Los niños no tienen la culpa. Cuando la maternidad nos sorprende como una experiencia agotadora que nos deja sin tiempo ni espacio para satisfacer nuestros deseos, anhelos o necesidades, una experiencia que nos relega a la subordinación y la pérdida de autonomía en todos las áreas de la vida, cuando la maternidad nos empobrece económicamente, la sociedad achaca la culpa a los niños, como criaturas que fagocitan nuestra energía, tiempo y dinero porque piden demasiado. Pero la culpa no es de los hijos. La culpa —si es que de culpa puede hablarse— es de la sociedad exitista centrada en la competencia y la productividad deshumanizada, extraviada de su esencia cooperativa y altruista. La culpa es de la civilización que aísla a las madres, que niega apoyo a la maternidad impidiendo que la función biológica y social más importante de la humanidad se despliegue como una experiencia placentera, sostenida con abundante apoyo práctico, emocional y económico... la culpa es del sistema que invisibiliza a la mujer, la deja sola, sin recursos económicos ni apoyo emocional una vez se hace madre porque deja de ser "productiva" y "competitiva” cuando decide dedicarse a criar y cuidar a sus hijos. Qué fácil es cargar a los niños las frustraciones adultas. Juzgados desde doctrinas hostiles que los califican de Tiranos, insaciables y no sociables, sobredemandantes, destructores de sueños y oportunidades de sus madres y de su padres... terminan como los mayores depositarios de infinitas dosis de violencia explícitas e implícitas engendradas por una humanidad ciega, indolente y enferma de la que no se pueden defender por sí mismos. Porque un niño por sí solo no puede salir del abuso.
Cualquier mujer tiene derecho a sentirse libre de decidir tener hijos o no, pero merece decidir bajo la certeza de que ser madre no debería implicar empobrecerse, aislarse, hacerse aún más vulnerable, que la maternidad presente, conectada, disponible y la autonomía económica, el sostén emocional y práctico, su desarrollo como persona no son por definición mutuamente excluyentes. Una mujer no debería renunciar a la maternidad por verse atrapada en sociedades deshumanizadas que no dan cabida a la crianza como tarea valorada y protegida, sociedades que banalizan la función de los cuidados oportunos, adecuados y amorosos de las criaturas.
Berna Iskandar @conocemimundo
conocemimundo@gmail.com
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