"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

jueves, 21 de junio de 2018

Conoce Mi Mundo de 0 a 7 años




Durante la primera infancia se están consolidando muchos hitos madurativos importantes, como la noción de propiedad. Un niño menor de tres años no sabe que los objetos pertenecen a unos o a otros. Todo lo que se encuentra “le pertenece” y lo quiere explorar. No ha adquirido la noción de permanencia del objeto. Esto se traduce en que cuando una persona desaparece de su ámbito de percepción sensorial, no puede imaginarse que está en otra parte. Por eso sufre ansiedad de separación al perder de vista a la madre. No puede sostener una regla, o sostener la compleja noción del no, porque no ha integrado relación espacio temporal (pasado, presente y futuro). Siempre está en el presente. No puede mantener una instrucción compleja como no tocar el enchufe ahora, mañana y siempre. 

Durante la primera infancia se percibe muy difusamente la frontera entre realidad y fantasía. Todo lo antes explicado conduce a que la forma de comunicación activa con los niños pequeños sea el juego, la creatividad, la fantasía, la distracción y la anticipación. Usando el juego, la fantasía, la creatividad podemos lograr que los niños pequeños cooperen. En lugar de ordenarles que se bañen, los llevamos con cuentos, o juegos a la ducha o la bañera. Si no queremos que agarren algo los distraemos con otra cosa o nos anticipamos para que no la vea. Animamos objetos para motivarlos a vestirse, cepillarse los dientes, etc. A partir de los tres a cuatro años progresivamente comienzan a entender mejor la noción de reglas y de permanencia objetal. Entonces podemos introducir el recurso de los acuerdos y la negociación.

En la primera infancia se consolida el control de esfínteres. Hasta los cinco años, y no a los dos años, como cree la mayoría, el noventa por ciento de los niños logra dejar pañales. La madurez del sistema nervioso que permite alcanzar una arquitectura de sueño parecida a la de los adultos y regular mejor los despertares nocturnos frecuentes ocurre en torno a los seis años. La madurez del sistema inmunológico sucede en la primera infancia. Por eso, entre otras, enferman tanto al ir a los preescolares. Necesitamos tener expectativas realistas para educar sin maltratar. 

Berna Iskandar




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jueves, 14 de junio de 2018

Las emociones: aparecen, se desarrollan y desaparecen


Las emociones son movimientos intensos de adentro hacia afuera que se detonan para cumplir con una función necesaria en la regulación humana. Aparecen, se desarrollan y desaparecen.  

Cuando las inhibimos o reprimimos se pervierten en la sombra y luego se manifiestan multiplicadas y empeoradas. No hay emociones buenas o malas, positivas o negativas. Las hay agradables y desagradables pero todas son necesarias, cada una cumple con una función adaptativa. No hay emociones de hombres y emociones de mujeres. Todas las emociones son humanas y las sentimos porque ¡estamos vivos!.

Necesitamos reconciliarnos con las emociones y vivirlas con menos tabúes o juicios de valor, expresándolas de forma oportuna e inocua, es decir, saludablemente. Inhibir o reprimir las emociones propias o de los niños a nuestro cargo pensando que con ello las suprimimos, es como pretender enterrar la basura radioactiva para desaparecerla. Si queremos promover un desarrollo saludable en los niños, es preciso comprender, aceptar y navegar con sus emociones y con las nuestras.

Los seres humano no somos pura lógica, razón, pensamiento. Para desarrollarnos de forma plena e  íntegra es importante reconocer, reconciliarnos  e integrar la dimensión animal, instintiva, emocional que emana de nuestro cerebro reptiliano y mamífero, que por sus características madurativas se mantiene viva en el niño a quienes constantemente criminalizamos, censuramos, inhibimos, como explica el Maestro Claudio Naranjo, ignorando que las emociones y los deseos o pedidos instintivos son manifestaciones que deberíamos honrar como indicadores de necesidades al igual que las raíces de un árbol se expanden buscando el agua para nutrirse y no por capricho o porque desea demasiado o desmedidamente.


Berna Iskandar 

jueves, 7 de junio de 2018

¿Cómo nos sentimos cuando nuestro hijo “se porta mal”?





Cuando un niño a nuestro cargo o nuestro propio hijo manifiesta un comportamiento que valoramos como indeseable, antes de reaccionar es recomendable hacer una pausa reflexiva y preguntarnos: ¿cómo nos hace sentir?, ¿por qué esto que hace nuestro hijo o hija molesta tanto y perdemos la paciencia?, ¿fuimos niños que con la sola mirada de los padres teníamos que callar lo que pensábamos y dejar de pedir o hacer lo que necesitábamos?, ¿cómo repercute en el trato hacia los niños actuales a nuestro cargo, la propia infancia, cuando nos dolía más expresar nuestras emociones o necesidades, que callarlas?

Son las vivencias de nuestro propio niño interno herido, ignorado, reprimido, abusado, quien a menudo nos hace perder la paciencia ante las expresiones de enojo, demandas de atención, otros pedidos y emociones de nuestro hijo. 

Los adultos solemos reaccionar frente a los pequeños a nuestro cargo a partir de la propia impronta infantil fruto de autoritarismo y exigencias desmedidas.

Desarmar la lealtad hacia los padres para registrar conscientemente la verdad de esta experiencia es muy duro, con lo cual tendemos a minimizar o desplazar al inconsciente lo que nos pasó. Pero eso que nos pasó sigue operando desde las sombras, creando interferencias en nuestra interacción con el niño presente, real, que ahora está a nuestro cargo, y nos pide o expresa lo que legítimamente necesita.

A menudo esto explica la razón por la cual tantos adultos expresamos nuestra incapacidad de tolerar el llanto de un niño, o de aguantar a niños inquietos, movedizos, que exploran, que hacen ruido, que juegan o se enojan, que defienden sus propias ideas, que demandan ir a su propio ritmo infantil.

El solo hecho de darnos cuenta equivale a encontrar recursos emocionales para mejorar las competencias parentales, acompañar desde un lugar más consciente, libre de violencia de manera coherente y sostenible. 

Berna Iskandar 

viernes, 1 de junio de 2018

¿Quién tiene que aprender a tolerar frustración? ¿El niño o el adulto?






Tanto que hablamos y nos preocupamos los adultos sobre la necesidad de que los niños aprendan a tolerar frustración. Incluso las provocamos intencionalmente para que “aprendan a manejarlas”… y sin embargo los adultos no somos capaces de darnos cuenta de nuestra baja tolerancia a la frustración, especialmente cuando de criar a niños se trata. Nos frustramos bastante cuando nos toca adaptarnos a los ritmos y necesidades madurativas del niño. Se frustran nuestros deseos de comodidad y autonomía ante la exigencia de acompasar nuestras rutinas a las de un bebé recién nacido o niños pequeños. Nos frustramos frente al niño que no nos hace caso de inmediato, que no hace lo que le pedimos, cómo y cuándo se lo pedimos. Nos agobiamos con el niño que quiere ser niño y por tanto no se adapta al orden de la casa, de la escuela, de las rutinas organizadas en función de las prioridades adultas… y gritamos, castigamos, nos sentimos abrumados, estallamos. Perdemos de vista que los adultos somos nosotros y lo lógico es que tengamos mayor capacidad para adaptarnos a la realidad de las exigencias que supone criar o educar a los niños. La pregunta bien formulada sería entonces: ¿hay que frustrar a los niños para evitar la frustración que atenderlos debidamente provoca a los adultos, o somos los adultos los que necesitamos aprender a manejar nuestras frustraciones?

Berna Iskandar @conocemimundo



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