Cuando
un niño está pasándola bien haciendo lo que le gusta, y le decimos o le
ordenamos desde la cocina o desde otra habitación que interrumpa su actividad
para que cumpla con una obligación como ir a bañarse, a comer, a hacer las
tareas, etc., es muy probable que no responda de buena gana o no sienta el
deseo de cooperar. A nadie le agrada que le interrumpan cuando la está pasando
bien y menos con una orden ¿cierto?
En
esos casos es más efectivo acercarnos, empatizar con el niño y comunicarle el
evento por venir. Con niños menores de 3 a 4 años podemos usar
el juego, la imaginación, la distracción y otros recursos creativos para
redirigir su atención e interés hacia la tarea que toque realizar.
Con
niños a partir de los 3 años, pero sobre todo en torno a los 4 a 5 años,
podemos además negociar y establecer un
acuerdo sobre el tiempo que necesite para terminar con la actividad que están
realizando (juego, pintar, ver la tele…) y pasar a la siguiente.
Si en
lugar de orientarnos por el viejo vicio de intervenir con posturas educativas
arrogantes, nos habituamos a comunicar mediante
un tono cercano y cómplice, si lo hacemos de forma clara, firme y coherente, si
los niños se sienten escuchados, respetados, si perciben un clima que les genera
confianza, si lo hacemos cuando no están cansados, con sueño o con hambre
(recuerda anticiparte evitando llegar a ese momento) lo cual predispone a la
alteración emocional de las criaturas impidiendo la comunicación activa… es muy
probable que los pequeños respondan y acepten con naturalidad el diálogo y los
acuerdos.
Es preciso aclarar algunos tópicos importantes
sobre este tema. Los acuerdos no son instrucciones u órdenes, son negociaciones
donde cada uno está dispuesto a ceder algo para llegar a un lugar común de ganancia
mutua. A menudo los padres creemos que negociamos cuando en realidad estamos
imponiendo o usando recursos punitivos: "Si quieres ir al parque, primero
haces la tarea", “si quieres comer galletas, primero debes bañarte"...
Esto no es negociación, es imposición mediante castigos y recompensas, es decir, usando el chantaje.
Muchos padres esperando resultados instantáneos, se
impacientan al usar estrategias no punitivas para lograr que sus hijos cooperen,
y terminan recayendo o validando las viejas estrategias basadas en la
imposición, la obediencia y el adiestramiento. Llevamos tan integrados los
propios automatismos educativos que no vemos el modo en que cotidianamente
estos interfieren en la interacción con los pequeños a nuestro cargo
dinamitando el establecimiento progresivo de un vínculo basado en la confianza
y la comunicación activa con ellos. Es necesario repensar el objetivo de la educación que desde la orientación ética del modelo democrático es elevar la consciencia del ser humano, y no robotizar o condicionar a través de métodos de entrenamiento canino. Esto toma tiempo, exige paciencia y compromiso emocional. Educar sin violencia, orientados por valores democráticos, exige robustecer
nuestros propios recursos emocionales tales como la empatía, la confianza
en los niños y su capacidad de alcanzar los hitos madurativos biológicos,
psicológicos y sociales, oportunamente, cada uno a su propio ritmo. Practicar
la auto observación es fundamental para que nuestro propósito de educar sin castigos,
sin condicionar con el miedo mediante gritos, amenazas, o usando chantajes como
premios y recompensas, resulte sostenible.
Fuente Yolanda González Vara, Educar sin miedo a escuchar
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