de nuestras propias emociones y necesidades legítimas no validadas, nombradas ni satisfechas oportunamente y que ahora se actualizan perpetuando la transmisión de la herida primal a las nuevas generaciones. 

Es nuestra responsabilidad convertirnos en adultos capaces de criar a niños y niñas felices en lugar de niños y niñas que "nos hagan felices".  Niños y niñas en libertad para desplegarse en sintonía con su sí mismo, que permanezcan en contacto con su brújula interior, con su capacidad natural de amar, que mantengan intactos su valor, creatividad y pasión originales, el poder de pensar por sí mismos, para atreverse a explotar, crear y perseguir sus propios sueños. Impidamos que estas virtudes innatas sean cercenadas por nuestras propias necesidades narcisistas, nuestra desnutrición afectiva, soledad y miedos infantiles no acompañados oportunamente y no elaborados hasta ahora. Sanemos nuestras heridas primales  para evitar heredarlas a las nuevas generaciones. Amar incondicionalmente a las criaturas es urgente, es la única esperanza para la especie humana.  Encontremos nuestros recursos emocionales para amar y criar.




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