Si te parece que va siendo hora de hablar por los más pequeños en lugar de atascarse en debates de opiniones adultas sobre lo que está bien o mal para los niños, este post es para ti.
He observado con inquietud una nueva práctica de modificación de conducta infantil no deseada que me parece intrusiva, irrespetuosa y humillante para los niños. Se trata de la intervención con el uso de cámaras de vídeo para grabar y analizar comportamientos infantiles durante la vida privada de los niños en las dinámicas familiares y otros escenarios.
Algunos progenitores o adultos encargados del cuidado de menores me han referido que lo hacen para luego mostrar al niño su propio berrinche o conducta “disruptiva” con el objetivo de que modifiquen dichas conductas.
Entre otras consideraciones me parece que la decisión de recurrir a estas intervenciones habla mucho sobre la discapacidad del adulto para establecer conexión e intimidad emocional con las criaturas, demuestra la falta de recursos para crear un canal de comunicación basado en la confianza y la empatía, en resumen la falta de habilidades para establecer una corregulación emocional respetuosa, sin duda éticas y que claramente requieren tiempo, permanencia, trabajo personal y compromiso afectivo para su despliegue robusto y sostenible.
Otro tanto ocurre con la intervención de especialistas que se valen de esta técnica de grabaciones de vídeos para registrar, observar, diagnosticar dinámicas de la vida privada de los menores. Tal vez sea lo más fácil y cómodo para el adulto o adultos que persiguen un determinado objetivo o resultado rápido y “efectivo”, pero no me parece ético cuando hay niños involucrados que además no están dando autorización, o no tienen la capacidad de dimensionar lo que implica que se hagan registros de vídeos sobre su vida íntima, y que tampoco pueden tener el control sobre dichos registros.
Como siempre, lamentablemente llevamos el adultocentrismo tan integrado que no somos capaces de registrar las distintas formas sutiles y concretas en que, incluso con las mejores intenciones, abusamos con nuestro poder de la condición de vulnerabilidad de los niños en aras de satisfacer nuestro deseo, prioridad o confort.
Que una técnica resulte efectiva no significa necesariamente que sea ética. La tortura es efectiva, humillar, pegar, chantajear, amedrentar, manipular para que otros hagan lo que queremos es muy efectivo, pero no es ético.
Pongámonos la mano en el corazón y preguntemos : ¿esto que voy a hacerle a mi hijo ahora o que le estoy haciendo a mi hija ahora, me gustaría que me lo hicieran a mi? Me gustaría que mi pareja me tomara vídeos sin mi consentimiento en un momento de nuestra vida privada cuando discutimos y yo me exalto, para luego mostrarme el registro haciéndome ver lo “desquiciada” que soy o que estaba? ¿Me gustaría que se los mostrara a su psicólogo o terapeuta para que le de una opinión o diagnóstico sobre mi comportamiento o la relación de pareja? ¿Qué trato me gustaría recibir en tales circunstancias?
El fin no justifica los medios.
“Trata a los pequeños como te gustaría ser tratado por los grandes”.
He observado con inquietud una nueva práctica de modificación de conducta infantil no deseada que me parece intrusiva, irrespetuosa y humillante para los niños. Se trata de la intervención con el uso de cámaras de vídeo para grabar y analizar comportamientos infantiles durante la vida privada de los niños en las dinámicas familiares y otros escenarios.
Algunos progenitores o adultos encargados del cuidado de menores me han referido que lo hacen para luego mostrar al niño su propio berrinche o conducta “disruptiva” con el objetivo de que modifiquen dichas conductas.
Entre otras consideraciones me parece que la decisión de recurrir a estas intervenciones habla mucho sobre la discapacidad del adulto para establecer conexión e intimidad emocional con las criaturas, demuestra la falta de recursos para crear un canal de comunicación basado en la confianza y la empatía, en resumen la falta de habilidades para establecer una corregulación emocional respetuosa, sin duda éticas y que claramente requieren tiempo, permanencia, trabajo personal y compromiso afectivo para su despliegue robusto y sostenible.
Otro tanto ocurre con la intervención de especialistas que se valen de esta técnica de grabaciones de vídeos para registrar, observar, diagnosticar dinámicas de la vida privada de los menores. Tal vez sea lo más fácil y cómodo para el adulto o adultos que persiguen un determinado objetivo o resultado rápido y “efectivo”, pero no me parece ético cuando hay niños involucrados que además no están dando autorización, o no tienen la capacidad de dimensionar lo que implica que se hagan registros de vídeos sobre su vida íntima, y que tampoco pueden tener el control sobre dichos registros.
Como siempre, lamentablemente llevamos el adultocentrismo tan integrado que no somos capaces de registrar las distintas formas sutiles y concretas en que, incluso con las mejores intenciones, abusamos con nuestro poder de la condición de vulnerabilidad de los niños en aras de satisfacer nuestro deseo, prioridad o confort.
Que una técnica resulte efectiva no significa necesariamente que sea ética. La tortura es efectiva, humillar, pegar, chantajear, amedrentar, manipular para que otros hagan lo que queremos es muy efectivo, pero no es ético.
Pongámonos la mano en el corazón y preguntemos : ¿esto que voy a hacerle a mi hijo ahora o que le estoy haciendo a mi hija ahora, me gustaría que me lo hicieran a mi? Me gustaría que mi pareja me tomara vídeos sin mi consentimiento en un momento de nuestra vida privada cuando discutimos y yo me exalto, para luego mostrarme el registro haciéndome ver lo “desquiciada” que soy o que estaba? ¿Me gustaría que se los mostrara a su psicólogo o terapeuta para que le de una opinión o diagnóstico sobre mi comportamiento o la relación de pareja? ¿Qué trato me gustaría recibir en tales circunstancias?
El fin no justifica los medios.
“Trata a los pequeños como te gustaría ser tratado por los grandes”.
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