En
una civilización que mayoritariamente basa la educación sobre las premisas del
adiestramiento y la obediencia, muchos padres y adultos ven una amenaza cuando
deberían ver una bendición en la expresión del deseo, las
necesidades, la disconformidad y la iniciativas de acción, exploración y movimiento de los niños, manifestada de manera pura y
total desde la raíz de su ser. Fruto de
patrones insanos de crianza transgeneracionales, hemos perdido de
vista la conexión que existe entre esta habilidad natural, instintiva de las criaturas y el
despliegue y fortaleza de sus capacidades de autoprotección y su iniciativa de acción en sintonía consciente con sus necesidades.
La
prevención de las distintas formas de abuso a las que puede exponerse un ser
humano durante su niñez, adolescencia y por el resto de su vida, se establece
en la primera infancia, cuando
los adultos cuidadores nos hacemos sensibles y nos mantenemos disponibles para prodigar la respuesta segurizante inmediata que el bebé/niño necesita y que pide
instintivamente a través de mecanismos naturales de autoprotección como el llanto y otras formas de
expresión de disconformidad. Cuando permitimos que las criaturas desarrollen y fortalezcan la
capacidad innata de manifestar sus deseos, emociones, lo que les gusta o no, así
como la confianza de recurrir a sus adultos significativos para pedir ayuda. Cuando los adultos permitimos o facilitamos al niño la posibilidad de autorregular sus biorritmos de hambre y saciedad, descanso, movimiento y acción exploratoria... en sintonía con su propia brújula interior, sintiéndose protagonista de los logros progresivos de autonomía que adquiere en su desarrollo.
De allí la enorme importancia de responder siempre al llanto del niño, validar sus emociones,
su molestia, su disconformidad ofreciendo contención, alivio y seguridad. De establecer un vínculo robusto de apego seguro que
permita al adulto cuidador interpretar sus necesidades físicas y emocionales, exploratorias y
cubrirlas o facilitarlas de inmediato respetando sus ritmos sin imponerlos desde afuera porque ello se traduciría en el alejamiento de su contacto consigo mismo. Es así como haremos sentir y saber al niño que cuenta
con personas de confianza a quienes recurrir frente a potenciales situaciones
de riesgo o amenaza de abuso en su vida presente y futura. Es así como permitiremos que el niño desarrolle el autoconocimiento de su cuerpo, sus emociones, sus necesidades y la propia iniciativa para responsabilizarse de ellas.
Respetar, siempre que sea posible, los gustos, deseos, elecciones, decisiones de las
criaturas, permitir, validar la expresión de sus emociones, reconocerlas, nombrarlas
sin juzgar —sean agradables o desagradables— acompañar respetuosamente sus procesos de afirmación de la individualidad, sus propias ideas aunque lo
hagan desde la inmadurez propia de la edad mediante berrinches, etc.; abrir espacios
para que manifieste su disconformidad siempre y cuando no constituya daño para
sí mismos o para otros, permitirles decir NO, respetar sus ritmos madurativos,
son las vías naturales para la consolidación de la seguridad, la autoconfianza, la conexión con la propia
sabiduría intuitiva, el control sobre su propio cuerpo, sus deseos, sus
necesidades y emociones. Es así como progresivamente las criaturas se van
haciendo conscientes de su cuerpo, deseos, emociones y de los factores internos y externos que lo alteran o equilibran, al tiempo que establecen acciones desde la propia iniciativa para intervenirlas y modificarlas, desarrollando progresivamente la propia sensación de capacidad
y eficacia.
Todo
esto permite a las criaturas integrar el hecho de que mediante su propia acción ejercen un efecto positivo para modificar condiciones que les generan insatisfacción,
estableciendo la confianza básica que es lo contrario a la indefensión
aprendida. Y este es el cimiento de la autoestima, de la seguridad y la fortaleza
emocional que le protegerá de los abusos en su vida presente y futura.
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