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viernes, 20 de septiembre de 2019

Seis principios de la Crianza Respetuosa

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Por Berna Iskandar @conocemimundo

No importa si ha sido en África hace cincuenta mil años o en el Tíbet cuatrocientos años antes de Cristo o  si fue hace dos minutos en Madrid o en el eje cafetero de Colombia. Un niño siempre nace con el mismo patrón biológico,  las mismas necesidades instintivas, básicas que demanda un estilo de crianza congruente para satisfacerlas y garantizar, en primer lugar,  su sobrevivencia y por ende la de la especie humana.  En segundo lugar, el despliegue de su salud mental y física presente y futura.   

Sin embargo, en lugar de privilegiar crianzas centradas en las necesidades de las crías,  seguimos prácticas construidas por la cultura con el objetivo de favorecer las demandas del sistema productivo y competitivo dominante en nuestra civilización.  



Para mí la crianza respetuosa es un estilo que invita a retornar hacia las prácticas de cuidado y atención que responden a nuestro diseño original.  

La lista de los seis principios de la crianza respetuosa que comparto a continuación, sin pretensiones de ser exhaustiva, recoge a partir de mi experiencia a lo largo de más de veinte años como investigadora y divulgadora de este tema, lo que considero son las bases fundamentales de este nuevo paradigma de crianza. 

1.     Horizontalidad: Privilegiamos relaciones basadas en un modelo paritario, en lugar de relaciones verticales de dominio y sumisión lamentablemente muy naturalizadas entre adultos y niños. Tratamos a los niños como nos gustaría ser tratados. No haríamos al niño lo que no nos gustaría que nos hagan.  La autoridad es ganada.   No  imponemos la autoridad mediante el miedo, las amenazas o coerciones. Los niños y niñas otorgan la autoridad a los progenitores y adultos de referencia. ¿Y cómo la ganamos?, ofreciendo un trato respetuoso, dando el ejemplo, demostrando que sabemos de lo que hablamos, que pedimos cosas razonables, viables, con sentido, que escuchamos y amamos incondicionalmente a nuestros hijos, que pueden confiar en nosotros.   

2.     Empatía: La empatía surge de un sistema orgánico biológicamente establecido en los seres humanos para regular nuestras relaciones, y se favorece o se interfiere según se reciba o no un trato empático durante la crianza, especialmente en los primeros años de vida. Ponernos en el lugar de otros, sentir al otro, complacer, cooperar, ayudar a otros a estar bien,  es una cualidad  que hemos perdido los adultos fruto de nuestras propias infancias reprimidas y mal acompañadas. Ser capaces de sintonizar con el alma infantil de nuestros pequeños, sentirlos, interpretarlos correctamente, reconocer y valorar sus necesidades auténticas sin degradarlas a la condición de capricho, es una condición básica para amarles y criarles como esperan y necesitan.  Los adultos somos responsables a partir de nuestros recursos de madurez emocional, cognitiva y de la autonomía propia de la edad, de ponernos a la altura emocional y física del niño para  sentir y  comprender la lógica emocional infantil.    

3.     Respuesta sensible: En la medida en que seamos consecuentes y coherentes captando las señales y respondiendo a las necesidades instintivas o pedidos incuestionables del niño para ayudarles a retornar al equilibrio, favorecemos el establecimiento de un vínculo de apego seguro. La criatura se sentirá amada,  confiada y cuidada tal y como espera y necesita para desarrollarse bien.  Esta predictibilidad, como lo sustenta la teoría del apego del psiquiatra infantil John Bolwby, comporta un organizador psíquico que determina la construcción de la confianza básica, la seguridad y la autovaloración de las criaturas. Para los niños, la certeza de que cuentan con uno o varios adultos de referencia que los saben interpretar y están dispuestos a prodigar lo que necesitan en todo momento, de forma continua, es requisito para lograr el buen desarrollo de su salud mental presente y futura además de que determina el modo en que luego será capaz de relacionarse con los demás.


4.     Autorregulación: Respetar el ritmo madurativo del niño sin forzar, empujar ni retrasar. El principio de la autorregulación habla del respeto a los tiempos que requiere cada niño para alcanzar hitos de autonomía vinculados a su desarrollo psicológico, biológico, físico, cognitivo, social, como por ejemplo despañalizarse, dormir en solitario sin angustia, escolarizarse sin pasar estrés, traumas y angustias de separación… así como el respeto a sus propios biorritmos de hambre, saciedad, sueño, vigilia, etc.  La autorregulación se facilita en la medida en que los adultos de referencia observamos la señales que el niño manifiesta claramente indicando que está listo para conquistar por sí mismo un nuevo hito de autonomía. Los niños deben sentir que la conquista de cada hito madurativo ha sido fruto de su propio logro y no impuesto por la presión exterior del adulto. Presionarlos y obligarlos a comportarse con una madurez que no les corresponde, con el propósito de que sean independientes o satisfagan nuestras prioridades, comodidad o deseos,  engendra miedo,   culpa,  vergüenza en las criaturas,  pérdida de contacto con su brújula interior, su sabiduría corporal, intuitiva, interfiriendo en el establecimiento de la autoconfianza, el propio poder personal, la sensación de capacidad y la iniciativa de responsabilidad. Criar sin violencia no significa únicamente proscribir gritos, golpes, castigos. Significa también no forzar al niño a pasar hacia etapas para las que no se encuentra maduro.

5.     Límites y normas razonables, no punitivos, gestionados desde los vínculos democráticos, humanizados, respetuosos de los derechos del niño. La crianza respetuosa no propone ausencia de límites y normas, como algunas personas creen. Los límites son inherentes a la vida y están presentes en todos los ecosistemas. Es imposible vivir sin límites porque estos ya están dados.  Lo que nos queda por hacer es elegir la forma de relación en la que los transmitimos: democráticamente, respetando la integridad del niño como persona, o de manera autoritaria,  imponiéndolos mediante el malestar, la represión, el maltrato y la humillación repetitiva. Algo que pocos notan es que la gran mayoría de los comportamientos que valoramos como inadecuados en los chicos, se debe a la falta de conexión y satisfacción oportuna a sus necesidades, y no a la falta de límites. Antes de llegar  a la conclusión de que determinado comportamiento de las criaturas  se debe a la falta de límites y que dichos límites  deben imponerse con represión o negándoles rotunda y sistemáticamente sus deseos o reprimiendo sus pulsiones, la crianza respetuosa invita a hacernos preguntas importantes. ¿Cuándo, a qué edad se comienzan a transmitir límites, normas y hábitos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Con qué sentido y propósito? ¿Qué cosas deben o no deben limitarse?  

6.     Formación y autoconocimiento: La autoindagación personal del adulto y la formación transformadora en espacios privilegiados orientados por el nuevo paradigma de crianza, son fundamentales para recuperar o desarrollar recursos emocionales y competencias parentales que nos permitan acompañar a los niños bajo nuestra responsabilidad de un modo más consciente y no violento. Podría decir  que aunque se encuentra al final de la lista,  este no es el menos importante, sino el principio de la crianza respetuosa por el que podríamos comenzar. Por muy buena voluntad que tengamos los padres, es muy difícil mantener el propósito de criar de manera consciente, respetuosa, empática y no violenta, sin antes reprocesar las propia infancia para registrar el modo en que hemos instalado patrones insanos y creencias falsas que ahora repetimos automáticamente con los niños a nuestro cargo.



Berna Iskandar
Divulgadora y asesora de crianza alternativa 
Blog: www.conocemimundo.com
Instagram: @conocemimundo
Twitter: @conocemimundo

 









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