Históricamente el estudio de los modelos de crianza o de estilos
parentales, así como su impacto en el desarrollo de los niños y por
añadidura en la sociedad, ha supuesto un tema de interés para las ciencias
humanas.
Comencemos por decir que coexisten tantas formas de criar como familias
hay en el mundo. No hay un modelo puro, siempre existirán los matices que
definen la particularidad de cada vínculo o dinámica familiar, pero en general,
para efectos pedagógicos, esquematizaremos hablando de tres estilos paradigmáticos.
El modelo tradicional mayoritario que orienta a los terrícolas desde hace más de cinco mil años, al margen de la época, religión, raza o lugar del planeta donde habitemos es el autoritario. Un modelo adultocentrista, basado en el adiestramiento y la obediencia. El orden normativo, las rutinas y horarios, los ritmos vitales, las costumbres, expectativas, incluso el diseño del espacio, etc., se rigen según las prioridades, comodidad y necesidades adultas. Se organiza sobre el binomio dominio-sumisión del fuerte sobre el débil. El niño como eslabón más débil de la cadena se convierte en depositario de las mayores cuotas de imposición y dominio ejercida por los adultos, sean hombres o mujeres. En el modelo tradicional autoritario se parte del principio de que el niño no sabe nada, los padres o adultos responsables lo saben todo y el niño debe plegarse al mandato adulto. La consigna es obedecer sin protestar. La autoridad se impone a través del miedo, usando recursos punitivos como amenazas, castigos y recompensas... El resultado son seres humanos adiestrados, resentidos, sumisos o violentos, personas alejadas del contacto con su sí mismo, que no saben autorregularse. Individuos que aprendieron solo a responder a los estímulos externos (te quiero si haces lo que te digo, te expulso de mi territorio emocional, te provoco dolor o te retiro mi aprobación y mi amor, si no lo haces). Que cumplen con el deber solo si obtienen recompensas o que solo respetan las leyes cuando hay una amenaza inminente de castigo. El sentido común, la iniciativa de responsabilidad, la creatividad y pensamiento crítico son cercenados en distintos grados y formas.
El modelo que se ubica en el extremo contrario del autoritario y que yo llamo anárquico, es aquel donde hay ausencia casi absoluta de límites o de marcos de referencia para acompañar, orientar y contener a los niños durante el proceso de socialización. Se establece probablemente como respuesta reactiva de personas, que a partir de sus propias experiencias infantiles desarrolladas en crianzas muy represivas, al devenir padres o madres, oscilan hasta el polo opuesto. El resultado de este modelo parental pueden ser niños sin marcos sólidos de referencia, ni sostén ni estructura, lo cual genera sensación de abandono, caos, inseguridad y miedo, lo cual supone maltrato por negligencia.
El modelo tradicional mayoritario que orienta a los terrícolas desde hace más de cinco mil años, al margen de la época, religión, raza o lugar del planeta donde habitemos es el autoritario. Un modelo adultocentrista, basado en el adiestramiento y la obediencia. El orden normativo, las rutinas y horarios, los ritmos vitales, las costumbres, expectativas, incluso el diseño del espacio, etc., se rigen según las prioridades, comodidad y necesidades adultas. Se organiza sobre el binomio dominio-sumisión del fuerte sobre el débil. El niño como eslabón más débil de la cadena se convierte en depositario de las mayores cuotas de imposición y dominio ejercida por los adultos, sean hombres o mujeres. En el modelo tradicional autoritario se parte del principio de que el niño no sabe nada, los padres o adultos responsables lo saben todo y el niño debe plegarse al mandato adulto. La consigna es obedecer sin protestar. La autoridad se impone a través del miedo, usando recursos punitivos como amenazas, castigos y recompensas... El resultado son seres humanos adiestrados, resentidos, sumisos o violentos, personas alejadas del contacto con su sí mismo, que no saben autorregularse. Individuos que aprendieron solo a responder a los estímulos externos (te quiero si haces lo que te digo, te expulso de mi territorio emocional, te provoco dolor o te retiro mi aprobación y mi amor, si no lo haces). Que cumplen con el deber solo si obtienen recompensas o que solo respetan las leyes cuando hay una amenaza inminente de castigo. El sentido común, la iniciativa de responsabilidad, la creatividad y pensamiento crítico son cercenados en distintos grados y formas.
El modelo que se ubica en el extremo contrario del autoritario y que yo llamo anárquico, es aquel donde hay ausencia casi absoluta de límites o de marcos de referencia para acompañar, orientar y contener a los niños durante el proceso de socialización. Se establece probablemente como respuesta reactiva de personas, que a partir de sus propias experiencias infantiles desarrolladas en crianzas muy represivas, al devenir padres o madres, oscilan hasta el polo opuesto. El resultado de este modelo parental pueden ser niños sin marcos sólidos de referencia, ni sostén ni estructura, lo cual genera sensación de abandono, caos, inseguridad y miedo, lo cual supone maltrato por negligencia.
El modelo que se ubica entre ambos extremos,
proponiendo el camino del equilibrio, es el democrático, basado en la horizontalidad, la empatía. Invita a ponernos a la altura emocional y física del niño para comprenderlo y acompañarlo desde dicha comprensión en lugar de juzgar y someter a las criaturas. El propósito ético de la educación desde la mirada democrática. es elevar la consciencia, no condicionar a seres humanos con métodos de entrenamiento canino para encajar en determinados parámetros impuestos unilateralmente por el criterio adulto. Sí que existe el ejercicio de autoridad,
porque los progenitores tienen la experiencia, la madurez y la responsabilidad de corregular durante su proceso de socialización de sus hijos. Pero en este caso la
autoridad no se impone, se gana. El niño otorga la autoridad cuando los progenitores demuestran que lo respetan, que saben de lo que hablan, que lo escuchan, cuando dan un buen ejemplo, cuando piden cosas
razonables, estableciendo un vínculo
robusto y ganando su confianza. Los adultos acompañan a incorporar los límites y las normas, reconociendo la
integridad como persona del niño, sin violentar sus ritmos madurativos, respetando sus derechos humanos.
Reflexionar, hacernos preguntas sobre la orientación ética de la
crianza que queremos brindar a nuestros hijos, así como comprometernos y prepararnos para elegir conscientemente caminos orientados por una ética coherente con los Derechos Humanos, que
nutra relaciones de paridad, más saludables, comporta una enorme responsabilidad. Continuar respondiendo por inercia o tomar decisiones conscientes
e informadas es nuestra elección.
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